Dabid LAZKANOITURBURU

Turquía, el aliado problemático y Erdogan

Tras varias semanas de presión después de que Finlandia y Suecia solicitaran la entrada en la OTAN en plena agresión militar rusa a Ucrania, Turquía ha levantado su veto a los países nórdicos a cambio de una serie de compromisos que atañerían al pueblo kurdo.

(Gabriel BOUYS | AFP)

Estaba claro que el levantamiento del veto de Recep Tayip Erdogan al ingreso de Suecia y Finlandia era cuestión de tiempo y que Turquía no se iba a arriesgar a desairar a los aliados, y a EEUU, dónde y en la cumbre de la OTAN en Madrid.

Por geografía y por historia, Turquía es un socio problemático de la Alianza, y lo es desde antes de la llegada al poder del presidente neotomano e islamista Erdogan.

Tiene su propia y creciente agenda nacional y regional y presiona desde su posición. No en vano cuenta con el segundo ejército más numeroso en soldados de la OTAN -tras EEUU-, alberga en Incirlikla base almacén de armas nucleares estadounidenses, controla los estratégicos estrechos del Bósforo y los Dardanelos y es el único aliado de cultura musulmana de la Alianza.

Pero nunca se ha saltado finalmente ninguna línea roja. Tampoco ahora.

Durante los primeros años tras su ingreso en la OTAN en 1952, Ankara se alineó acríticamente con EEUU

, lo que le valió un aislamiento regional total. Pero desde 1964, con la crisis con la oficialmente aliada Grecia en torno a Chipre, y sobre todo desde 1974 con la ocupación militar del norte de la isla mediterránea en plena pugna con la dictadura griega de Los Coroneles, Turquía comenzó a esbozar una política internacional autónoma, lo que le costó ya entre 1975 y 1979 un primer embargo de armas de EEUU.

La caída del Muro de Berlín en 1989 sumió a Ankara en la zozobra al intuir que podía perder la ventaja estratégica que le otorga su situación geográfica (vecina de Rusia y en las puertas de Asia).

El entonces presidente Turgut Ozal cogió al vuelo la oportunidad de la Segunda Guerra del Golfo (EEUU atacó al Irak de Saddam por invadir Kuwait) y volvió a alinear a su país con Washington con la esperanza de que fuera reconocido por la OTAN como el pivote estratégico regional en Oriente Medio. Pese a las promesas, Ankara no vio satisfechos sus planes, lo que reforzó su relación crítica con la OTAN y su ansia de redefinir en clave nacional los vínculos con los aliados.

Y en esas, en 2000, llegó al poder Erdogan quien, tras unos primeros años de acercamiento a Occidente, y sobre todo después del desplante de la UE a su petición de ingreso, comenzó a tejer una política neotomana en Oriente Medio con la ambición de convertirse en el sucesor islamista del padre de la Turquía moderna, Kemal Attaturk.

Como resultado, y al calor de las malogradas «Primaveras Árabes», Erdogan se vio a sí mismo como paladín de un Oriente Medio islamista gobernado por la cofradía de los Hermanos Musulmanes desde Túnez a Siria, pasando por Egipto. Huelga decir que la experiencia fracasó y que, desde entonces, la Turquía de Erdogan sigue buscando sin éxito su lugar en el mundo.

Ello no obsta a que, en la esta época multipolar que ya ha dejado atrás no ya el unilateralismo sino el bilateralismo, Turquía se ha sumado a la ola de Estados emergentes que reclaman que su voz se oiga.

Ahí se inscriben sus flirteos con la Rusia de Putin, a la que le unen afinidades como la tendencia autoritaria y personalista y la nostalgia por sus pasados imperiales gloriosos.

Pero ahí a su vez se acaban. Rusia y Turquía se necesitan para arbitrar un modus vivendi en escenarios como Libia o Siria pero Moscú le ha tomado claramente la delantera en Oriente Medio, como muestra la relación asimétrica que mantienen en Siria.

Otra cosa es que Erdogan utiliza esa relación asimétrica para presionar a EEUU y a sus aliados, como con su adquisición en 2019 a Rusia del sistema antimisiles S-400.

Desde entonces, EEUU tiene congelada la entrega a Turquía de una flota de cazas F-35 parcialmente pagados por adelantado por Ankara.

Su desbloqueo era uno de los objetivos del veto turco a Finlandia y Suecia. EEUU asegura que no ha sido objeto de negociación.

Sí ha estado sobre la mesa el fin de la tradicional política de asilo a los kurdos, y a la oposición turca, de los países nórdicos y, en menor medida, su embargo a la exportación de armas a Turquía.

Ankara, exportador neto y creciente, no necesita urgentemente armas suecas o finesas y ya les ha mandado una lista de extraditables.

Habrá que ver el alcance real del acuerdo. Y es que el histriónico Erdogan es experto en vender «éxitos internacionales» en clave interna, en vísperas de las elecciones del año próximo y mientras Turquía se hunde en una burbuja económica y de corrupción -y con una inflación galopante-.

Habrá que estar, eso sí, atentos porque el pueblo kurdo podría convertirse en el pagano de la «realpolitik» aliada, como les ha ocurrido a los palestinos y a los saharauis.

Así, cobran otra luz los movimientos de las YPG kurdas en el norte de Siria para pergeñar una alianza con Damasco, Teherán y Moscú para frenar una nueva invasión turca en Rojava, tal y como adelantaba este diario el pasado martes. Realpolitik, pero kurda.