Amparo LASHERAS
Periodista
AZKEN PUNTUA

Título: Cualquier día, a cualquier hora

Cualquier hora es buena para recibir y abrazar a un preso. No importa que sean las ocho, las tres de la tarde o las dos de la madrugada. Las horas se cuentan en un reloj muy preciso, con minutos que sólo marcan el horario de la libertad. La espera se vuelve inquieta pero alegre, impaciente, cargada de cariño, de amistad y de esa emoción militante de la que tan poco se habla. Algunos de los que el jueves fuimos a saludar a Josu Diaz de Heredia no le conocíamos y, sin embargo, tal vez por pensar y ser lo que somos, nos implicamos en ese momento único que supone, tras veintisiete años de cárcel, recobrar la libertad; tocarla con la mano y empezar a vivir con ella. Lo que se siente al volver a casa, respirar el aire, el frío y la lluvia, que siempre parecen iguales si se han recordado durante décadas, pertenece en exclusiva a quien lo siente, al que vuelve. Los demás retenemos en nuestro bagaje emocional la impresión emocionada de la espera, de los abrazos, del viento y la madrugada, de estar allí con el sentimiento contenido de no saber qué decir porque es un momento grande. Luego regresamos a la calle y volvemos a iniciar el camino. En la cárcel de Sevilla II la huelga de hambre, llevada a cabo por once presos vascos en defensa de sus derechos, se prolonga indefinidamente en una espera sin relojes. En la carretera hacia Andalucía, varios autobuses atraviesan la noche para ocupar la mañana de este sábado y, frente a la prisión de Morón, llenarla de denuncia y solidaridad. A veces tengo la impresión de que la historia, igual que las autopistas, nos lleva de un lado a otro. Y mientras el tiempo se deshace en cada kilómetro vivido, cualquier hora es buena para salir de la cárcel o gritar ante ella.