Nahia PUENTE GUTIÉRREZ
GAURKOA

Deshumanizados e inhumanos

Es frecuente oír que el Gobierno israelí presenta a los palestinos como seres deshumanizados para poder asesinarlos sin remordimientos, y que, con ello, demuestra cuán inhumano es. Esta idea tiene algo que debe ser matizado. En primer lugar, según el DRAE, deshumanizado e inhumano son sinónimos. La primera de esas palabras significa «que ha perdido ciertas características humanas, especialmente los sentimientos»; la segunda, «falto de humanidad», es decir, «falto del conjunto de cualidades propias de los seres humanos». Es evidente que los palestinos no han perdido, ni nadie puede hacerles perder, ninguna de las características humanas, y menos los sentimientos, como demuestra el dolor que nos transmiten sus imágenes. En un país como Euskal Herria, azotado hasta hace no mucho por la inhumana tortura, sabemos que el maltrato no deshumaniza a la víctima, sino al maltratador.

En segundo lugar, asesino no es solo el Gobierno israelí, porque lo son también los miserables que ejecutan sus órdenes infames. Hemos visto a militares disparar contra civiles e, incluso, nos han llegado imágenes de un soldado que extrae de entre las ruinas un pijama de mujer, se lo viste sobre el uniforme y, entre risas, simula los gestos y andares de una mujer palestina, seguramente asesinada minutos antes en el bombardeo que había hecho añicos su casa.

¿Y qué decir de los ciudadanos israelíes? Nadie, especialmente políticos y periodistas, se atreve a criticar el genocidio de palestinos sin insistir en que los civiles de Israel no son culpables. Es obligado hacerlo, para no ser acusado de cometer el sacrilegio que llaman «antisemitismo» (¿cómo puede ser antisemita quien apoya a los palestinos, y, a la vez, execra a los israelíes, si los palestinos, como los israelíes, pertenecen al mismo pueblo semita?). Pues, sepan quienes tal opinan que todos los regímenes asesinos se han sostenido sobre la base de una buena parte de su población salpicada de sangre. Los criminales que ocasionaron la noche de los cristales rotos eran nazis civiles (lo eran incluso los que formaban la SA), que mataban a sus vecinos judíos. Franco no salía de su palacio sin que una multitud de entusiasmados fascistas corriera a la calle a vitorearlo.

En cuanto a los israelíes, tenemos vídeos de colonos que matan a palestinos impunemente (recordemos al asesinado Odeh Hadalin, participante en el documental oscarizado en la última edición del festival); recientemente, hemos visto a ciudadanos organizar una multitudinaria jornada de barbacoas en el lado israelí del muro, para que a los hambrientos palestinos les lleguen los olores de una opípara comida que no probarían; no se ven israelíes que manifiesten en la calle su rechazo al genocidio, salvo un puñado de miembros de oenegés defensoras de los derechos humanos apaleados por la policía. Estos días hay manifestaciones contra los preparativos para ocupar Gaza, pero por el miedo a que los rehenes puedan ser víctimas de la locura de Netanyahu. Véase, en fin, la encuesta realizada por la Universidad de Pensilvania el pasado junio: el 47% de los judíos israelíes está a favor de matar a todos los palestinos de Gaza, porcentaje que subía al 82% cuando se preguntaba por «expulsarlos por la fuerza».

Mención aparte merecen esos «simples» (¡pero qué peligrosos!) ciudadanos que son todos los rabinos, que proclaman que los israelíes no solo tienen derecho a asesinar a quienes habiten en «su» tierra, sino el deber de hacerlo, pues así lo ordenó su Dios (un tal Yahvé, que igualmente es Dios de los cristianos), según consta en su sagrada Torá (y también en la no menos sagrada Biblia cristiana, por cierto). Decía Freud (un ateo de sangre judía) que «la inmoralidad ha hallado siempre en la religión un apoyo tan firme como la moralidad». Y el judaísmo, que impregna la mente de la mayor parte de los israelíes, es la mejor prueba de ello. En este sentido, no se olvide que el primer ministro Isaac Rabin fue asesinado por un ferviente judío por acordar la paz con los palestinos, después de celebrarse innumerables manifestaciones en las que se pedía la muerte del «traidor» Rabin (Yigal Amir, su asesino, declaró a la policía que había actuado «por orden de Dios»).

En tercer y último lugar, algo tienen que ver en tantos asesinatos gobiernos de países supuestamente democráticos, como EEUU y Alemania, que sustentan a los genocidas israelíes. Como mínimo, merecen ser despreciados como colaboradores necesarios que son del exterminio palestino. Y, cerca de ellos, el Gobierno de la UE, que, brújula en mano para asegurar que dirige su mirada al punto del mapa opuesto a Gaza, permanece en posición de «impasible el ademán». Hace unos días, en una entrevista en la SER, J. Borrell decía que «Europa ha perdido el alma en Gaza». En su lenguaje religioso está diciendo que el Gobierno de Europa ha perdido su componente humano, que es deshumanizado e inhumano. Curioso que se exprese así quien hasta hace medio año formó parte del Gobierno europeo, dirigido... ¿cómo decimos? ¿por la misma persona, o por el mismo ser deshumanizado, inhumano y sin alma que presidió su Gobierno, señor Borrell?

En resumen, hablamos de entes que no se inmutan cuando matan de hambre a un niño; que no sienten que acabar con un pueblo es un crimen que empobrece a la humanidad; que no se conmueven al contemplar el dolor ajeno; que, al contrario, disfrutan causando el mal. Son seres que han perdido las características que nos distinguen de los animales. Son seres deshumanizados. Son seres inhumanos.