Diagnosticarse interesante
Costa-Gavras es absolutamente literal en su adaptación del ensayo escrito por el doctor Claude Grange y el filósofo Régis Debray, sobre sus encantadas conversaciones alrededor de la muerte. Literal, en tanto que -en la línea de “Comportarse como adultos”- rechazará ocultar el carácter de muestrario ilustre o de viñetario didáctico de su tibia narrativa. Kad Merad y Denis Podalydès visten una bata blanca para elucubrar a discreción acerca de la necesaria reconquista de la muerte, a manos de una medicina violenta y automática. Satisfecha, “El último suspiro” acumula sin mojarse “interrogantes” de sobra transitados acerca de las dimensiones humanas, sociales y económicas de los cuidados paliativos; así lo explican la troupe de expertos que convoca en cameos, como la oncóloga Karin Viard o la periodista Elisabeth Quin.
Son temas que con un poco de suerte “les van a interesar” (esto lo preconiza el mismo Kad Merad en la película) pero que, obcecados en su propia convicción, no tratan de ir más allá del puñado de no-ficciones que estos años han mirado al sistema sanitario como territorio a reconquistar. Claire Simon, por ejemplo, ya abordaba en “Nuestro cuerpo” las complejas conversaciones hospitalarias sin ápice del didactismo infantil de Costa-Gavras: una claridad que suspende todo realismo, pero que ni se acerca a los descubrimientos formales de Manoel de Oliveira o de Pedro Costa, cineastas y viejos pensadores. “El último suspiro” tiene el interés estético de una pared de hospital.

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