Mikel CHAMIZO DONOSTIA
Entrevue
Aitzol Iturriagagoitia
Bibolin jolea

«Es maravilloso que un festival de esta envergadura apueste por la gente de casa»

Natural de Eibar, el violinista Aitzol Iturriagagoitia lleva 20 años desarrollando su carrera musical en Alemania. Fundador de los cuartetos Iturriaga y Arriaga, hoy y mañana se presenta junto al pianista alemán Christian A. Pohl en el Musika-Música de Bilbo con las sonatas para violín de Beethoven y Brahms.

Tras actuar anoche en el «Triple concierto» de Beethoven junto a Marta Zabaleta, Iagoba Fanlo y la Orquesta de Euskadi, Aitzol Iturriagagoitia encara la ambiciosa tarea de interpretar las sonatas para violín de Brahms y Beethoven junto al pianista alemán Christian A. Pohl, en cuatro recitales que tendrán lugar hoy (a las 11.00 y 21.45) y mañana domingo (a las 12:30 y 19:00), en el marco del festival Musika-Música.

Va a enfrentar cinco conciertos en tres días. ¿Cómo se prepara uno para tan intensa actividad?

Cuando el año pasado Begoña Salinas me propuso tocar las sonatas de Brahms y Beethoven lo primero que pensé fue en colaborar con el pianista Christian Pohl, que vive en Leipzig, como yo. Pensé en él porque un programa así hay que prepararlo con calma, en un proceso de lenta maduración. Piensa que se trata de sonatas que están escritas por dos grandes genios, tanto en un plano musical como intelectual, y acercarse a su significado profundo no es fácil para los intérpretes. Lograrlo requiere preparación y una maduración en común con el pianista, es decir, tiempo y cercanía.

¿Qué evolución se puede ver desde las primeras sonatas para violín de Beethoven a las últimas?

El de las primeras sonatas es un estilo muy claro: se percibe perfectamente su tonalidad, los acordes están muy definidos y el violín muestra los temas de forma directa. Hacen gala de un desarrollo clásico, sin sorpresas, aunque no por ello menos magistral. Pero según avanza en las sonatas Beethoven va añadiendo profundidad. La número 4, por ejemplo, es mucho más oscura y dramática, con un tercer movimiento que es casi como un concierto de rock. Y esto se acentúa en las sonatas 6 y 7, que rompen cada vez más el discurso convencional.

Aunque sus obras para violín, especialmente el «Concierto», son muy conocidas, ¿aportó Beethoven alguna evolución a la forma de tocar el violín, como sí lo hizo con el piano?

Hay una anécdota de cuando Beethoven estaba ensayando con el Cuarteto Schuppanzigh. Estos estaban analizando las dificultades de la partitura y pensando cómo podían abordarla desde un punto de vista más violinístico. Pero Beethoven les advirtió: «A mí vuestras dificultades no me importan, lo que quiero es que hagáis mi música». No se sentía limitado por los instrumentos, aunque obviamente los conocía muy bien. Lo que hizo Beethoven, más que llevar la técnica del violín más allá, fue darle una importancia que no tenía desde el punto de vista musical. Sobre todo con el «Concierto para violín», que marcó un antes y un después, al ser el primer concierto con la grandeza de una sinfonía. A partir de entonces los compositores comenzaron a escribir conciertos para violín de 30 o 40 minutos, cuando lo habitual antes es que durasen en torno a 15 o 20, como sucede con los de Haydn o Mozart.

Brahms es considerado, en muchos aspectos, un continuador de Beethoven. ¿También en sus sonatas para violín?

Las sonatas de Brahms, aunque todavía hay muchos detalles clásicos en ellas, son ya obras muy delicadas, repletas de pianísimos y medias voces. Son obras más íntimas, formalmente menos rígidas, que no buscan convencer al público con la afirmación de Beethoven. Quizá no son lo que puede esperarse de una sonata para violín, pero esconden gran belleza y las construcciones que Brahms hace en ellas están ya, armónica y rítmicamente, orientadas hacia el siglo XX.

¿Cuál es la principal diferencia interpretativa al abordar unas u otras?

Hay un elemento común que es el lenguaje. Ambos compositores son alemanes y la base de su lenguaje es parecido. Donde sí hay diferencia es en el tipo de expresión, en la manera de producir el sonido. Beethoven en sus primeras sonatas es muy claro, articulado y bien pronunciado, como si hablase en euskera o alemán. Pero cuanto más vas avanzando en el desarrollo de estas sonatas, llegando a las últimas de Beethoven y pasando a las de Brahms, es como si todo se volviera cada vez más trascendental. Como si empezaras a hablar con alguien de cosas cotidianas y, cinco horas más tarde, termináseis en las divagaciones más profundas. Esa es la sensación que yo tengo para estos dos días de conciertos: una conversación larga e intensa con el público.

Este año, en que la organización del Musika-Música se ha separado de la Folle Journée de Nantes, parece que hay mucha presencia de artistas vascos. ¿Cree que la música clásica vasca puede sostener con calidad un festival tan ambicioso?

Desde luego que sí. A nivel de Euskal Herria y del Estado hay muchos colegas que están tocando en las mejores salas del mundo. Muchos de ellos jóvenes, otros no tan jóvenes, pero todos con una gran experiencia a sus espaldas, así que no tenemos ninguna razón para escondernos. Me parece, en ese sentido, un momento casi histórico, y es maravilloso que un festival de esta envergadura pueda apostar por la gente de casa. Nosotros estamos convencidos de nuestro potencial, pero en última instancia será el público quien decida si el resultado es mejor o peor.