No deja de impresionarme ver a gente movilizándose para que otra gente no consiga derechos. Inolvidables aquellas siniestras manifestaciones del Foro de la Familia Facha recorriendo Madrid contra el matrimonio gay en 2004, ¡en vano! Acaba de volver a pasar en Uruguay: sectores conservadores evangelistas contra la comunidad transexual. Afortunadamente, el prerreferéndum que aspiraba a derogar la Ley Integral para Personas Trans, promulgada hace menos de un año, ha fracasado. ¡Las sesenta travestis encarceladas y torturadas durante la dictadura que quedan vivas igual arruinan al Estado uruguayo al cobrar 350 dólares mensuales de pensión!

La reacción uruguaya nos acusa a las feministas de mentir cuando afirmamos que «se nos asigna un sexo al nacer, como si fuera una cuestión convencional, cuando todos sabemos que es una cuestión de biología, de naturaleza humana». Ja. Lo de que nacemos hembras u hombres hoy es insostenible científicamente. Qué define nuestro sexo, ¿los cromosomas? Hay humanas xx, xy, xxy, xo... ¿Los genitales? Miles de intersexuales sometidos siendo casi bebés a traumáticas carnicerías nos gritan que nuestras entrepiernas deberían mantenerse prodigiosamente diversas. ¿Las hormonas? Ahí si que entramos en arenas movedizas. Que se lo digan a Caster Semenya, la colosal atleta sudafricana que no podrá competir en el Mundial de Doha si no adultera sintéticamente sus niveles de testosterona. Ya lo hizo durante tres años, y se sintió morir. Apuesto a que Florence Griffith, la imbatible corredora negra que soportó falsas acusaciones de dopaje le grita: corre, Caster, corre.

Como dice mi amigo, el sociólogo trans Miquel Missé, es imposible nacer en un cuerpo equivocado. Es el patriarcado y su imprescindible binarismo de género lo que nos daña: a todas, a todos, a todes. «Ser hombre o mujer es una cuestión totalmente relativa y muy frágil. Si realmente fuera algo totalmente natural, no estaría tan patrullada y vigilada por miles de sistemas de control y castigo hacia quien se sale de la norma».