Iñaki URDANIBIA
poesía

Versos del límite

En el campo de la poesía hay algunas que resultan herméticas (ejemplos podrían ser las de los Georg Trakl o Paul Celan) mientras que otras son transparentes como el agua cristalina (Ángel González o Claudio Rodríguez tal vez); en el caso que nos ocupa nos movemos «entre-dos» tanto en lo que hace a lo recién afirmado como en lo referente a la temática. Los versos de Hasier Larretexea se deslizan por motivos existenciales, a ras de vida, allá en donde todos nos movemos o somos movidos, al tiempo que hay algunos que se escapan hacia terrenos -por denominarlos de algún modo- más etéreos, no me atrevo a decir metafísicos (topos que dejamos para el desaparecido Eugenio Trías). Ya desde el título de su obra traducida del euskara (originalmente se publicó por Alberdania bajo el título de «Atakak») se vislumbra que vamos a hallarnos en zonas separadas y al tiempo unidas, ya que las barreras, las vallas, las fronteras son separaciones y a la vez puntos de unión... no caeré en la facilonada de señalarlo como caso paradigmático de unidad y lucha de contrarios que satisfaría a un apresurado lector de, pongamos por caso, Marta Harnecker.

Muchas veces en tales zonas limítrofes se ve el umbral de las delimitaciones borrosas, lugares -tantos físicos como síquicos- de innegable interés y que mucho han preocupado a los humanos, al menos a algunos que han sabido valorar los puntos de confluencia, más que los de abismo separador entre dos: así, por ejemplo, al bueno de Descartes le preocupaba la separación difícil entre sueño y vigilia, a Peter Singer o a Frans de Waal el cercano parentesco que une/separa a algunos animales y a los humanos; en otro orden de cosas, recuerdo el magnífico discurso académico de José Luis Sampedro que elogiaba la frontera como lugar desde el que se ve el otro lado y a los que allá habitan, a pesar de la supuesta diferencia que los desune, nada digamos del ser fronterizo Wacharski, empeñado en crear nexos de unión entre judíos y palestinos... hallando como lugar privilegiado para el contacto las mugas que balizan -de manera impuesta- las diferencias decididas por distintas instancias clasificadoras.

Es la palabra, la que en los poemas del baztandarra Larretxea juega el papel de facilitar la comunicación de lo mismo y lo otro, situándose en ambos lados de la franja que queda en medio, en el devenir de quien pasa de la niñez a la edad adulta, de zona rural a urbana; son los versos fragilizadores de las distinciones tajantes e inamovibles que no suponen desplazamiento y no me refiero únicamente al nivel topológico sino al cronológico y si es caso al ideológico. El verbo juega el papel de deslizante para propiciar -asistidos por Hermes- los tránsitos que hacen franqueable lo que en un principio se tiende a considerar como netamente infranqueable, en un constante juego de combinaciones que ligan los pasos del heracliteano todo-fluye en que consiste la existencia, a la que estamos arrojados en identidades fluctuantes en las que se inmiscuye la diferencia tendente a la liquidez - tan manida por Zygmunt Bauman- toma carta de naturaleza.

Confluyen en las poesías recuerdos, paisajes, olores y hasta sabores que van conformando una vida que son muchas, o al menos varias en una, y... si el otro decía que «todo es interpretación», quizá la aquí expuesta resulte discordante con respecto a otras que ponen más el acento en la distinción y en los puntos fijos, quizá hasta la del mismo poeta, mas sabido es, fijo que Hasier Larretxea lo sabe bien, que los poemas son como botellas lanzadas al mar, y unas son halladas y otras se pierden en la inmensidad de los océanos, y las que encuentran receptor, dependerá del bagaje, y de la situación atravesada, de este, para aprehender el mensaje de uno u otro modo.

Sabiendo mantener la mirada más profunda sobre la vida, el amor, la soledad y el silencio... Larretxea nos entrega sus píldoras para el paciente paladeo.