Belén Martínez
Analista social
AZKEN PUNTUA

Hablemos de sexo (y de género)

El sexo y el género pueden estar –o no– intrínsecamente supeditados, imponiéndose uno sobre otro. Si naces anatómicamente hembra, «debes» desempeñar el rol de una mujer con todos los atributos de feminidad que la sociedad confiere a una mujer. Cuanto más entreverados estén sexo y género, más irreductibles serán las diferencias y mayor la jerarquización. Esta dicotomía provoca «perturbación» o genera feminismo.

La transgresión de este orden natural legitimado por la religión y la medicina constituye un pecado o una patología. En la teoría queer, el sexo anatómico no es pertinente; solo cuenta el género socialmente construido, que puede ser deconstruido.

La Cábala judía se ha ocupado de las identidades sexuales (las sefirots andróginas). En el siglo XVII, en la “Tragicomedia de los jardines y campos sabeos”, Feliciana Enríquez de Guzmán viste a Yleda con la armadura de Birano, su pretendiente, al que gozosamente llama Birana, por ir vestido con su saya. “L’Ordonnance du 16 Brumaire an IX” (7 noviembre 1800) del prefecto de Policía de París, establece que toda mujer que desee travestirse deberá obtener autorización de la Prefectura.

Antes de que llegara el LGTBIQ+, feministas –lesbianas o no– combatían el cisgénero, la lesbofobia y la heterosexualidad como monopolio de la sexualidad legítima.