Mariona BORRULL
«SIROCCO Y EL REINO DE LOS VIENTOS»

Véanla, es una perla en el Adriático

Aquienes puedan ver la tranquila, bella y tremendamente imaginativa “Sirocco” en una pantalla grande, sepan que disfrutan de un privilegio excepcional. El primer gran acierto del debut de Benoît Chieux pasa por reducir las piezas sobre el tablero de la aventura de corte maravilloso: dos hermanas, Juliette y Carmen, caen dentro del mundo de fantasía de uno de los libros escritos por una buena amiga de su madre, del que deberán salir para no preocuparla.

Pero Chieux, al guion con Alain Gagnol (“Phantom Boy”), no añade más presiones temporales, ni antagonistas insuperables o moralejas metafóricas resabidas; para su película la exploración de un universo mágico es suficiente. ¿Por qué no debería serlo?

El reino de los vientos tiene poblados amontonados por bloques de madera y con sapos por ciudadanos, cocodrilos portadores de ricas literas, una ópera en el cielo poblada por pelícanos a lo Tom de Finlandia y una frontera donde las palabras musitadas flotan suaves, dentro de medusas enormes.

“Sirocco” respira con el triste azzurro de los veranos de Ghibli, la imaginación volada y atemporal de Michel Ocelot (“Kirikú y la bruja”) y el trazo limpio de Hugo Pratt, Jim Bishop y toda la familia del BD francés.

En fin, necesitamos la calma que Chieux nos regala, confiado, para explorar a bocaditos delicados, alentados por el aire mediterráneo de la música de Pablo Pico (“Las vidas de Marona)” con voces de Célia Kameni, que en la película interpreta a una genial Castafiore exploradora.

Nos aúpa el ansia aventurera de las jornadas por delante y por una película que valora el silencio, y desearíamos que el viaje por Sirocco durara un poco más.

Pero quizás justo por ello se sienta, de verdad, una semilla para emprender nuevas historias y juegos propios en el suelo bien regado de la imaginación.