Estirando el chicle
La publicidad lo remarca a las claras, «de los creadores de ocho apellidos vascos», por lo tanto no se puede esperar otra cosa que una manera de estirar el chicle de los tópicos, los lugares comunes y el humor grueso con vascos y andaluces. Chistes facilones, sin enjundia, con un aire de fin de curso de colegio de pago y estética de los años setenta y ochenta con una acumulación de números para ir hablando de temas más o menos conflictivos socialmente y con ganas de superar ciertos tabúes.
Hay que señalar que el quipo actoral defiende perfectamente un material dramático de baja calidad, que saben incorporar el catálogo de personajes tópicos con solvencia profesional e incluso dándoles más vuelo que el que lleva implícito el texto y la dirección, todo muy simple, todo muy simplificado, todo muy masticado para lograr la complicidad de un público ya convencido y que se ríe con lo previsto.
Es muy difícil defender teatralmente este tipo de propuesta. Es un teatro comercial teñido de oportunismo que ni siquiera puede considerarse ofensivo o trasgresor en el campo político. Un entretenimiento autonómico, chistes de andaluces vagos y vascos trogloditas con una ridícula historia de amor entre una policía nacional y un ertzaina. Poco más, una escenografía recurrente y eficaz, un vestuario casual, una iluminación y sonido pensados para redondear un producto de consumo rápido que probablemente será un éxito de taquilla.

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