EDITORIALA

Una bicefalia capada, una gobernanza excluyente y una política de alianzas inservible a futuro

Uno de los puntos de atención en la política vasca es cómo se articulará la bicefalia del PNV. Aunque esa fórmula de dirección tiene mucha fama -quizás más entre algunos analistas metropolitanos-, desde la salida de Xabier Arzalluz ese modelo ha sido, cuando menos, tumultuoso.

Un repaso a la cohabitación de los lehendakaris y los dirigentes jeltzales evidencia lo complicado de gestionar a pares la dirigencia partidaria y el máximo cargo institucional de la CAV. Josu Jon Imaz se tuvo que marchar dejando en Lehendakaritza a Juan José Ibarretxe, a quien se cepillaron, por un lado, la Ley de Partidos y, por otro, Iñigo Urkullu, que más tarde cayó a manos de su exsocio Andoni Ortuzar, quien para sustituir a Urkullu puso a Imanol Pradales como lehendakari y al poco tiempo probó de su propia medicina, forzado a entregar la makila a Aitor Esteban. Bajo la bicefalia, el estado natural de los jelkides es la intriga interna y la conjura externa.

En medio de esos relevos más o menos traumáticos, el PNV ha tenido épocas mejores y peores. Algunas muy buenas, casi ninguna tan mala como la actual. Atado a un PSE que le ha tomado la medida, aparece desnortado. Solo tiene un principio rector reconocible: está dispuesto a decir y hacer cualquier cosa con tal de no compartir el poder con EH Bildu.

El caso de Gipuzkoa es particularmente llamativo: gobiernan como si Maddalen Iriarte no hubiera sacado 15.000 votos y cinco escaños más que Eider Mendoza. Si con ese equilibrio de fuerzas y esas perspectivas no se habilita otro modo de gobernanza, no excluyente y más democrático, está difícil avanzar.

Sin más plan que aguantar y regar las redes clientelares, están dispuestos a sacar los presupuestos de la mano del PP. Ojo, aunque Eneko Andueza se ponga flamenco, en Gipuzkoa el PSE pacta con el PP, partido que acosa y busca encarcelar a sus líderes.

Dicen que en el PNV pesa la experiencia irlandesa. Tras los Acuerdos de Viernes Santo, el Sinn Féin logró la hegemonía y el SDLP de John Hume, con quien se comparan los jeltzales, cayó en el ostracismo. Tras la década perdida de Urkullu, no hay riesgo de que emulen a Hume, pero sus líderes deberían intentar no imitar a David Trimble: siempre altivos, enojados y desconectados de la evolución social de su pueblo.

EL PRIMER PLENO DEL TÁNDEM PRADALES-ESTEBAN

Aitor Esteban acudió al pleno de política general en el Parlamento de Gasteiz y, aparentemente, la mayor diferencia con su predecesor, Andoni Ortuzar, fue su esfuerzo por no sentarse al lado de Arnaldo Otegi.

Para ser honestos, pese a una mayor sintonía personal, bajo el mandato de Ortuzar se forjó y blindó el pacto de hierro con el PSE. Y, por ejemplo, no dejó a Pradales margen para revaluar la política de alianzas cuando lo eligió para ser la otra cabeza de la bicefalia.

Ese modelo responde al principio «primus inter pares», siendo el presidente del partido el líder y el lehendakari su subalterno; cualificado, pero subordinado. Eso explicaría la inacción del lehendakari Pradales, que ha coincidido con la crisis del PNV. También explica que se inhiba hasta junio del debate más importante, el de estatus. De ahí, asimismo, la disonancia entre su discurso y que luego priorice la alianza con Andueza a la dialéctica con Pello Otxandiano.

En este sentido, el propio lehendakari y algunos miembros de su Ejecutivo aceptarán, aunque sea con amargor, que lo más ilustrativo del debate fue la última réplica del representante de EH Bildu, que visiblemente harto de la mediocridad y las trampas, destapó una tras otra las excusas que se ponen para no hacer las cosas de otra manera, más edificante y realista. Otxandiano demandó que el lehendakari Pradales responda a sus ofertas. Para eso, Pradales deberá oír primero a Esteban. Sus gestos hablan por él.