Aritz INTXUSTA
ANTIVACUNAS

Sobre los negacionistas, primera y última vez

El debate sobre las vacunas da señales de haber alcanzado un nivel de polarización preocupante y el distanciamiento social en que puede derivar quizás genere mayor problemática que los efectos del rechazo a las vacunas por parte de este colectivo no tan amplio.

El artículo en el que dimos cuenta de las mediciones de efectividad de las vacunas que va actualizando el Ispln fue atacado muy duramente en redes sociales por personas del conocido como sector negacionista. Quizá porque nos llamaron hijos de puta, o puede que solo fuera por las notificaciones pitaban en mi móvil, seguí el debate sin participar en él y me sorprendí.

El argumento que me maravilló y que me decidió a escribir sobre el tema es que, según una negacionista, el nobel Luc Montagnier ha afirmado que todos los vacunados morirán dentro de dos años. No hay posibilidad de supervivencia a cualquiera de las vacunas contra el covid, según lo que ahí pone que dijo Montagnier.

El camino habitual para desmontar esto es mirar si Montagnier ha dicho o no tal cosa y mirar, de paso, quién es este señor, que no tengo ni idea. Pero, qué quieren que les diga, me ha resultado mucho más seductor dejarme llevar por este sueño malthusiano.

Pongamos que, de aquí a dos años, fallecen más de un 80% de los europeos mayores de 12 años a causa de las vacunas. Por contra, todos los menores de esa edad sobrevivirán convertidos en vagabundos por ciudades fantasma llenas de pútridos cadáveres, dado que el ritmo de mortalidad sería vertiginoso, impidiendo un sepelio por motivos higiénicos. Tampoco daría tiempo a un trasvase de conocimientos organizado, por lo que muchas de las industrias quedarían cerradas para siempre. Dudo que se pudiera mantener siquiera el suministro eléctrico.

Por contra, los países pobres con bajas tasas de vacunación no tendrían este problema y, por ejemplo, muchos africanos podrían migrar y recolonizar esa Europa fantasmagórica, pudiendo –o no– hacerse cargo de todos esos grupos de niños abandonados y casi extraídos de ‘El Señor de las Moscas’ o de ‘Arrancad las semillas, fusilad a los niños’ de Kenzaburo Oé. De este modo, el covid acabaría transformando el mundo de forma cuasi apocalíptica en cuestión de meses, pero con un punto de justicia social, matando a más ricos que pobres, y marcando el inicio de una nueva Era.

Paro aquí la narración, que para fantasear con eso ya está ‘The Walking Dead’, y vuelvo a la persona que rebatió el artículo sobre la eficacia de las vacunas. No al argumento –remarco– a la persona que lo empleó. Imaginen la angustia vital que puede estar sufriendo en caso de que crea de veras en el vaticinio. Está asistiendo, impotente, a cómo la mayoría de sus seres queridos van camino del matadero. ¿Es el pánico a esa hecatombe tan cercana –o a una predicción similar– lo que motivó el incendio de un punto de vacunación en Iparralde? Ojalá que no, porque, si realmente el colectivo negacionista, o parte de él, mantiene estas creencias a pies juntillas, el peligro de más reacciones violentas, fruto de la más pura desesperación, sería real.

Humildemente, creo que no es así, que no piensan de verdad aquello que republican. Y digo creo porque no tengo gran cosa en qué apoyarme. En mi opinión, el recurso a astracanadas como que el 90% de los vacunados morirá no se esgrime desde la convicción. Lo que buscan es romper el argumento de autoridad para que el debate sobre la vacuna se salga de una lógica bivalente de verdadero o falso. Fuera de la lógica bivalente, el negacionismo se hace más fuerte. Me explico.

Cuando los medios tratamos sobre el covid, damos por ciertas las cosas que los científicos cuentan que han demostrado empíricamente. Los periodistas o, por extensión, los no negacionistas no demostramos nada de lo que decimos sobre esta enfermedad por nosotros mismos. Sabemos que es un virus de la familia de los coronavirus que se transmite por el aire, porque nos lo han contado alguien que sí lo sabe y a quien, por tanto, concedemos ese argumento de autoridad. Y así con todo.

La afirmación de Montagnier (que, insisto, no me he molestado en verificar) desmontaría todo de un plumazo. En tanto que nobel, el científico también está revestido del principio de autoridad y no solo no comparte la opinión del resto, sino que su afirmación va mucho más allá y pronostica la muerte de más de media humanidad. De este modo, nuestra verdad (la de los no negacionistas) deja de ser una verdad redonda, entera y total, sino discutible y discutida. Se escapa, por tanto, de un esquema bivalente, pues no es ni verdadera ni falsa.

En este marco discursivo, el negacionista puede quedarse en la opción prudente de no creer por entero ni a Montagnier ni al resto de la comunidad científica. Y, como no existe certeza, no se vacunará, pues esta era su posición de partida. Puede, incluso, darse aires de sensato asegurando cosas que no tienen ni pies ni cabeza. Cosas de este pelo: «No, hombre, yo no creo que vaya a morir el 90%, pero igual sí el 60% o un 15%». Ahí es nada.

Quizá los siguientes datos de EEUU sean muy lejanos, pero sí son ilustrativos de lo que acabo de sugerir. Según ‘The Economist’, un 20% de los estadounidenses «cree» que las vacunas llevan microchips. De entre ellos, un 5% de los encuestados estaban «absolutamente seguros» de que los llevan, mientras que otro 15% se presentan como más sensatos y piensan que tan solo es «muy probable» que haya microchips para controlar a la población dentro de las jeringuillas.

Debajo de la respuesta apelando Montagnier con la que los negacionistas rebatían el artículo de GARA sobre las averiguaciones del Ispln, apareció otra afirmación que alimentaba esta tesis. Y creo que merece ser destacada porque muestra cómo una delirante narrativa puede reafirmarse a sí misma, consolidarse y perdurar.

Decía este crítico que se dan más muertes entre vacunados que entre no vacunados, por lo que la vacuna no previene la muerte sino que la atrae o la provoca. Confieso que tuve que leerla dos veces y que, después, tampoco chequeé si lo que contaba era cierto ni verifiqué la fuente. No lo hice porque sin duda era verdad.

Lo que sostenía esta persona solo puede ser totalmente cierto. Las tasas de vacunación entre las personas de más edad, de 70 para arriba, están por encima del 95% y, lógicamente, las personas mayores son las que fallecen con más frecuencia (por la causa que sea). Por tanto, ya mueren más personas vacunadas que no vacunadas y, no solo eso, también es seguro que esta brecha se agrandará conforme pase el tiempo y el porcentaje de vacunados sea mayor.

Por consiguiente, la teoría de que le vacuna mata, vista desde este ángulo, solo se irá haciendo más robusta, reforzando a quien se agarra a este dato en sus posiciones de partida. Y esto es lo que me preocupa, aunque no desde un punto de vista epidémico. Siempre hemos sabido que cierto grupo de gente no se vacunaría. Y en Hego Euskal Herria son pocos.

Llegados a este punto, lo correcto, lo canónico, es que este artículo concluya como todos los demás: pidiendo a los negacionistas que se vacunen, llamándolos insolidarios si no lo hacen, etc. Pero también sé que diga lo que diga, les resbalará, como les ha resbalado todo lo anterior.

Sin embargo, como estoy seguro de que no moriré en los próximos dos años (al menos, no por culpa de la vacuna) me duele que los negacionistas a quienes en la prensa ignoramos conscientemente –este es el primer artículo que dedique al tema y, muy probablemente, el último– se distancien del resto demasiado como para regresar.

Un día todo esto pasará o, cuanto menos, se endemizará y será mucho más soportable o prácticamente invisible. Y no me parece lo más inteligente que, entonces, sigamos llamándonos hijos de puta los unos a los otros.