Anselm Kiefer abre su taller y su mundo a la cámara de Wim Wenders
La cámara nos da una perspectiva del inmenso taller, repleto de la obra de Anselm Kiefer. Estamos en la localidad francesa de Barjac, en Languedoc-Rosellon, en el antiguo taller de uno de los más importantes artistas contemporáneos. Al pasar, desde la bicicleta, Kiefer empuja un lienzo de grandes proporciones. Este se aleja veloz, deslizándose sobre ruedas. Es una escena del documental que retrata su encuentro con Wim Wenders.

Si una abre Kosmo, la nueva herramienta digital concebida para explorar de forma visual e interactiva los fondos artísticos del Museo Guggenheim de Bilbo, y escribe en nombre de Anselm Kiefer (Donaueschingen, 1945), al clicar, ve cómo en la página se despliegan dos especies de «minigalaxias»: una, con las obras adquiridas por la pinacoteca bilbaina de este representante del denominado Nuevo Expresionismo Alemán -unas once, calculamos-; otra, con las exposiciones que se le han dedicado o en la que se ha incluido su obra. Y salen muchas, aunque tal vez la más importante sea la retrospectiva que se le dedicó en Bilbo en el año 2007, en la que su obra monumental, siempre sin miedo a las dimensiones, se alzaba grande, vertical, apabullante, sobre el atrio del museo.
Porque Anselm Kiefer es mucho Anselm Kiefer, y su obra y pensamiento son de los más interesantes, filosóficos, curiosos, polémicos también, del arte europeo de la posguerra. Kiefer no para de reflexionar sobre el mundo que se nos quedó tras la Segunda Guerra Mundial, repleto de heridas no cerradas, de fascismos encubiertos. De todo ello trata “Anselm (el sonido del tiempo)”, el documental de otro gran artista europeo, su amigo Wim Wenders, que está previsto que llegue el día 13 a las pantallas comerciales de Hego Euskal Herria. Estrenado en el Festival de Canes de 2013, poco después se pudo ver en las salas del Estado francés. Con él, Wenders continúa su serie de trabajos biográficos, como el dedicado a Pina Bausch en 2011.
PASADO, CATARSIS Y LABERINTOS
Kiefer es considerado uno de los artistas más influentes de nuestra época. Sus obras figuran en las colecciones de museos de todo el mundo y están valoradas en millones de euros. En este preciso momento, para hacerse una idea, protagoniza al menos cinco exposiciones internacionales. Este documental es también un viaje y un encuentro entre los dos artistas alemanes vivos más relevantes, que tienen mucho en común, empezando por su año de nacimiento: 1945. Kiefer, el 8 de marzo, cuando el primer pelotón estadounidense cruzó el puente Ludendorff sobre el Rin, acelerando el final de la Segunda Guerra Mundial; Wenders, el 14 de agosto, una semana después del bombardeo de Hiroshima y Nagasaki. Ambos forman parte de la primera generación de artistas que obligaron a Alemania a enfrentarse a su pasado en los años 60: si el cineasta optó por distanciarse geográficamente para enfrentarse a su legado histórico, Kiefer hizo de la catarsis la motivación de su búsqueda artística.
La película nos permite absorber la escala épica de los lienzos que empequeñecen al artista. En el curso de su carrera, Kiefer ha vivido y trabajado en Alemania, Portugal, Estado francés y Estados Unidos, pero el enclave más espectacular es La Ribeaute. Situado a 70 kilómetros al nordeste de Avignon, Kiefer vivió y creó allí entre 1992 y 2007. Una fundación se encarga de preservar este lugar, concebido a manera de testamento artístico.
¿Por qué Kiefer?, le preguntaron en Cannes a Wenders. «Tengo muchos amigos pintores -respondió-. Pero no tenía curiosidad por filmarlos porque no tenía ninguna pregunta que hacerles. En cambio, con Anselm no podía entender cómo alguien puede pintarlo todo, sin excepción, y producir una obra tan rica y variada. Puede ser escultor y arquitecto. Puede construir pasajes subterráneos, con un número increíble de pabellones, un anfiteatro y una cripta. Lo que había construido allí era una locura».

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