Alex Couto Lago

Al Mundial se juega con el cerebro

Estudioso del fútbol, el saber dónde vienes para saber a dónde vas, el autor de este balance mundialista para GARA es entrenador Nacional de fútbol, Máster Profesional en Fútbol por la Universidad Murcia y Licenciado en Ciencias Económicas y Empresariales.

Un lance del choque de cuartos entre Francia y Alemania. (Franck FIFE / AFP PHOTO)
Un lance del choque de cuartos entre Francia y Alemania. (Franck FIFE / AFP PHOTO)

El Mundial de Brasil 2014 va avanzando y dejando tras de sí una estela de ilusiones y esfuerzos compartidos que cada país ha vivido como algo especial. La fase de grupos ha resultado ser todo un espectáculo de fútbol y emociones, el nivel de goles se ha incrementado, el juego ha evolucionado a niveles superiores y los partidos se han dirimido poniendo en liza el fútbol, la estrategia y los sentimientos. Al final, la competición coloca a cada uno allí donde merece y a otros los devuelve a su realidad de inmediato.

Los octavos de final supusieron una etapa del Mundial en la que se puso en liza el deseo de continuar compitiendo en el máximo foro futbolístico del momento. De los ocho encuentros, cinco terminaron en tiempo extra, una prórroga que puso de manifiesto que al fútbol se juega con un solo músculo que regula a los demás, `el cerebro'.

Esta fase de la competición ha demostrado que el deseo de ganar, el querer competir no está supeditado a la condición física, a pesar del clima y del ambiente poco favorable para los esfuerzos de los deportistas. Se ha demostrado que el querer supera toda barrera y ahí tenemos los ejemplos de los jugadores argelinos y griegos, acalambrados y agotados en la última fase de la prórroga, regalando un esfuerzo más. Otra particularidad, por primera vez en la historia de los Mundiales, los ocho equipos clasificados para los cuartos de final fueron los primeros de cada grupo de la fase previa. No es casualidad entonces dicha posición. Costa Rica ya no era una selección atractiva tocada por los hados de la suerte, realmente era un equipo trabajado, que lo que sabía hacer, lo hacía muy bien. Los equipos pasaban de largo la fase en la que la emoción de la ilusión, el deseo por continuar, se hizo patente.

Los cuartos de final nos han mostrado otra cara. La competición nos ha mostrado que ha cambiado la emoción reinante, ya no estabamos en la fase de luchar por continuar porque nuestras ilusiones estaban vivas, entramos en la fase del miedo a quedar eliminadas porque lo que se vislumbraba en lontananza eran palabras mayores. El miedo a perder se hizo patente y quedo claro y reflejado quien tenían más miedo.

En la eliminatoria entre franceses y alemanes ganó el más frío, el que más control tuvo de su juego y de su cerebro porque, vuelvo a reiterar, este es el Mundial del cerebro, quien dicta las órdenes a todo el organismo y regula todas nuestras sensaciones; y a fríos, nadie le gana a Alemania. Por contra, Brasil y Colombia ofrecieron un duelo lleno de alternativas. La anfitriona, espoleada por su público, dio rienda suelta a su angustia, presión que llevan soportando de forma estoica desde el primer día, y regalaron una primera parte llena de intensidad y fuerza, con dos goles fruto del impulso y la heterodoxia que los caracteriza, sus dos defensas centrales asumiendo un protagonismo impropio de su tarea, Thiago Silva rematando un saque de esquina en el que la pelota se le apareció como un cristo redentor, y David Luiz rompiendo todos los tratados de balística, pegándole a la pelota como él únicamente sabe.

Pero el segundo tiempo reflejó ese miedo que hizo aparición, ofreciendo dos caras bien distintas, la brasileña, agarrotada en su propio ambiente, sufriendo las sensaciones del que tiene y teme perderlo, y Colombia, empujada por la realidad de irse para casa después de haber ofrecido el mejor fútbol creativo del Mundial. Las fuerzas contrapuestas se hicieron eco de la realidad de un instante en el que los mejores también demostraron que son humanos. Colombia se abrazó desesperadamente a la esperanza tras el penalti anotado por su estrella James Rodriguez, a pesar del gol anulado previamente y del arbitraje que minaba constantemente su juego fluído. Finalmente Brasil, como en las grandes batallas, salió airoso pero con un coste considerable. La lesión importante de Neymar -no vamos a juzgar el golpe, ni el lugar en el que se produjo, ni las formas, ni el por qué, si el árbitro allí presente no lo hizo, no lo haremos nosotros-, y la ausencia importante de Thiago Silva, que tuvo ese momento de obnubilación al ser, ¡defensa central! amonestado por impedir el saque del portero rival. ¡Absurdo y fuera de lugar!, fruto de la tensión.

En el Argentina-Bélgica vivimos la manifestación más clara y definitoria de lo que significa el miedo. Wilmots, supuestamente seleccionador de Bélgica, ofreció una propuesta futbolística totalmente `contra natura' en relación al potencial que tenía en sus manos. Bélgica, quizás la selección con mayor talento y poderío de las que están en el Mundial, se diluyó en su propia ausencia ofreciendo un espectáculo en el que sus estrellas desaparecieron en el guión establecido de antemano.

Argentina, liderada por él, dirigida por él, rescatada por el mejor jugador del mundo, Messi, supo aprovechar una situación indefinida para adelantarse en el marcador y mantener una ventaja que se hizo más palpable a medida que se consumía el partido. Buen trabajo, pero condicionada por el apático ejercicio de indiferencia con el que nos obsequió Bélgica.

Finalmente el partido de estos cuartos, Costa Rica-Países Bajos. Ambas selecciones diferentes al resto, la primera por ser fiel a su ideario y plasmar sobre el terreno de juego lo que sabe hacer con la confianza de los artesanos que dominan su arte; la segunda que, como el agua, se adapta a todos los recipientes. Países Bajos, criticada por no ofrecer el fútbol ortodoxo de la escuela más famosa del fútbol total, por fin propuso y, lo que es más importante, supo proponer ante un rival que sabía cómo contrarrestar la propuesta.

El resultado final, una oda al ejercicio táctico donde pudimos ver ajustes y reajustes, movimientos de líneas, acciones de pares y todo el repertorio de un fútbol que en este Mundial demostró que ha evolucionado hacia riquezas cada vez más complejas. Y la guinda para el final, prórroga angustiosa y una tanda de penaltis que pasará a la historia por una intrascendencia aparente que refleja el valor y conocimiento de un líder. El cambio de portero en el equipo neerlandés podrá ser tildado de muchas formas, casualidad, excentricidad, lo que se quiera, pero tomar esa decisión está al alcance de muy pocos, entre ellos el único capaz de demostrarse y demostrarnos a todos que el fútbol es diversidad y conocimiento, Louis Van Gaal, el entrenador de este Mundial, que a lo largo de su carrera ha sido evaluado por mil y una circunstancias y situaciones, todas ellas alejadas de lo único que le interesa, el fútbol en sí mismo.

Al final, llegaremos a la fase decisiva del Mundial y miraremos el cuadro para volver a ver allí a las de siempre, Brasil y Alemania, Argentina y Países Bajos. ¿Por qué siempre llegan las mismas? Quizás tengan algo que las demás no tienen, quizás sepan algo que las demás no saben, o puede que simplemente gestionen sus miedos de forma diferente, asuman las situaciones límite como algo natural o, sencillamente, el fútbol tenga que ver con la experiencia, con las vivencias, con la historia de una cultura que hace que siempre gane el mejor... el que mejor entiende el contexto.