Periodista
Analisia | Alianzas en el conflicto iraquí

La guerra total en Irak desmiente los tópicos sobre la crisis en Siria

Hace siete días GARA era casi el único medio que, en la pluma de Karlos Zurutuza o del que esto firma, alertaba de que la actual ofensiva en Irak no era obra exclusiva de los yihadistas del ISIS e informaba de su alianza con sectores de la histórica resistencia política (Baath) y tribal suní a la ocupación de EEUU. Una ofensiva que, de paso, deja en muy mal lugar a los análisis conspirativos que llevan tres años reduciendo la cuestión siria a una simple injerencia extranjera occidental. La vieja teoría de que el enemigo de mi enemigo es mi amigo amenaza con saltar por los aires con las negociaciones entre EEUU e Irán para salvar a su aliado en Bagdad. Vivir para ver.

Irak asiste a una ofensiva armada suní que utiliza como punta de lanza al grupo yihadista Estado Islámico de Irak y el Levante (ISIS), por sus siglas en inglés).

La ofensiva es fruto de una alianza -el tiempo dirá si táctica o estratégica- entre esta milicia de choque, los restos del Ejército del desaparecido Saddam Hussein, incluido el grupo armado Naqhsbandi, del que fuera número dos de Saddam, Ibrahim al-Douri; y de dirigentes tribales suníes del norte y centro de Irak.

Como toda alianza que se precie, los objetivos que cada facción se marca con esta ofensiva podrían llegar a diferir y generar enfrentamientos internos que dieran al traste con la operación. Sin olvidar la posibilidad de que el Gobierno chií de Bagdad, con la ayuda inestimable de su padrino iraní -y de eventuales bombardeos estadounidenses- consiga frenar el avance de la ofensiva hacia Bagdad y recuperar así la iniciativa militar, lo que no podría en ningín caso evitar la partición de facto del país en tres entidades (sur chií, incluida la capital, centro-norte suní y noreste kurdo).

Este parece ser el objetivo inmediato de los sectores sadamitas y tribales suníes. Articular un tercer poder con capital en Mosul, segunda ciudad más poblada de Irak que ya durante el imperio otomano reveló su importancia como cruce estratégico de rutas económicas y políticas y que fue objeto de duras disputas entre británicos y franceses tras su victoria en la primera Gran Guerra en torno a su adscripción a Irak o Siria. El objetivo final, pero a más largo plazo, de los herederos del Baath sería lanzarse a la conquista de Bagdad y de todo el país. Pero eso ya es más complicado, si atendemos a la demografía de la capital y del resto del centro-sur del país.

No es esa la misión protohistórica que se ha marcado el ISIS, cuyo proyecto a largo es una suerte de restauración imperial de la Umma (comunidad de creyentes musulmanes) pero a corto pasa por la creación de un califato que una el noreste de Siria y el oeste de Irak. No en vano al ISIS mantiene desde hace medio año el control total sobre la ciudad siria de Raqa y tiene como objetivo la capital de la provincia petrolera de Deir al-Zoor. Al otro lado de la frontera y desde diciembre, controla partes de la ciudad de Ramadi y el total de Falujah, en la provincia iraquí de Al-Anbar.

Es precisamente el ataque del ISIS en diciembre de 2013 a Falujah lo que nos permite introducir el tercer elemento de la alianza en esta ofensiva, el factor tribal. Y es que fueron los líderes tribales de la ciudad que se hizo famosa como símbolo de la resistencia a la ocupación estadounidense los que «convencieron» al primer ministro iraquí, Nuri al-Maliki, para que se resignara a no lanzar hace meses una operación de reconquista de Falujah.

Está por ver hasta dónde llega la connivencia tribal con el ISIS en la actual ofensiva, pero es evidente que es un factor que a menudo pasa desapercibido en Occidente. A modo de ejemplo, la potente tribu árabe de los Chammar se extiende desde Mosul hasta el este de Siria y, pasando por el centro de Irak llega a las puertas de Ryad, capital de ¡Arabia Saudí!. Casualmente, su ámbito geográfico calca el cada vez más vasto escenario de la crisis que nos ocupa. Esa misma geografía explica de paso cuestiones como la de la financiación de grupos como el ISIS. Magnates petroleros de esa u otras tribus financiarían a sus hermanos yihadistas con la aquiescencia, o el dejar hacer, de los saud.

El tribalismo, que no conoce fronteras, parece en este caso darse la mano con el rechazo a los estados que el yihadismo considera construcciones artificiales del colonialismo occidental (llámesele Irak o la Siria desgajada de Líbano).

En la secuencia de los hechos destacan varios elementos. El primero es la decisión del ISIS, y de su líder al-Bagdhadi, de salir de Siria y concentrarse en Irak. Ello habría coincidido con los recientes éxitos militares de Damasco y con la ofensiva contra el propio ISIS por parte de lo que queda de la rebelión armada siria, básicamente el Frente Islámico (amalgama de fuerzas ligadas a los Hermanos Musulmanes con grupos de obediencia salafista) y el Frente al-Nosra (reconocido por al Qaeda como su filial en Siria). ¿Quiere eso decir que el ISIS ha abandonado su proyecto inicial de fundir las luchas en Siria y en Irak? Ni mucho menos, pero acaso estamos en un momento de repliegue táctico del Levante (Siria) y de concentración en suelo iraquí. Del desenlace de este órdago dependerá el futuro que tome la hoy estancada guerra a varias bandas en Siria. El presidente al-Assad estará siguiendo con muy nerviosa atención los acontecimientos.

En este sentido, pareciera que el Baath iraquí e incluso las hoy maltratadas tribus suníes de Irak podrían cometer el mismo error en el que cayó la rebelión siria contra el régimen de al-Assad: el de utilizar el yihadismo trasnacional como ariete para paliar su debilidad o para debilitar la fortaleza militar del enem igo.

Es la famosa tesis de «el enemigo de mi enemigo es mi amigo». Hasta que el enemigo de mi enemigo se revela como el mayor amigo táctico de mi enemigo, que es lo que ha ocurrido en Siria, donde el ISIS acabó dando la razón, y la iniciativa militar, a un régimen, el de al-Assad, frente a unos rebeldes que penan la ausencia de apoyo internacional y tratan ahora con sus escasos medios militares de librarse de su ahora principal enemigo, el yihadismo transnacional. Todo en beneficio de Damasco.

Todo apunta a que podría pasar lo mismo a los baaziistas suníes. Los informes desde la zona apuntan a que la conquista de Mosul habría sido posible por una táctica de infiltración por la que los seguidores de al-Douri y del desamortizado baazismo habrían copado los puestos militares intermedios en el Ejército iraquí en la provincia. Llegado el momento del asalto, tanto a Mosul como a Tikrit, estos mandos habrían aplicado el vacío de poder, imposibilitando la relación entre los altos mandos militares, estos sí dependientes de Bagdad, y la tropa, que optó naturalmente por huir en desbandada. Las puertas de estas ciudades se abrieron de par en par para los milicianos del ISIS.

Pero una cosa es el diseño de un plan sobre el papel y otra su ejecución. Por de pronto, la interpretación más retrógraada de la Sharia (ley islámica) se abre camino en muchas zonas «liberadas». Y lo hace al calor de una calle, la árabe suní iraquí, que parece dispuesta a vengarse del fundamentalismo sectario del chiísmo en el poder (personificado en el primer ministro Nuri al-Maliki y en su cohorte) oponiéndole a los campeones mundiales del sectarismo, pero esta vez suní.

Lo que ilustra, en definitiva, el error en buena parte de los análisis maniqueos, tanto desde un prisma occidental como desde su, a priori, antítesis antiimperialista, sobre lo que ocurre en Oriente Medio desde el inicio de las revueltas árabes.

Así, pese a la conexión evidente entre la crisis siria y la iraquí, esta última desmiente las tradicionales hipótesis que manejan tanto el Gobierno de Damasco como sus corifeos antiimperialistas desde Occidente. La preocupación de Washington ante los acontecimientos, que aboca a Obama igualmente a una alianza militar táctica -no es la primera ni la única, en Irak y en Afganistán- con Irán deja en mal lugar a los que alimentan únicamente su discurso con teorías conspiratorias tras las que siempre estaría EEUU.

La vieja tesis de que el enemigo de mi enemigo es mi amigo ha quedado totalmente desahuciada estos días en Irak. Los mismos que llevan años acusando a la izquierda solidaria con la causa de las revueltas árabe y kurda (contradictorias pero que deberían poder ser complemen tarias) de abonarse a la teoría del ninismo (ni con al-Assad ni con Obama) callan ahora, justo cuando esperamos que nos aclaren con quién están: con el Baath antiimperialista iraquí y su alianza con el «terrorismo» yihadista o con el Gobierno sectario chií de Bagdad que pide a gritos la ayuda de los bombardeos de EEUU y recibe con los brazos abiertos a sus fuerzas especiales de vuelta. ¿Quién es aquí el nini?

 

 

Los insurgentes refuerzan su control de la frontera siria

Los insurgentes yihadistas del ISIS y las milicias suníes consiguieron un nuevo avance ayer al tomar el control del puesto fronterizo de Al Qaim con Siria en el decimotercer día de su ofensiva, consolidando su control sobre el oeste iraquí. Solo hay otros dos pasos oficiales en los 600 kilómetros de frontera sirio-iraquí, uno en manos del Gobierno de Bagdad y otro bajo control de las fuerzas kurdas. Pero el ISIS se mueve sin dificultad entre ambos lados de la porosa frontera, en los que quiere establecer su Estado Islámico. En el lado iraquí ya controla Falujah y parte de Ramadi en la provincia de Anbar; y en el sirio la provincia de Deir Ezzor, donde ayer mismo también logró avances al tomar las localidades de Al Muhasan, Al Bulil y Al Bo Amr. En su última ofensiva en Irak, junto a milicias suníes y baazistas han tomado además Mosul y gran parte de las provincias de Nínive, Trikit, Saladino y Diyala.

Paralelamente, en Bagdad, combatientes fieles al líder chií Moqtada al Sadr anunciaron la creación de las Saraya al Salam (brigadas de paz) y realizaron una demostración de fuerza e las calles del barrio de Sadr City, con uniformes de camuflaje o negros, fusiles de asalto y lanzagranadas. Esta milicia se suma a los miles de voluntarios alistados en los últimos días tras el llamamiento del líder religioso Ali Al Sistani. GARA