Raúl ZIBECHI
Periodista
GAURKOA

El capitalismo de la impunidad

El reciente informe de Oxfam, “La supervivencia de los más ricos”, distribuido el mismo día que comenzaba el Foro de Davos, revela que el 1% más rico del planeta se apoderó de casi dos tercios de la nueva riqueza creada desde 2020. En otros términos, se hicieron con el doble del dinero que el restante 99% de la población (https://bit.ly/40jele8).

Esto es mucho más que lo venía sucediendo. Según la misma organización, durante la última década, el 1% más rico había capturado alrededor de la mitad de la nueva riqueza. Fue durante la pandemia, cuando sus ingresos crecieron de forma exponencial: «Las fortunas de los multimillonarios han aumentado en 2.700 millones de dólares al día. Esto se suma a una década de ganancias históricas: el número y la riqueza de los multimillonarios se han duplicado en los últimos diez años», señala el informe.

Al analizar el Foro de Davos, la publicación “Truthout” destaca que entre los llamados «miembros fundadores» se encuentran los directores ejecutivos de las mil mayores corporaciones transnacionales, además de los representantes de cien grupos de medios más influyentes del mundo, además de medio centenar de jefes de Estado y otros tantos ministros de finanzas, entre muchos otros altos cargos de organismos internacionales. Para asistir se debe ser invitado y pagar 18.000 euros.

Estos días, también, el diario británico “The Guardian” difundió un informe sobre la masiva evasión fiscal de los multimillonarios del mundo que tienen decenas de miles de viviendas en Inglaterra ocultas en paraísos fiscales. Entre ellos destacan grandes empresarios, algunos donantes del Partido Conservador, la realeza del Golfo y Estados como China que han comprado legalmente miles de millones de libras de propiedades, en su mayoría en Londres, a menudo a través de jurisdicciones como las Islas Vírgenes Británicas (https://bit.ly/3XY3d5a).

Bajo el título “El Reino Unido en venta”, el diario explica que en esas jurisdicciones británicas se pagan impuestos mínimos, o nada, entre las que señala unas 200 propiedades que pertenecen a «dinastías billonarias del Medio Oriente dueñas de cadenas de hoteles, propiedades de lujo, mansiones y otros activos de la extensa parafernalia patrimonial de los superricos».

Cuando la crisis afecta a los sectores populares de la isla y el Estado tiene enorme déficit que lo hace incumplir sus obligaciones con la población, las revelaciones sobre las propiedades de los ricos son un golpe demoledor. O deberían serlo. Después de una década de salarios congelados, los trabajadores del sector público recibirán un aumento promedio del 4% frente a una inflación del 11%. Con las reformas neoliberales, los ricos casi no pagan impuestos, al punto que, como señala el corresponsal de “Página 12” en Londres, «un banquero paga menos que su secretaria».

Esta misma semana, “Público” difundió que «los diez principales cotos de caza, los más conocidos y famosos del país, han recibido al menos 6,2 millones de euros entre 2019 y 2022, según los datos oficiales recabados por el partido animalista PACMA» (https://bit.ly/3wNmieo). Se trata de familias con negocios millonarios que reciben fondos estatales, al punto que una buena tajada de las subvenciones van a parar «a manos de aristócratas».

Se podrían sumar muchos datos sobre la creciente desigualdad, obscena cuando la humanidad está padeciendo, y sobre el papel de los Estados a la hora de fomentarla. No tienen límites. No dejan de amasar riqueza sobre riqueza.

En estos años hemos visto cómo la legislación de Italia criminaliza a quienes prestan socorro a los migrantes que naufragan, prohibiendo las operaciones de salvamento de las ONG con amenazas de cárcel. En Melilla se produjo una masacre, el 24 de junio, con un saldo de 37 muertos y 77 desaparecidos, según el detallado informe de Amnistía Internacional, sin consecuencias para sus responsables (https://bit.ly/3wKGpto). Ni qué hablar de lo que sucede en América Latina.

Es posible que el enriquecimiento acelerado y brutal de las elites sea un anticipo de su caída, como sucedió con el imperio romano, ya que han optado por desentenderse del resto de la humanidad y refugiarse en sus paraísos (fiscales y materiales), alejados del mundanal ruido y a salvo de las multitudes.

Sin embargo, creo que las elites se están mostrando tan confiadas porque han conseguido blindar los Estados en función de sus intereses y, de modo muy particular, han conseguido crear y sostener aparatos armados sumamente eficaces para reprimir protestas, si en algún caso llegaran a producirse desbordes populares. Esto es por lo menos lo que viene sucediendo en América Latina, como resulta evidente en Perú, en Honduras y Guatemala, en Ecuador y en el Chile progresista de Boric.

La militarización que sufrimos en buena parte del planeta es la respuesta de las elites a los pueblos que se movilizan y las cuestionan. Pero hay algo más: el militarismo no es una desviación de la norma, no es un error del sistema ni se trata de algo coyuntural. Estamos ante un fenómeno de carácter estructural que merece ser reflexionado.

El modo como funciona la economía en su fase de aguda financiarización, la forma de acumulación por despojo y robo, no solo afecta a los sectores populares (trabajadores, migrantes, mujeres y jóvenes), sino a los propios Estados que se han convertido en botín de las clases dominantes. La denuncia sobre los cotos de caza lo pone en evidencia. Si en las primeras fases del neoliberalismo se trataba de privatizar las empresas públicas, ahora se trata de entrarle a saco a los recursos del Estado.

Algunos sostenemos que los Estados han mutado. Antes fueron el brazo de las clases dominantes. Ahora han sido secuestrados por ellas, los han blindado de modo que quienes accedan a gobernar tengan las manos atadas para producir cambios estructurales y se limiten a cambios cosméticos. Y cuando los de abajo se ponen de pie, sucede como en Perú, violencia dura y pura como única respuesta.