Iñaki URDANIBIA
ENSAYO

Simone la proletaria

En los años setenta se daba en los ambientes maoístas del panorama hexagonal un fenómeno de establecerse (en un célebre libro, «L´etabli», Robert Linhart, miembro a la sazón de la Gauche proletarienne, relataba su experiencia dando cuenta a la vez del fenómeno) en las fábricas por parte de estudiantes con el fin de concienciar a los alienados trabajadores, llevar la revolución a las fábricas, que eran los lugares en los que residía, o debía residir, la fuerza motriz de la revolución. Hubo en otros horizontes otras inmersiones célebres: la de Jack London o la de George Orwell, que se dedicó a convivir durante una temporada con los clochards parisinos y con los vagabundos urbanos de Londres. Mención aparte merece la de Simone Weil, que no pretendía llevar mensaje alguno a los trabajadores sino conocer de cerca sus condiciones de vida, aun siendo consciente de que nunca sería como ellos, ya que el trabajo de fábrica no es una opción sino una obligación para quienes a él se dedican; no era su caso, pues fue tras lograr una plaza de profesora de filosofía en Puy cuando comenzó a codearse con los medios anarcosindicalistas y por medio de ellos a conocer el modo de vida en los hogares proletarios, en las tascas, y en las manifestaciones, participación solidaria que junto a los mineros le valieron insultos de la prensa local y alguna seria advertencia de la administración del ministerio de Educación, del cual dependía. A esta le solicitó una excedencia para poder dedicarse a la elaboración de su tesis en filosofía, «desearía preparar una tesis de filosofía centrada en la relación de la técnica moderna, base de la gran industria, con los aspectos esenciales de nuestra civilización, es decir, por una parte, nuestra organización social, por otra, nuestra cultura».

Tan grandilocuente petición fue culminada con su concesión, que ella aprovechó para entrar el 4 de diciembre de 1934 como peón en la fábrica Alsthom, más tarde trabajaría una temporada como obrera especializada (OS) en la Renault. La apuesta de Weil siempre se inclinó hacia los de abajo, quería conocer la vida real de quienes más duramente padecían las cadenas de la explotación y la opresión, y así sus compromisos se sucedieron acudiendo a participar junto a los libertarios, en la guerra civil, o ya en el límite, y por singular sentido de la empatía, no comer apenas con el fin de experimentar en su propia carne los padecimientos de sus conciudadanos bajo la bota del kolaboracionismo de Vichy, lo cual podría señalarse como causa de su temprana muerte, a los 37 años.

En Weil primero era la carne y luego era la palabra y la prosa; de este modo su temporada obrera fue una manera de experimentar en su propio cuerpo lo que no era y ella quería saber de qué hablaba. Su frágil salud le hacía dudar entre aprovechar «los gérmenes de grandes cosas» -que según ella poseía en su interior- o poner fin a sus días. La entrada en la fábrica fue su salida: una experiencia que alimentase sus reflexiones sobre la emancipación y una aproximación a la interioridad de la vida obrera. Su experiencia de 150 días, si se descuentan los periodos de paro y los de baja por enfermedad, quedaron reflejados en esta obra que, ahora se publica íntegramente en castellano, refleja su sorpresa inicial ante la falta de solidaridad entre los trabajadores, y desvela los mecanismos que hacen que los obreros en el proceso productivo se olviden de sí mismos para finalizar siendo meros instrumentos al servicio del patrón. Su «Diario de fábrica» detalla los aspectos más nimios, subraya de manera fragmentaria la pérdida de dignidad que produce el trabajo en cadena, el espíritu sumiso que se va reproduciendo al hacer convertirse a los participantes en una prolongación de la máquina.

Obra compuesta de diarios, cartas y artículos que refleja la experiencia, que marcaron la filosofía y la moral de esta mística solidaria y que retrata la despersonalización que supone esa actividad que «nace con la persona», según cantaba el otro.