David Torres
Público.es, 2014/11/27
HEMEROTEKA

Mate a un negro, que es gratis

La historia que mejor explica el gobierno de Obama era una que contaba el gran Gila, sobre dos desconocidos que se encontraban paseando por la calle y uno le decía de repente al otro:

-Usted es negro.

-No.

-Usted es negro.

-Que no.

-Usted es negro.

-Yo qué voy a ser negro.

-Que usted es negro.

-Déjeme en paz, por Dios.

-Pero usted es negro.

-De acuerdo, usted gana. Soy negro.

-¡Coño, no lo parece!

Efectivamente, no lo parece. Todavía hay ilusos que piensan que todo iba a cambiar en Estados Unidos únicamente por el hecho de sentar a un negro en la silla del presidente. Para desilusionarlos, ahí sigue la misma política exterior de siempre, ahí siguen los negros inocentes muertos a balazos por la policía y ahí sigue Guantánamo. Es extraño que pensaran que algo sería distinto en ese curioso país defensor de las libertades que se construyó asentado sobre dos pilares básicos: la esclavitud y el genocidio de las tribus indias. Es cierto que muchas otras civi- lizaciones han prosperado gracias a la esclavitud y al genocidio, pero no después de la Declaración Universal de los Derechos Humanos; un documento que es la base de la constitución estadounidense y con el que sus políticos se limpian puntualmente el culo. Más extraño todavía es que pensaran que la elección democrática de un moreno hawaiano iba a suponer el fin del racismo, cuando ni siquiera la abolición de la esclavitud (la gran coartada moral para masacrar la escisión de los estados sureños) significó gran cosa en la práctica. (...)

Hace apenas unas semanas se hizo público que el FBI estuvo implicado en el asesinato de Martin Luther King (como si no lo supiéramos) y la noticia tuvo menos repercusión que cuando a Janet Jackson se le escapó una teta en un concierto televisado. Sé que hay muchos lectores políticamente correctos y de buen corazón a los que quizá les ha molestado mi coloreada adjetivación: «moreno», «negro» en lugar de «afroamericano». Lo sé, son más o menos los mismos que se echan las manos a la cabeza cuando un alma bendita como Mariló Montero habla de los «negritos», pero que apenas se sorprenden cuando un policía homicida sale a hombros de un juzgado sólo porque la piel de la víctima ya era una sospecha y una prueba. También están los que se extrañan de que una muchedumbre entera tome una ciudad y se ponga a incendiar calles, tiendas y automóviles, en lugar de quedarse tranquilamente en casa, como el Tío Tom que se sienta en el trono de Lincoln. Disculpen el humor negro pero es que hoy no me salía de otro color.