Los altos mandos militares ucranianos han exhortado al presidente -y comandante en jefe de las Fuerzas Armadas- de Ucrania, Víctor Yanukovich, a que tome medidas de inmediato para estabilizar la situación y hacer frente a la «amenaza» que pende sobre la integridad territorial. Hasta la fecha, el Ejército se había mantenido en una posición neutral y la legislación ucraniana no contempla su utilización en conflictos político-sociales. Pero en caso de que Yanukovich decretara el estado de excepción, el Ejército sí podría intervenir directamente y el presidente tendría un amplio margen de maniobra. Otra cosa es que lo haga, que se salga del guión de hacer concesiones a la oposición y gestos como la amnistía que, aunque hayan sido rechazados por aquella y parezcan debilitarle, le permiten ganar tiempo y mostrar iniciativa. Pero decretar el estado de excepción sin duda sería un punto de no retorno.

Dar un puñetazo militar en la mesa no cambiará el curso de los acontecimientos en Ucrania. Y de hacerlo, lo hará a peor. Es lo que tienen ciertas «revoluciones»: a menudo son concebidas por idealistas, implementadas por fanáticos y sus frutos robados por oligarcas sin escrúpulos.