¿Progreso hacia la nada?
Lejos de las connotaciones nihilistas que el enunciado pueda sugerir como reducción de toda la existencia a la nada, sí que debe hacernos pensar si la dirección que estamos tomando como individuos y sociedad es la correcta o, por el contrario, nos está alejando de los objetivos y metas reales propuestas, y por qué no, también de las utópicas, de un mundo más amable y justo para todas.
Cada vez genera más dudas si la asimilación y adaptación de la sociedad a los avances tecnológicos, digitales y científicos es la adecuada y se corresponde con las necesidades individuales y sociales o solo obedece a los intereses de las minorías elitistas y oligárquicas. Considero que debería existir una reciprocidad real entre lo que la sociedad y el planeta necesitan y el supuesto desarrollo que se nos pretende implantar.
El inolvidable Pepe Mujica decía que uno nace y vive para ser feliz, o al menos para intentarlo, en la certeza, por supuesto, de que toda vida tiene un final y que este es la muerte. Pero en los periodos de las distintas etapas vivenciales, disfrutar de lo que en cada caso corresponde, además de trabajar, como fin en sí mismo, por una sociedad más justa.
No hay duda de que todos los avances y mejoras deben ser bienvenidos, sin cuestionar, al menos de entrada, lo que las nuevas tecnologías y su imparable progresión e invasión en nuestras vidas puedan aportar en beneficio y ayuda para conseguir el objetivo de una convivencia en paz y libertad en un mundo con menos desigualdades sociales.
Los progresos en la detección de enfermedades y su prevención; en las comunicaciones, información; anticipación a los fenómenos naturales o desastres climáticos; sistemas de formación, aprendizaje o enseñanza; medios de producción; transacciones comerciales o de datos, etc., merecen ser celebrados y aplaudidos en cuanto a su implicación en la mejora de la vida de las personas y del conjunto de la sociedad.
El problema surge cuando estas nuevas tecnologías e inteligencias digitales se utilizan en beneficio de las elites al objeto de acumular más riqueza y a la par ejercer un mayor control y provocar una mayor desigualdad en la población. Lo que lleva a reflexionar acerca de si las personas o la sociedad en su conjunto son más felices, viven mejor y son más libres, o la percepción es la contraria.
No hay duda de que actualmente la realidad ya supera la ficción, que como en los icebergs lo conocido, visto, o eso de lo que nos enteramos, no es nada comparable con lo que desconocemos de la realidad que se esconde tras los secretos de los laboratorios y centros de poder. La resiliencia de la sociedad en su capacidad de asimilar o adaptarse a la estratosférica velocidad de los cambios y nuevas formas de vida está empezando a resentirse.
Hay crispación, inquietud o desasosiego y agresividad. No me atrevería a decir que ello es producto de la sobreinformación dirigida, ¿desinformación?, pero sí posiblemente por la ansiedad de equipararnos a las referencias que nos muestran, lo que nos lleva a mirarnos en sus espejos, traduciéndose en un desmedido afán por poseer, acentuando cada vez más uno de los grandes males de nuestra sociedad: el sobreconsumo.
Por no mencionar la pérdida de identidad o la indolencia y desorientación en gran parte de la sociedad y, lo más preocupante, en las nuevas generaciones.
Lo estamos viendo cada día que pasa en los comportamientos a nivel de comunidad, el individualismo marcado por la adicción a móviles, comercio electrónico, plataformas, redes, etc. se ha convertido en algo común sobre todo en jóvenes. Todo es fácil y sabido, nos viene hecho, basta con mirar una pantalla a través del buscador, plataforma, red o “asistente” digital. Pensamos que sabemos lo que pasa, pero no se tiene ni idea de lo que está ocurriendo. Creemos que conocemos todo y de todo y no tenemos ni idea de nada.
El poeta serbio-estadounidense Charles Simic definía estos tiempos como «la era de la ignorancia», y desde mi punto de vista no le falta ni un ápice de razón. Hay que recordar a Platón, Sócrates… que entendían como conocimiento la consciencia de nuestra ignorancia y la necesidad de poner en práctica lo poco que sabemos en favor de la humanidad. En contra de los sofistas, capaces de convencer a través de la dialéctica, pero incapaces de poner en práctica sus ideas, como ocurre con el bienestar que tratan de vendernos.
Si los conocimientos o avances tecnológicos y científicos únicamente cubren la codicia y ansias de poder y control, y no los ponemos en beneficio de la sociedad, difícilmente podremos decir que evolucionamos, siendo lo más probable “morir de éxito” a cuenta de este supuesto progreso.
Sería recomendable realizar, aprovechando la IA, un ejercicio algorítmico, uno más de los miles que continuamente se realizan para conocer nuestras preferencias, hábitos, tendencia, pensamiento y todo aquello que hasta hace poco podíamos considerar como infranqueable y patrimonio de nuestra privacidad, para conocer los efectos e incidencia con que las nuevas tecnologías, comunicaciones, redes, control de la información, fake news, filtración de datos, etc. han contribuido al blanqueamiento, crecimiento e implantación de los movimientos neoliberales, fascistas y de extrema derecha, así como en la perdida de sensibilidad y conciencia en amplias capas sociales, tanto como para ser capaces de asistir con total inacción y obscena pasividad ante criminales genocidios como el que actualmente se está ejecutando en Gaza, u otras vulneraciones de los derechos humanos más elementales a lo largo y ancho del planeta.

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