Siete años después, Lewis Hamilton cerró ayer en Abu Dabhi, la herida de lo sucedido en Brasil en 2007, cuando su guerra interina con su entonces compañero de equipo Fernando Alonso propició que el islandés Raikkonen pescara en el río revuelto de McLaren, para dar su último Mundial, por el momento, a Ferrari. Ni siquiera su título de 2008, ya como líder único de su equipo, pero con una decepcionante segunda parte del campeonato, sirvió para cicatrizar el fiasco de Sao Paulo.

Sin embargo, superados los cuatro años de tiranía de Sebastian Vettel y los Red Bull, la apuesta por Mercedes, también en su segundo año, como llegó su primer título con McLaren, ha permitido al británico, un piloto diferente y más maduro, unirse al grupo de los bicampeones del mundo compuesto por Alberto Ascari (Italia), Jim Clark (Gran Bretaña), Graham Hill (Gran Bretaña), Emerson Fittipaldi (Brasil), Mika Hakkinen (Finlandia) y Fernando Alonso (Estado español).

El enemigo en casa

En un año en el que ganó once de las diecinueve carreras, Hamilton combatió y salió victorioso en un duelo disputado de principio a fin dentro de la escudería Mercedes, que tuvo el coche más rápido toda la temporada y presenció el duelo entre sus dos pilotos, no exento de desencuentros personales, el más grave en el Gran Premio de Bélgica, con abandono de Hamilton tras una dudosa maniobra de Rosberg y palabras duras entre ambos.

Con las aguas más calmadas, y con la seguridad de que las matemáticas no permitían que nadie viniera a birlar el título, el Mundial se disputó en un mano a mano entre los dos pilotos de Mercedes, en el que a Hamilton le bastaba con ser segundo.

Sin embargo, el esperado enfrentamiento entre el británico y el alemán apenas duró tres segundos, los que Hamilton empleó en arrebatarle a Rosberg la pole con la que había alimentado sus esperanzas.

La fulgurante salida de Hamilton, cruzándose de izquierda a derecha por delante de su compañero Nico Rosberg, fue la sentencia de una carrera soñada para el británico y anticipo del infortunio que perseguiría al alemán, que en la salida estuvo muy lento en reaccionar y perdió la primera plaza de salida al instante.

El alemán, que necesitaba ganar la carrera para ser campeón, siempre que su compañero de equipo no fuera segundo, sufrió varios problemas con el sistema de potencia de su monoplaza que le hicieron terminar en la decimocuarta posición, aconsejado incluso por su equipo de que abandonara la carrera.

Sin embargo, en un ataque de dignidad, Rosberg terminó la prueba en la que Massa y Bottas, ambos de Williams, completaron el podio.