Lo dijo un torero, pero es una manera de certificar los rasgos de una caverna mediática, social y política que impide cualquier intento de vivir en una tranquilidad compartida. Eso de que lo que no puede ser, no puede ser y, además, es imposible, conforma una declaración de principios que abarca una definición del momento global, del caos universal que en lo referente al Reino de España aporta rasgos identitarios de simpleza común.

Poco ha durado lo que parecía un consenso con la Copa de Europa. Los defectos neurocientíficos colectivizados por una masa madrileña, madridista, florentinista y ferrerista, tan cercana a la extrema derecha económica, religiosa y política, no ha soportado esa alegría sin dogma de unos jugadores que tienen orígenes vascos, catalanes, andaluces o castellanos, que practicaron de manera insistente un buen fútbol que les dio un gran triunfo en una competición exigente. Todo iba bien hasta bajarse del avión en Madrid. Allí empezaron los problemas, las descalificaciones, las mentiras, aparecieron todas las envidias y empezó la politización más vulgar y oportunista.

La situación da para hacer una tesis, aunque cuesta saber en qué disciplina. La tensión política se mantiene. La banda de Feijóo no se despega de Vox, sino que asume sus postulados; Yolanda Díaz habla demasiado y sin pensar; en Catalunya no se sabe en qué punto está la situación y lo de Trump es de un realismo sucio que supera lo patético. El parche que luce en la oreja tiene rango de impostura inverosímil, aunque probablemente sea un gran monumento a lo imposible de creer.