Carlos GIL
Analista cultural

Tic Tac

Nadie definió mejor la levedad de la existencia tasada que Dalí con ese reloj de gelatina que marca las horas tomando formas amorfas. Un tic tac aplazado a la resurrección de las amebas y de los deseos perdidos. Un marcapasos de una vitalidad atormentada por la exigencia del guion. Por cierto, ¿queda mejor así tic-tac? Descuenta cada segundo de la hoja de servicios porque es posible que el telón no se vuelva a levantar nunca más. Se acabaron los telones que iban por las bambalinas solos. Como ya no hay troneras ni se nombra el despertar de los viernes de labor con redondillas al viento.

El tiempo atrapado por la cola. La cola que atrapa el tiempo por la ilusión perdida de descubrir un violinista en ese niño que rasga un alambre con un cepillo dental afinado. La norma y el estilo vestidos de azul. El altoparlante escupe canciones de amor para amantes descompuestos por la inutilidad de un mensaje perdido. De un masaje pedido. De un perdido malaje. Suave. Nunca des la espalda a tu sombra. Nunca escuches tu eco ficticio en el teléfono inteligente metiendo la cabeza en el inodoro, ese que te dice que es toda una vida en un anuncio que convierte lo escatológico en poética del papel higiénico al peso.

Tenemos un reloj biológico, otro ecológico y otro administrativo. Tic tac, tic tac. Todos suenan con diferencias horarias mínimas para crear una coral del espacio acotado donde solamente se puede ajustar con un do de pecho o un endecasílabo sin esdrújulas. El timbal puede hacer perder el paso a la bailarina aunque sintetice el ardor guerrero. No pierdas el tiempo con medios días habiendo días enteros. Y sin cita previa.