La ilusión compartida frente al escepticismo individual

Me están encantando las últimas películas de Woody Allen, porque se le ve en un estado de felicidad que acierta a compartir con su público a través de ensoñadoras comedias románticas. A su edad ya es un consumado maestro que no tiene que demostrar nada, por eso disfruta más que nunca haciendo un cine relajado y sin presiones de ningún tipo. Se siente muy agusto viajando por la vieja Europa, cuyos escenarios nostálgicos son la fuente inspiradora de sus reconfortantes fantasías.
El frágil equilibrio entre fantasía y realidad que siempre ha estado presente en la obra alleniana parece haberse decantado definitivamente del lado de la imaginación, con lo que el cine de evasión vence sobre el drama psicológico más oscuro. La luminosidad de las localizaciones de la Costa Azul fotografiadas por Darius Khondji en un fastuoso formato scope, así lo indican a lo largo de «Magic in the Moonlight», donde la ilusión compartida por dos seres aparentemente antagónicos acaba con el escepticismo a ultranza del más individualista dentro de esa nueva pareja.
Ya se sabe que los protagonistas masculinos, cuando Woody Allen no aparece en pantalla, suelen hacer de su alter ego. Y aunque a priori nadie pueda imaginarse a alguien tan british como Colin Firth suplantando al cineasta neoyorquino, algo debió de ver éste en él seguramente en «El discurso del rey», tal vez por su forma de tartamudear. Aquí parece muy seguro de si mismo, pero no tardará en descubrirse que esa confianza se la da su disfraz de mago chino. Al quitárselo incurre en una flagrante contradicción, porque siendo un ilusionista, por culpa de una profesionalidad mal entendida, se empeña en elevar el truco y el engaño a una categoría científica, sin comprender que necesita de la inocente complicidad del público para provocar el encantamiento. En cuanto conoce a la espiritista a la que pretende desenmascarar sus sentimientos le traicionan, y es que Emma Stone está maravillosa dentro del vaporoso vestuario diseñado por Sonia Grande, sobre todo al moverse al rítmo del primitivo jazz de los años 20 y 30.

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