Koldo LANDALUZE
CRÍTICA «Tigre blanco»

Las tribulaciones de un siervo en el engranaje capitalista

Tras centrar su interés en los conflictos derivados de la inmigración en Estados Unidos a través de películas como “Man Push Cart” y “Goodbye Solo”, el cineasta iraní-estadounidense Ramin Bahrani se ha embarcado en un proyecto de gran complejidad y abierto a todo tipo de lecturas, y que tiene su origen en la novela homónima de Aravind Adiga, con la que logró el premio literario Booker.

Buena parte de la complejidad que entrañaba abordar un proyecto de estas características consiste en acercar al espectador occidental un modelo social tan inabarcable en su contexto y formas como es el de la India. El filme parte de una premisa sencilla: un siervo relata los diversos escalones que trepó y padeció para lograr su anhelado status de empresario. En su relato de este proceso de “ascenso social”, el protagonista redacta una carta a Wen Jiabao, primer ministro de la República Popular China y Jefe de Gobierno entre 2003 y 2013, porque el mandatario chino pretende contactar con los emprendedores hindús para que le revelen la mecánica que emplean para logra sus éxitos. En su carta, le revela no solo que Estados Unidos y el resto de occidente está en pleno declive, sino que quienes dictarán los designios del mundo no serán los blancos, sino «el hombre moreno -entendido como hindú- y el hombre amarillo» y que, para lograr cierta comprensión en torno a los emprendedores de la India, hay que tener presentes cuestiones que chocan frontalmente contra la ética y occidente: «En la India hay dos formas de dejar atrás la pobreza con la que naciste: la política y el crimen». Repleta de metáforas y altas dosis de sátira, a lo largo de “Tigre blanco” se nos descubre un modelo esclavista amparado en un sistema de castas. Tal y como revela el protagonista, «una vez hubo millones de castas en la india. Ahora solo hay dos: la que tiene la barriga gorda y la que la tiene delgada».