Fede de los Ríos
JO PUNTUA

Idoneidad católica

El día de hoy lo dedican los católicos a Santa Clara de Montefalco, una dicharachera abadesa a la que, en 1294, se le apareció un tal Jesús de Nazaret apesadumbrado por no encontrar un lugar donde plantar la pesada cruz que llevaba a cuestas. La de Montefalco mostró su deseo de ayudarle y, ni corto ni perezoso, en un pis-pas, aquel al que llamaban el Mesías implantó la cruz en el corazón de Clara. El intenso dolor que sintió en todo su ser al recibirla, según sus palabras, vivió con ella para siempre. Quedó, pues, la abadesa jodida pero contenta, trasmitiendo su alegría a sus hermanas de convento hasta el día de su muerte. Acontecida esta, su corazón fue extraído del cuerpo. Una inspección del mismo descubrió en su interior no ya unos implantes de stents propios de la angioplastia coronaria o unos bypass en las arterias que facilitaran su irrigación, sino los propios instrumentos de la Pasión de Cristo: un crucifijo, tres clavos, la corona de espinas y un látigo realizados por los tejidos cardiacos.

Leo en la prensa que el Obispado de Canarias ha expulsado a un profesor gay casado con otro hombre. Me altero.

Me tranquiliza un poco saber que la «asignatura» que impartía era Religión y Moral Católicas (la mal llamada Religión) a alumnos y alumnas de un centro público. El comunicado remitido desde el Obispado no deja dudas: «Por motivos de doctrina y moral y al amparo del derecho canónico, se retira la idoneidad como profesor de Religión». La viceconsejera de Educación de Canarias, Manuela Armas, sostiene que es el Obispado «el que ordena los profesores que deben impartir Religión y el que considera si son idóneos o no. Ahora, Educación se va a encargar de ratificar que Luis Alberto González no lo es». ¡La hostia no, la rehostia! El Concordato entre Franco y el Vaticano impone la «asignatura» de religión católica en escuelas e institutos públicos, los obispos designan a dedo a los «profesores» a impartirla, pero con sueldos pagados por la ciudadanía, y la autoridad civil de un Departamento de Educación, a la espera de decir amén a lo que diga el mosén.

Idóneo es contar a niños y niñas que Santa Clara escondía en su corazón un leroy merlin, aterrorizarlos con las penas del infierno e introducir la culpa en sus cerebros siempre, claro está, que no tengas una vida «intrínsecamente desordenada», es decir, que no seas un maricón de esos.

Vamos bien.