Guerra de nervios ante una semana decisiva

Las próximas 48 horas se antojan cruciales para evitar la balcanización de una guerra que ya ha dejado entre 5.000 y 10.000 muertos y un millón largo de refugiados y desplazados en pleno continente europeo y que amenaza, si no lo ha hecho ya, con reeditar la Guerra Fría.
La iniciativa del eje franco-alemán parte de la constatación de un fracaso, patente con motivo de la reciente ofensiva de los rebeldes del Donbass, que han arrebatado otros 500 kilómetros cuadrados al Ejército ucraniano.
Pero el fracaso no acaba ahí. Y es que, lejos de arredrarse con las sanciones y con la oportuna pinza económica a la que la están sometiendo EEUU y el fracking y la OPEP y su decisión de permitir el desplome del precio del crudo, Rusia se niega a dar su brazo a torcer. Al contrario, todo apunta a que la implicación de Moscú en la guerra ucraniana aumenta a medida que las presiones occidentales aumentan.
Lo que no está tan claro es si esa creciente implicación responde a un cálculo estratégico o está forzada por las circunstancias. Porque, más allá de la convicción que mueve a las milicias del Donbass, lo que es evidente es que tienen problemas, numérica y cualitativamente, para mantener no ya esa ofensiva sino el cada vez más amplio territorio bajo su control. Aunque quisiera, Rusia no podría desentenderse del problema y conformarse con haberse reanexionado Crimea. Otra cosa es que quiera.
Al Ejército ucraniano no le queda ni eso. Con cada una de sus ofensivas contra Donetsk y Lugansk, ha demostrado su absoluta incapacidad militar, que trata de contrarrestar con bombardeos indiscriminados contra los civiles mientras enfrenta gravísimos problemas para reclutar a una población que cada vez quiere saber menos de la guerra. Así se explica la amenaza de EEUU con el envío de armamento «defensivo» letal -contradicción terminológica- a Kiev.
Obama insistió ayer en que aún no ha tomado una decisión en ese sentido, dejando el papel de «policía malo» a su vicepresidente, Biden, y a la oposición republicana, que parece añorar viejos tiempos que parecían ya superados.
En esta guerra de nervios, Merkel y Hollande parecen haber asumido el papel de los «últimos mensajeros». No estaría mal que lo hicieran movidos por su preocupación ante el riesgo de que Ucrania se hunda en una guerra aún más feroz. Ello explicaría la oferta a Putin y a los rebeldes de que forzarían a Kiev a reconocer una autonomía mayor y, lo que es más decisivo, el establecimiento de una zona desmilitarizada con presencia de cascos azules de la ONU.
Pero lo que a nadie se le oculta es que la oferta va aderezada con un ultimátum claro a Putin. O acepta el plan y obliga a los rebeldes a frenar su ofensiva y aceptarlo o afronta un rearme general del Ejército de Kiev por parte de EEUU y sus aliados del este de Europa. Una línea roja, ha advertido el Kremlin.
Al presentar su doctrina de seguridad, Obama defendía la semana pasada el concepto de «paciencia estratégica». Un concepto que, desde la distancia parecería hasta contemporizador, pero que adquiere su verdadero relieve cuando se enfrenta, en el caso de Rusia, con su «nerviosismo existencial». Guerra de nervios o choque de trenes. Esta semana se verá.

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