Amaia EREÑAGA
BILBO
Entrevue
MANUEL MARTÍN-ARROYO CAMACHO
ESCRITOR Y MAESTRO

«En la cárcel se pasan muchas calamidades y el Estado lo sabe»

Lo que empezó como una terapia, cuando comenzó a trabajar hace ocho años como maestro en la prisión de Puerto, ha terminado en forma de novela de tintes muy negros. “Los pasos en el vacío” (Cazador de ratas) es «un retrato del ‘talego’».

Cuando se le dice a Manuel Martín-Arroyo (Rota, 1978) que con “Los pasos en el vacío” le ha salido una novela muy negra, con elementos tan del género –cárcel, violencia, protagonista encarcelado por un crimen en defensa propia, policías malvados, ritmo trepidante...– hace un ejercicio de sinceridad absoluto: «Estaría genial decirte que soy un gran experto en novela negra, pero sería incorrecto. El género negro ha sido un gran descubrimiento a raíz del libro. El género vino a mí o yo fui al género. La verdad es que mi vida profesional me conducía hacia la negritud, porque entro y salgo del sitio más oscuro que nos ofrece la sociedad: entro en la negritud y salgo a mi niña de 5 años, que es la blancura». Lo dice desde otro lado de la cámara porque, como está haciéndose habitual en estos tiempos pandémicos, hablamos por videollamada: Manuel Martín-Arroyo, desde su casa, en Cádiz; yo, en la mía, con “Los pasos en el vacío” lleno de subrayados encima de la mesa.

Subrayados como este: «La cárcel es el sitio donde más solo te puedes sentir estando siempre acompañado de gente». Quien lo dice es el protagonista, Luis, un joven al que acompañamos en su descenso a los infiernos. La novela arranca con una muerte, la de su cuñado, un policía déspota y maltratador, al que el protagonista se enfrenta y mata por defender a su hermana. Un concepto, por cierto, el de la violencia de género, que también aparece en la trama.

Porque esta novela tiene muchas capas, aunque se lea de un tirón, y también mucho de realidad. Tanto como de ficción. Machacado por policías que no perdonan un ataque a uno de los suyos, Luis entra en prisión, donde se encuentra con los «habitantes» de este universo paralelo: funcionarios que le pegan una paliza nada más llegar, una población penitenciaria embrutecida con «televisión y metadona» y dos personajes llenos de humanidad como el gitano El Negro y José María, un preso político de condena larguísima. Así como el autor no sitúa la trama en ningún sitio concreto, tampoco dice a qué organización pertenece José María, aunque, por los datos presuponemos que será del FRAP o los GRAPO. «José María representa la veteranía, no la experiencia, y un poco el aprendizaje. Es el que le enseña a tener los pies en la tierra, a leer un poco más allá de la vida. El Negro es todo lo contrario: es el símbolo de la persona prisionizada que sabe por dónde le van y le vienen». Vayamos desgranando de la mano de Martín-Arroyo la novela y, de paso, esa institución tan familiar para muchos vascos.

La ambientación

De dar clases de música a niños, el autor pasó hace ocho años a convertirse en maestro en la prisión de Puerto de Santa María, un conglomerado carcelario, compuesto por Puerto 1, Puerto 2 y Puerto 3. «En Puerto 3 es donde ha habido muchos vascos. He dado clase hasta hace 15 días, a Henri Parot, que le han llevado a León, y a muchos otros vascos», dice. Esto de la cárcel, añade, es una industria: «En Cádiz, como estamos faltos de grandes fábricas, han montado esto. Porque Puerto de Santa María es la ciudad de España con el mayor número de presos por habitante: son tres prisiones con 400, 500 y 1.500 presos. Y te pones a pensar: en mi centro de trabajo hay alrededor de 400-500 funcionarios. Entonces, transporte, comida, oficinas, los maestros... bueno, el Estado está dando trabajo a mucha a gente aquí». Un lugar con una evidente falta de medios, que se rige por un premisa: «Todo lo que sea trabajo, cultura o educación está completamente en segundo lugar. Lo primero es la seguridad. Te voy a dar un detalle: solo hay un siquiatra para las tres prisiones. Y, dicho por los enfermeros, la atención siquiátrica o sicológica es la primera necesidad. Y solo hay un siquiatra y nueve sicólogos, que te ven muy de vez en cuando. Hacen falta muchos profesionales y cursos de fontanería, jardinería, carpintería,... que los presos se sientan útiles».

El ambiente

¿Si no se les incentiva a aprender en qué pretenden que pasen el tiempo los presos?, nos preguntamos. «En no molestar», contesta. Luego está la cuestión de las drogas, que tanto circulan y algunas están hasta institucionalizadas. «El tema de las pastillas, lo cuento en la novela, es espeluznante. Cuando a las 9 de la mañana oyes: ‘¡Metadona!’ y aparecen como 40 personas que se ponen en fila para tomarse el chupito de metadona. Yo esto no lo había visto en mi vida. Otro preso vigila y tienen que enseñar la lengua para ver que las han tragado y no se las pasen a otro».

Los personajes

El Negro y José María están basados en personajes reales –un gitano de Jerez al que el autor dio clase y un preso del GRAPO que sigue en prisión–, aunque son una amalgama de personas y situaciones que Martín-Arroyo ha ido conociendo en su trabajo, hasta el punto que parece un estudio antropológico. Sí hay maestros, cómo no: «Los maestros y las ONG somos los buenos de la película, entre otras cosas porque no pertenecemos al Ministerio de Interior y no tenemos ese corporativismo que tienen tanto médicos como funcionarios y sicólogos. Por ejemplo, no nos chivamos de las cosas que vemos, no castigamos a los presos y nuestra actividad es voluntaria, porque si ellos no quieren venir a la escuela no pasa nada. Somos la cara amable de esto, pero somos también testigos. Estamos con la boquita callada y, por eso, para mí, la novela ha sido una terapia y una válvula de escape de todo lo que yo tenía cociendo. Yo voy sumando cosas, iba a decir anécdotas, pero en este caso son tragedias».

Los funcionarios

«Al principio –reconoce– yo a los funcionarios los tenía como atravesados, pero después me di cuenta de que tienen una jornada durísima y los ves metidos en un agujero, porque incluso ven menos luz que los propios presos. Los presos, al menos, ven el cielo. Muchas veces están metidos 4-5 tíos en una habitación durante dos días. Si estás ahí en un trabajo que no te gusta, en un horario que no te gusta y con unos compañeros que no te gustan es, a fin de cuentas, lo mismo que está haciendo el preso: está en un sitio que no le gusta, con compañeros que no le gustan y en un horario que evidentemente tampoco. Por eso recalco que es un sitio oscuro, una madriguera, una realidad paralela y, por supuesto, que es un teatro, porque los funcionarios a mí me tratan estupendamente –algunos, no todos–, pero de repente le hablan fatal al preso. Dicen los presos que los funcionarios son los que más cárcel se van a comer en su vida y, hasta cierto punto, es verdad».

El testigo

«Casi todo lo que cuento es cierto –explica–. El intento de fuga de José María es una invención, una idea que tenía a vueltas, porque ¿cómo podría fugarse un tipo de aquí? El intento de motín tampoco lo he vivido en primera persona, pero esta Navidad sí hubo uno en Puerto 3, lo que pasa es que no ha salido en los medios. Mi mayor intención es que se captase el ambiente, la injusticia, la soledad, el compañerismo y, también, cómo es una cárcel por dentro. Un poco para decirle también a la gente que me rodea en qué puñetas consiste mi trabajo. Mi intención era sacar la realidad... y te voy a decir más: he tenido que bajar la tensión porque me han llegado a decir algunos compañeros: ‘Cuidado, porque te estás metiendo con papá Estado’». ¿Pero ha tenido miedo a las represalias? «Uno siempre tiene la mosca detrás de la oreja cuando se atreve a meterse en un terreno tan fangoso como este. Es verdad que hay un secretismo muy grande respecto a las prisiones en España: hay muy pocas imágenes, muy pocos reportajes, muy pocos libros... y se desconoce por muchos motivos. Entre otras cosas porque es uno de los sitios más cerrados del Estado: están las bases militares y las cárceles. Las cárceles son uno de los productos del Estado donde pasan muchas calamidades y eso el Estado lo sabe. Porque el Estado sabe que es un sitio de represión y no es de reinserción», afirma.

La conclusión

Frente a una corriente de opinión generalizada a favor del endurecimiento de las penas de prisión, Martín-Arroyo se está encontrando que hay maestros que le piden que ofrezca charlas a adolescentes, porque muchos son favorables incluso a la pena de muerte. «Yo creo que el endurecimiento de las penas es una cortina de humo. Tengo alumnos que han sido toda su vida unos pobres desgraciados, hijos de drogadictos y el círculo nunca se cierra. Yo me planteo cuándo la sociedad va a cortar eso. Te hablo desde Cádiz –subraya–, con un paro endémico, un fracaso escolar brutal y una salida a eso que, desde Sanlúcar de Barrameda, es el narcotráfico. Porque desde Galicia y la provincia de Cádiz nutrimos de droga a Europa. El 60-70% de mis alumnos están por temas de drogas, pero, aún así, el Estado no es capaz de afrontar el debate de las drogas, que en otros países es muy natural. Vamos a legalizar ciertas cosas, vamos a tirar a las mafias, vamos a sustituir el trabajo policial, que en el Campo de Gibraltar es brutal y muy costoso, y ver cómo plantearlo. El otro día leí que el número de presos en Holanda ha disminuido en un 60-70 % los últimos años a base de terapias. A nosotros si un preso nos cuesta al día 60 euros, si estuviera en la calle y hubiera una persona que estuviera cobrando ese dinero atendiéndolo, educándolo, insertándolo en la sociedad...».

Porque de la cárcel no se sale reinsertado, eso lo sabemos todos: «Va a salir inhabilitado, inválido de habilidades sociales, con la vista rota y a lo mejor ha consumido más dentro que fuera. Todos los caminos conducen a que, cuantos más años en prisión, es peor. Porque la reincidencia existe y porque la gente no está reinsertada para nada después de tantos años en prisión. Es muy triste».