Mikel INSAUSTI
CRÍTICA «Traidores»

Todo queda en familia

El primer largometraje documental de Jon Viar está dedicado a la relación paternofilial, la suya propia con Iñaki Viar, partiendo de la importancia de la herencia ideológica. Como quiera que la profesión del padre es la de la medicina siquiátrica se menciona a Freud y el complejo edípico que lleva a “matar al padre”. Pero no se refiere a su progenitor biológico, sino a un tipo de figura paterna simbólica a eliminar, y que sería la del nacionalismo vasco. Por lo tanto se trata de una ruptura consciente con las raíces culturales y con la cuestión identitaria, para construir una nueva familia en otro lugar físico y mental a consecuencia de su desplazamiento, una vez rechazada cualquier pertenencia emocional a la madre tierra que se desangra por culpa de la violencia de la lucha armada.

En lo personal no cabe nada que reprochar a Jon Viar, porque es su historia y la cuenta como la siente. Pero pierde la razón al entrar en la politización de su problema familiar, ya que asocia la ruptura con sus antepasados y orígenes a la progresiva radicalización en Euskal Herria, olvidándose de forma harto tendenciosa del nacionalismo contrario a los métodos violentos, e incluso de los sectores que dentro del abertzalismo han optado por las vías pacíficas. Su identificación de lo vasco y el terrorismo contradice la honestidad que dice defender, en aras de un discurso interesado y maniqueo por defecto.

Si Jon Viar quiere ser documentalista debería mirarse su poco o nulo sentido de la objetividad, ya que asume el termino “traidores” como algo que les ha sido impuesto por un enemigo invisible y silencioso. Y lo defino como tal, debido a que por la presente ni se le da voz ni se le adjudica un rostro. No se apuesta por el diálogo, ni por la superación del conflicto histórico, tanto en cuanto prevalece el pensamiento único, en este caso el asociado al Foro de Ermua y sus fundadores, como si hubiera una única parte a victimizar.