Jesús Valencia
Gizarte langilea
JO PUNTUA

Torito, torito bravo

Los toros, a lo largo del verano, han sido protagonistas involuntarios de tardes cruentas; bestias de anchos espaldares sobre los que descansan fabulosos intereses económicos y que dan pie a ridículas sinrazones. Los taurómacos argumentan que los bichos no sienten el dolor de los fierros y que los antitaurinos no sienten el amor a la patria.

Respecto a lo primero, alegan que los toros gozan cuando salen al albero y que, situados en el centro de la plaza, se crecen demostrando la bravura que los acredita; se entregan con tanto ahínco a la lidia que no se marcharían del coso aunque les abriesen las puertas de par en par; no se dan por enterados del lance de las banderillas a las que los sabiondos del toreo llamar alegradores (¿pensarían lo mismo si les colocasen a ellos uno sólo de los tres pares?); se trata de arpones de acero cortante que rompen la cerviz del animal sin que éste, según los listillos, lo tome a mal.

Otro tanto ocurre con los picadores: hunden la puya en el morrillo del bicho y le destrozan los tendones de la nuca para que humille la cabeza y pueda ser atravesado con mayor facilidad. Total que el toro, gozando de lo lindo, se enfrenta con el matador. El maestro (ridículo calificativo referido a un individuo sanguinario) dirige su estoque a los pulmones del animal para que se le encharquen y se ahogue en su propia sangre.

La España eterna brama cuando observa desinterés por la torería: Catalunya ha prohibido las corridas y Donostia las ha dejado de financiar; las Cuadrillas de Blusas de Gasteiz no pisan la plaza ni contribuyen con su presencia al pago de los espadas. Mala señal; se trata de gentes desafectas que no vibran con su Patria. Los taurómacos promueven ILP s y pugnan por restaurar el toreo como rasgo notorio de españolidad. Es curioso su proceder: cambian diametralmente de criterio cuando corre peligro el din dilin dongo. El Instituto Elcano y el Alto Comisionado de la marca España, tras comprobar que las corridas de toros perjudican la imagen y la economía españolas en el mundo, se preguntan: «¿Tenemos que recurrir al icono del toro para mejorar nuestra imagen en el exterior?» Su respuesta fue que no. Los taurómacos pretenden que las corridas sean declaradas patrimonio cultural de la humanidad. La Unesco ya les ensartó un puyazo en 1980: «La tauromaquia es el malhadado y venal arte de torturar y matar animales en público».