César Manzanos Bilbao
Doctor en Sociología
JO PUNTUA

Amores sin porvenir

Seguimos reproduciendo la idea de que en realidad el problema no son la policía, la justicia punitiva, el encierro o la televisión, creyendo que son instituciones imprescindibles e inevitables a humanizar «desde dentro»

Los cuerpos represivos del Estado imponen condenas de cárcel a la clase trabajadora cuando lucha por su derecho al trabajo. Las clases dominantes se lucran utilizando dinero público para incrementar la industria policial, penal y carcelaria tanto estatal como privada. La población está cada vez más acobardada por el terror que inyectan en las venas de nuestro cerebro las empresas mediáticas. El racismo, el sexismo y el clasismo, como la santísima trinidad, se despiertan de su leve letargo y se extienden, reeditando las formas más visibles, explícitas y salvajes que parecieron ser abolidas.

¿A que nos referimos? Infinitos ejemplos de hoy mismo. Los CIEs poblados de inmigrantes que son atrapados en las calles y en las cárceles por la Policía de extranjería. Condenas a años de cárcel en Bilbo y Pontevedra a jóvenes por movilizarse en defensa del derecho al trabajo. Y podríamos seguir con un inagotable etcétera. Todos ellos tienen nombres: Jon, Urtxi, Ana, Tamara, Oliver... Todos ellos son los chivos expiatorios de las políticas del estado permanente de excepción en el que vivimos, que infunde terror para que el aire que respiramos sea tan tóxico que nos aturda el sentido común con altas dosis contaminantes de miedo.

Pero lo peor no es esto. Lo peor es que nos empeñamos en seguir disculpando y amando a nuestros verdugos. Seguimos creyendo en la perversa consigna «otro mundo es posible», en otra policía, en otro sistema penal, en otra cárcel, en otra televisión, reproduciendo la idea de que en realidad el problema no son la policía, la justicia punitiva, el encierro o la televisión, creyendo que son instituciones imprescindibles e inevitables a humanizar «desde dentro». Así nos casamos una y otra vez con las mismas iconografías, sin poner en cuestión la sagrada familia, la sacrosanta monarquía, la salvadora policía, la incuestionable punición, la imprescindible clonación de estados de conciencia. Como en las relaciones de pareja, consideramos que no falla el modelo, sino la relación concreta, lo cual nos lleva a reincidir en amores sin porvenir y estar toda la vida dando vueltas y viviendo amordazadas por los mismos tópicos.

¿Podemos vivir otros amores? Sin duda que sí, pero sin tilde. Si extirpamos esos tópicos y organizamos nuestras vidas, nuestra acción política colectiva sin sagrada familia, sin vigilarnos, sin relaciones de poder, sin recurrir al castigo o al encierro, sin consumir el tiempo de la vida frente a una pantalla, improvisando, no colaborando y protestando para desnudar a la bestia y así deslegitimar el aparentemente real monólogo elogioso sobre la inevitabilidad de lo instituido, que oculta la permanente fragilidad de su pospolítica, es decir, su incapacidad de gestionar las mentiras y autoengaños con los que fabricaron su proceso constituyente que abocó a convertir los derechos que lo sustentaron en derechos torcidos mediante un proceso decadente y paranoico de devaluación constante de los derechos sociales, civiles y políticos, mediante la promulgación de leyes represivas, en aras de la sacralización de derechos como la propiedad y demás derechos adquiridos, que consagran el carácter instrumental de un autodenominado estado de derecho en manos de las élites de poder.