Fermin Munarriz
Periodista
TXOKOTIK

Barcínica

La soga más gruesa se rompe por el hilo más fino. La entrevista de «Vanity Fair» a Yolanda Barcina pudo haber pasado de manera inadvertida como un liviano compromiso en la agenda comunicativa de la presidenta. Sin embargo, podría resultar una de esas frágiles hebras de las que depende la robustez de la cuerda.

Craso error de la presidenta intentar sacudirse los despropósitos de su gestión atribuyéndoselos a la oposición y a la sociedad (apropiarse de generosas dietas opacas era «algo que se ha hecho siempre en democracia» y que formaba parte de «una tradición que estaba bien, pero ya no está»), repartiendo complicidades como quien siembra enredaderas para que la maleza le oculte.

Sus tretas para justificar corruptelas habían apuntado a políticos, empresarios, funcionarios, sindicatos y hasta alicatadores y conserveros. Como si se tratara de las páginas amarillas de los gremios, ahora ha tocado el turno a los periodistas, de los que dice que «sabían de las dietas, pero no preguntaban». A buen seguro, la presidenta contaba con que los palmeros de la prensa -que son muchos- le aplaudirían la ocurrencia, y siguió la cuesta abajo de la mentira hasta presumir (bar)cínicamente de que fue ella quien acabó con las dietas de la CAN.

Barcina se ha topado con la resistencia inesperada de las hemerotecas. De las preguntas que sí existieron y de sus respuestas falsas. Fueron, precisamente, las revelaciones periodísticas y las denuncias de la plataforma ciudadana Kontuz las que han conseguido sacar a la luz y poner fin al sistema de prebendas.

La entrevista ha evidenciado el coste de la cómplice negativa del PSOE a una moción de censura. Pero esta vez hay más: la altanería o el error de cálculo de una presidenta que se comporta convencida de no tener competencia en el cartel electoral de su partido ha chirriado entre propios y ajenos filas adentro. Presidente del Parlamento y alcalde de Iruñea han afeado su proceder, y hasta el propio periódico que ejerce como poder fáctico en el sostenimiento del régimen en Nafarroa ha reprendido públicamente a Barcina con cierta severidad por una expresión «impropia» de su cargo. La derecha española es consciente del riesgo de perder su hegemonía y de un cambio brusco en Nafarroa, y no está para ligerezas. Ni para ferias de vanidades. Porque, a veces, la soga se rompe por el hilo insospechado.