Mikel INSAUSTI
CRÍTICA: «LA AMIGA DE MI AMIGA»

Si Rohmer fuera una mujer de la diversidad actual

La historia del cine está llena de cineastas que se han puesto delante de la cámara, como una forma de implicarse al máximo en las historias que contaban. Un desdoblamiento que marca la actitud autoficcional de la debutante Zaida Carmona, quien habla de lo que conoce, hasta el punto de que muchas de las anécdotas que jalonan “La amiga de mi amiga” (2022) están inspiradas, como no, en sus propias amigas. Y de ello resulta el consiguiente retrato de las relaciones lésbicas y del ambiente queer de Barcelona, protagonizado por mujeres que trabajan en el mundo del arte y de la cultura, al igual que la promotora del proyecto. Una cercanía que genera no poca complicidad, a la vez que le dota de una mayor credibilidad. También sirve de referencia a la audiencia, que está viendo en pantalla a personalidades como puedan ser Cristina Rosenvinge o Diana Aller, lo que ayuda a contextualizar.

Con Zaida Carmona se cumple además el principio de las eternas vanguardias que siempre vuelven y, lo mismo que Jonás Trueba, por poner un ejemplo de entre las nuevas generaciones, aprende de la Nouvelle Vague y tiene como maestro a Éric Rohmer, del que ha tomado el título prestado parafraseando a su clásico “El amigo de mi amiga” (1987), entre otras muchas referencias. Por no disponer de espacio, no entraremos en el debate de si Rohmer es susceptible de una actualización feminista dentro de la diversidad, porque a fin de cuentas “La amiga de mi amiga” es una película fresca y directa, hija de su tiempo. De factura amateur, que le sienta muy bien, se deja llevar por las canciones del indie pop y el azar sexual y amoroso representado en el nuevo milenio por las apps de contactos. Del “chico conoce chica” al “chica conoce chica”.