Raimundo FITERO
DE REOJO

En sede judicial

Balbuceamos conceptos arrancados del bien común para convertirse en balas de fogueo en manos, voces o escrituras de los mayores trileros de la vecindad invisible. ¿Cuántos años hace que los juzgados, sus fachadas y entradas laterales, sus escaleras, sus aledaños, esas puertas de apertura simple custodiadas por diversos uniformes se convirtieron en platós televisivos o en redacciones volantes? Lo digo rápido, en el siglo pasado ya existía la condena del telediario. En poco tiempo se convirtió en un género de desinformación, un compendio de espanto, escándalo o entretenimiento político.

En sede judicial seguimos para explicarnos la deficiencia estructural de nuestras expectativas regenerativas. Las sospechas sobre la tendenciosidad imperante en los juzgados de toda índole crecen de una manera exponencial entre la ciudadanía más absorta en su supervivencia, compitiendo con todos los esfuerzos para convertir una declaración circunstancial de un testigo en una condena. Cada vez que un político de fortuna, como nuestro Borja Mari, se pone a defender la independencia de los tribunales sabemos que un urogallo ha perdido una docena de plumas a causa del ciclón producido por esa acumulación de cinismo.

Los tribunales en todas las instancias se han convertido instancias políticas que suplantan la labor de partidos, medios de comunicación y parlamentos. Y eso no es un buen síntoma. Pese a que pongamos muchas esperanzas en la instrucción de la jueza de Catarroja sobre la dana y veamos la absoluta falta de respeto institucional de los miembros de la banda de Feijóo.