Raimundo Fitero

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Quizás Nelson Mandela haya sido uno de los hombres más influyentes en gran parte del siglo XX. Desde luego, simbólicamente, es la voz de la conciencia, el que encarna la lucha contra la discriminación racial, el que logró derrocar a un enemigo que parecía invencible a base de fases diversas del proceso con la lucha armada y la política. El preso de conciencia que más daño causó a sus opresores, a sus carceleros, a un régimen sudafricano donde dominaban los blancos minoritarios sobre una mayoritaria población africana empobrecida, castigada, esclavizada y que de la mano de Mandela y su movimiento logró la emancipación. O al menos lograron establecer un régimen más equitativo, una democracia más plena, y convirtieron a su país en uno de los más prósperos de África.

Ha muerto, con una edad que también pude entenderse como parte de su misma leyenda. Tras veintisiete años de prisión, vivir hasta los noventa y uno es algo extraordinario. Pudo ver establecerse, desarrollarse su obra magna, con otros presidentes, otros líderes pero siempre bajo su mirada hasta este momento. Le sobrevivirá su labor política. Es un símbolo de resistencia y de acción. Un ejemplo, en este caso al que no le hacen falta añadirle retóricas, ni palabras huecas. Su vida es su obra. Su compromiso es su alegato político.

Vemos las declaraciones de quienes han sido, y son, sus enemigos ideológicos y produce rabia. Ahora son todos mandelistas, cuando durante décadas colaboraron con el gobierno blanco y opresor sin ningún tipo de reparo. Hoy le alaban quienes lo ignoraron, quienes lo ningunearon. Hoy, los que están en las antípodas de su visión del mundo se apropian de su figura. Son estos tiempos tan mediáticos, en los que su figura estuvo tan utilizada, hasta en un partido de fútbol que acabó con una estrella en la camiseta de los mercenarios de La Roja. He leído, que el número 46664, un capicúa espléndido se ha agotado en todas las administraciones de loterías. ES la manipulación de la historia. Su número de preso puede dar suerte. Dinero. Imbéciles. Es el número de la vergüenza, el que recuerda la injusticia instaurada al calor del discurso oficial belicoso e imperialista.