Koldo Campos
Escritor&hTab;
AZKEN PUNTUA

A Julia Zabaleta

Discreta hasta de sombra, se fue hace un año, casi sin avisar de que se iba, como si no quisiera molestar a nadie. Julia era de esa clase de personas, no por casualidad casi siempre son mujeres, que tienen la virtud de no necesitar el ruido para hacerse notar, ni tampoco hablar mucho para hacerse querer.

Fue mi vecina en el piso tutelado de la residencia de mayores de Azkoitia y, además de una pared y de un tramo de balcón, también compartimos nuestra común pasión por la lectura, por los dulces y por la risa. O lo que es lo mismo, que cuando yo volvía del pueblo le traía el GARA, que cuando ella recibía visitas me regalaba chocolates, y que si coincidíamos en el ascensor o en los pasillos, en lugar de hablar del tiempo, celebrábamos con cómplices risas, por ejemplo, el higiénico repique de campanas de la iglesia de Altsasu hace algo más de dos años apagando el ruido llegado de Madrid.

Cuando por el pasillo, camino de mi piso, paso junto al 305-A, ya sin su nombre y con el GARA en la mano, a veces pienso dejarlo en la manilla de la puerta y… bueno, que mejor lo escribo por si, donde quiera que ande su menuda figura paseando su grandeza, sigue leyendo GARA y mi columna, y para que sepa que el 22 Rita cumple noventa años y que, además de su vecino, algunas tertulianas de abajo también la extrañan.

(Preso politikoak aske)