Daniel GALVALIZI
MADRID
Entrevue
PEDRO VALLÍN
PERIODISTA, AUTOR DE «C3PO EN LA CORTE DEL REY FELIPE»

«España tiene mucho miedo de mirarse a sí mismo, de mirarse a la cara»

Vallín sostiene en su nuevo libro que el español es «un Estado esclerotizado» y profundiza en las acciones de un “deep state” que «pone en riesgo la democracia». A su juicio, desde 2015 hasta el año pasado «hubo un secuestro de la voluntad popular».

No ahorra en adjetivos ni en metáforas literarias y mitológicas el periodista y escritor Pedro Vallín en su nuevo libro, una antología de sus artículos más destacados en el periódico “La Vanguardia” que Arpa Editores ha editado y publicado con el nombre de “C3PO en la corte del rey Felipe”, en un repaso sobre la actualidad política de los últimos seis años.

Nacido en un pueblo de Asturies, en el libro se puede percibir la década como periodista de cultura que lleva Vallín en su mochila. Una era que acabó cuando dio el salto a la sección política en el periódico catalán, especializándose en el día a día de Unidas Podemos y del Gobierno de coalición. Con prólogo de Enric Juliana, Vallín hace una crítica mordaz al llamado Estado profundo español y repasa en esta entrevista con GARA la delegación en ese deep state de la resolución de los problemas políticos por parte de Mariano Rajoy. Cuestiona, además, la obsesión moral por el perdón en la política española.

¿Por qué sentía la necesidad de escribir este libro?

En realidad surge de una conversación con el editor, que creía que mi papel como cronista político tenía que tener un reflejo en forma de libro. Yo no estaba muy animado a hacer un resumen de estos años y surgió la posibilidad de hacer como una antología, este género de mezclar mitologías culturales con política, y acepté. Un poco ingenuamente, pensando que era un libro que ya estaba hecho.

No medí bien la exigencia que iba a tener, porque decidimos quitarles la fecha a los artículos para que puedan ser leídos desde hoy y acabó implicando una reescritura bastante profunda. Había que construir un discurso más temático y creamos una estructura ad hoc para intentar dar forma a lo principal que ha ocurrido en los últimos seis años. Creo haber conseguido proponer un relato alternativo al consenso establecido, sobre todo ante dos hechos notables. Por un lado, ha habido un secuestro de la voluntad popular que ha durado cuatro años y lo hemos asumido como lo más normal del mundo, porque que este Gobierno no se conforme, desde 2015, hasta 2019 es un hecho grave en el que tienen responsabilidad poderes económicos y mediáticos. Al lado de eso se desnuda una característica de nuestro país: la extraordinaria fortaleza del Estado profundo, entendido como una inercia administrativa burocrática y política que opera en su propia defensa y al margen de la democracia porque la preexiste.

Me gustaría que profundizara sobre ese secuestro de la voluntad popular y cómo actuó el «deep state»…

Bueno, los medios en el sistema de poder madrileño fueron un contribuidor esencial a que no se materializara el resultado de las elecciones. Sánchez lo ha contado en su entrevista a Jordi Évole. En 2015 ya sale claramente una mayoría para gobernar; la resistencia es tal que hubo que repetir las elecciones [en 2016] porque el resultado fue impugnado por los poderes reales del país. Y las elecciones arrojaron casi el mismo resultado, con matices, y en esa segunda ocasión ya pasamos a mayores: fueron a matar a los actores, y se hace el asesinato político de Sánchez y se intenta el de Iglesias. Y en abril de 2019 sucede la misma mayoría y tampoco se pudo formar gobierno.

 

¿Con la acción del Estado profundo se puede explicar todo o no hay allí un problema de egos políticos perturbando?

Creo muy poquito en la capacidad de las personas individuales para subvertir la corriente principal. Es obvio que Sánchez e Iglesias se rebelaron como personalidades resistentes e indómitas a la voluntad expresada por el Estado profundo y los poderes reales, pero en general la competición y egos que siempre están presentes y tienen importancia no mandan; mandan las corrientes profundas.

¿Qué es el Estado profundo?

En el fondo son los comportamientos, las sinergias, la tendencia que tiene el aparato del Estado y la institucionalidad a autopreservarse. No es que se reúne gente en un sitio a fumar y pensar qué van a hacer. Son inercias de autopreservación, como un organismo inmune que reacciona por sí mismo. No hay un cerebro pensando detrás, son mecanismos automáticos que si no los tienes controlados ponen en riesgo la democracia. La razón de esto es porque el Gobierno del país en su momento le encarga a este Estado profundo que resuelva los problemas, tanto la emergencia del 15M como el procés.

Lo más emblemático de esto es la judicatura, porque la voluntad soberana del país se expresa en el legislativo y en el ejecutivo que sale de él; en cambio la Justicia no se renueva cada vez que hay elecciones y allí se ve muy claramente la forma de actuar del Estado. Otro problema añadido es que la judicatura tiene mucho de dinastías.

¿Y la Casa Real? Me sorprende que no la nombre.

Estoy convencido de que tiene muy poco poder. Lo más claro que ha hecho es el discurso del 3 de octubre [de 2017], que condicionó hasta la actuación en aquel momento del PSOE. Pero no le veo tanto poder, el Estado profundo en España ha sobrevivido a reyes. El peso de la Corte, entendido como este sistema económico político y mediático que hay en Madrid, es mucho más importante y determinante que la propia institución.

En el capítulo que se titula «Renuncia a Lucifer» desarrolla con ironía y acidez el dogmatismo moral de la derecha españolista. ¿Cree que con los cambios políticos y demográficos eso puede variar?

No, lo veo presente incluso en el pacto de izquierdas. Hace unos días el PSOE le pidió al PP que pida perdón por la corrupción. ¡Que no sirve para nada pedir perdón! Eso forma parte de un mundo moral preilustrado. La revolución de la razón significa que el perdón no sirve. Esta concepción moral en el Estado español lo empapa todo. Hace unas semanas vimos lo de Arnaldo Otegi y el debate sobre que no pidió perdón, etc. Esta cuestión de confesión pública y moral no sirve para nada; en los estados hijos de la Ilustración lo que cuenta es lo que haces y no lo que dices. Se trata de que no robes y no salgas impune. En terrorismo se trata de que no haya muertes, de que los proyectos políticos se diriman en la política, y lo de pedir o no perdón es una cosa que tiene que ver con un universo moral-religioso y puede formar parte del mundo de las relaciones personales, de la víctima concreta, pero no tiene que ver con la política. La política va de otra cosa. Actualmente no estamos en el momento de persecución de judíos y musulmanes, pero esas corrientes históricas afloran en momentos de tensión. Es importante tener claro dónde tiene esto sus raíces y que ha aflorado con fuerza por el estrés político de la última década.

¿Por qué asevera en el libro que el funcionamiento estatal se esclerotiza?

Tiene que ver con el medio milenio que tiene el Estado. Su estructura es como un dinosaurio, se mueve muy despacio, hay que llevarlo al terreno que quiere llevarse. En buena medida la Transición española consistió en redirigir el Estado, controlarlo y hacerlo trabajar por la democracia porque era un estado franquista. La tendencia del Estado es a no transformarse, pero las necesidades de la democracia son la continua puesta al día.

En este juego de resistencia-progreso, digamos que el Estado es lo permanente y lo resistente al cambio y la política es el vector de transformación, y esto crea una dialéctica en la que en su versión virtuosa el Estado contiene los excesos de la política y la política fuerza al Estado a progresar e impide el inmovilismo. Pero en estos diez años hay un momento en que la administración del Gobierno de Rajoy decide que no será la política sino el Estado profundo el que aborde los problemas políticos. Se nota en el procés, en el cambio del Estatuto del TC para que actúe contra el independentismo, en la Ley Mordaza se encomienda a las Fuerzas de Seguridad el control de la insatisfacción popular... En ese sentido, es un Estado esclerotizado porque al sector más resistente al cambio le encomiendas el control de la transformación.

Estamos asistiendo ahora a cómo se expresa el Estado profundo del Poder Judicial, que le tiene declarada la guerra al Ejecutivo y al Legislativo. Prácticamente, ahora cualquier ley con la que alguien no está de acuerdo con su carácter político va al TC. Estás encomendando al Estado que resuelva lo que tiene que resolver la política.

Hay un capítulo en el que traza un paralelismo entre el Gran Gatsby y Pablo Iglesias. ¿Puede contar por qué?

Creo que el caso ilustra bien muchas cosas sobre la naturaleza de la sociedad en la que vivimos, más que revelar alguna verdad sobre Iglesias. El Gran Gatsby me interesa mucho porque allí el mito fundador es puesto a prueba: que EEUU es una sociedad de iguales y oportunidades con movilidad social. Creo que esos días en que Iglesias se compró una casa con piscina [en Galapagar], pese a lo que se dijo, el escándalo no tenía que ver con el precio ni la coherencia de vivir en un chalet, porque además la coherencia es un work in progress; el problema real giraba en torno a la piscina. Es un signo social, representa prestigio en el imaginario. ¿Y cómo este chico procedente de Vallecas puede tener una piscina? No se trata de que tengan una hipoteca de 600.000 euros, no es problema de dinero sino de signo social. No se puede tolerar que Gatsby tenga un casoplón en Long Island, donde viven los ricos de verdad. En el fondo es un test sobre las democracias liberales.

¿Cree que el conflicto vasco y la guerra sucia son el mejor ejemplo de la sinergia entre el Estado profundo y las cloacas?

Creo que no del Estado profundo, creo que ahí son más cloacas. Lo vimos con el caso GAL. Somos una democracia muy timorata respecto a nosotros mismos. La prueba es que por fin habrá una Ley de Secretos del Estado y están fijando el umbral de desclasificación en 50 años cuando en las democracias modernas oscila en 30. Es un país que tiene mucho miedo de mirarse a sí mismo, mirarse a la cara. ¿Qué podemos esperar sobre dilucidar qué ocurrió exactamente en la lucha contra el terrorismo cuando no podemos llamar por su nombre a lo que pasó hace 80 años con una dictadura fascista? Somos incapaces de poner nombre y apellido a eso que ocurrió. Un país terriblemente timorato.