Documental o espectáculo
Hay sintagmas que se quedan obsoletos y cuando hay tantos estímulos televisados para cortocircuitar la razón colectiva, decir que lo de Trump y Musk es un reality show es adentrarse en unos formatos que hoy están superados hasta en el consumo interno, porque ver a la presidenta de la Comunidad de Madrid ejerciendo de estrella del cuñadismo ultra, no saludando a una ministra y saliendo de la sala de la conferencia cuando alguien utilizaba lenguas oficiales del reino de España, ¿cómo se llamaría en términos de técnica audiovisual o de escuela de diplomacia política?
Es posible que los jóvenes vean porno, pero hay cosas peores y las sufro por atender a lo que parece que sucede, o al menos todo aquello que los medios, sean de la Brunete, la izquierda gaseosa o el nacionalcatolicismo, me sirven para que me atiborre de grasas muy saturadas, proteínas desbordantes de clembuterol, hidratos y anabolizantes que me hacen entender el mundo como si fuera un vertedero donde la política partidista es algo contaminante y permite que Esperanza Aguirre diga sin inmutarse que «a la larga fue mejor la dictadura que la II República». Y Marlaska paseando a su perrita junto a toda la fiscalía despistada.
Por lo tanto, las noticias que nos escupen de manera ordenada no se sabe si son un servicio público, un documental sobre vertidos tóxicos o un simple espectáculo que nos sirven para entretenernos viendo a unos monstruos contemporáneos con gorra roja, con pamela, con zapatos de charol, a unos que les gusta las cañitas o los alcaloides y que sonríen apretando los molares.

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