Joseba SALBADOR Periodista

El BCE desnuda la gravedad de la situación

La batería de medidas anunciada el pasado jueves por el Banco Central Europeo ha dejado en evidencia la gran preocupación que ya está generando el parón económico en la zona euro, sobre todo por el riesgo a entrar en deflación, lo que ha llevado al instituto emisor a quemar sus últimos cartuchos de estímulo económico, aunque es evidente que llegan con mucho retraso. Y, al igual que sucediera en junio, persisten las dudas sobre si estas medidas llegarán a la economía real.

El presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, admitía en la rueda de prensa del jueves que la evolución de la inflación es peor de la esperada, aunque se negó a reconocer abiertamente que la UE haya entrado en un proceso de deflación, aquél en la que los precios no suben y se atrasan las decisiones de compra y de inversión, con lo que se reduce la demanda y se crea un círculo vicioso que termina afectando seria- mente a la recuperación económica.

Pero lo que sí han dejado en evidencia el Consejo de Gobierno del BCE es la inmensa preocupación ante los negros nubarrones que se atisban sobre el horizonte económico europeo, y que han dejado ya obsoletas la rebaja de tipos y la inyección de liquidez anunciadas en junio.

Este mismo viernes, la oficina estadística europea, Eurostat, corroboraba la parálisis europea. En el segundo trimestre, Alemania e Italia, primera y tercera economía de la eurozona, retrocedieron un 0,2%, mientras que la economía francesa, la segunda mayor, se estancaba, y solo el Estado español y Países Bajos, de entre las grandes, lograban una mayor expansión con avances del 0,6% y el 0,5%, respectivamente. Con lo que el Producto Interior Bruto del conjunto de la eurozona no experimentó cambio alguno respecto a los tres meses anteriores.

Este estancamiento y el debilitamiento de las expectativas de crecimiento para la segunda mitad del año -el propio BCE ha revisado a la baja sus previsiones macroeconómicas-, junto a los conflictos geoestratégicos como el de Ucrania, han sido los factores que ha tenido en cuenta el instituto emisor europeo para adoptar dos tipos de medidas, principalmente.

Primero, las más ortodoxas: bajada de tipos al 0,05% para reactivar el crédito (camino que ya no tiene más recorrido) y establecimiento de condiciones extra a las entidades financieras, como una mayor penalización para el dinero que depositan en la «hucha» del BCE en lugar de destinarlo a la economía real, así como operaciones de refinanciación a largo plazo (LTRO), que empiezan este mes y están condicionadas a que los bancos presten a las empresas y hogares.

Y después, las medidas de emergencia a través de la compra de valores respaldados por activos o titulizaciones de préstamos (ABS, por sus siglas en inglés), es decir, paquetes que agrupan préstamos como créditos a empresas, créditos de automóvil, de tarjetas de crédito. Al comprar el BCE estos activos, la banca reduce su riesgo al sacarlos de su balance. Este programa, que se pondrá en marcha en octubre, podría sobrepasar los 500.000 millones de euros.

Y para un futuro próximo quedaría la adquisición directa de deuda pública, lo que se conoce como quantitative easing (QE) o expansión cuantitativa, algo que ya está haciendo la Reserva Federal norteamericana para poner en circulación una mayor cantidad de dinero, aunque está por ver si se canalizará a la economía real o a la especulación.

Pero para ello es necesario que los bancos, los prestamistas principales de la economía de familias y pymes, encuentren una demanda solvente, para lo que hace falta crecimiento, algo que no se está produciendo.

Además, los bancos están a la espera de los test de estrés que se llevarán a cabo en otoño, por lo que serán aún más reacios a prestar y en los próximos meses no se espera que cambie demasiado la situación.

En cuanto a la bajada del precio del dinero, no cabe duda de que se trata de un gesto simbólico, ya que la reducción de diez puntos básicos (del 0,15% al 0,05%) no da para tanto, toda vez que las mayores bajadas ya se han producido. No hay más que recordar que en 2009 el tipo oficial del dinero rondaba el 1,25% y el año pasado, sin ir más lejos, el 0,50%.

Así pues, quizás haya que comenzar a fijarse ahora en el diferencial, ya que antes se prestaba a euribor más 50 puntos básicos y hoy los diferenciales se han ampliado por encima de los 200 puntos básicos.

También existen dudas sobre los efectos de la bajada de tipos en las entidades financieras, ya que menores tipos nominales ahondan en el problema de la baja rentabilidad. Y a menor rentabilidad, menor capital y menor capacidad para prestar. Sin olvidar que los ahorros de los ciudadanos rendirán menos, por lo que su renta disponible caerá aún más y con ella su capacidad de consumo e inversión.

Y por último, hay quien teme que todo esto traiga un aumento de la burbuja de deuda pública en el caso de que las entidades financieras tengan que pagar desde ahora por tener su dinero a buen recaudo en el BCE, ya que preferirán comprar renta fija soberana a corto plazo alimentando ese riesgo. Justo lo que se quería evitar.

Consciente de estas limitaciones, Draghi no obvió las dificultades a las que se enfrenta la política monetaria para reactivar la economía, por lo que volvió a reclamar a los gobiernos que adopten reformas estructurales.

Y es que no cabe duda de que los gobiernos europeos deberán comenzar a mover ficha en sus políticas fiscales y presupuestarias, como por ejemplo para la contención del déficit. No hacerlo, sería dejar que la política monetaria tome definitivamente las riendas de la política económica. Pero en este punto, tendrán que tener muy en cuenta la nueva orientación de instituciones como la OCDE, que esta misma semana admitía abiertamente los efectos contraproducentes de las políticas de austeridad. «Una lección clave que políticos y gobiernos deben extraer es que, en un contexto de débil demanda agregada y decepcionante creación de empleo, las políticas de austeridad e interven- ciones desde el lado de la oferta están fallando a la hora de estimular el crecimiento y el empleo». Una elocuente declaración en boca de los máximos responsables de la OCDE.

Pero además de las dudas sobre su efectividad, hay quien considera que las medidas anunciadas suponen un esfuerzo baldío porque actúan sobre los síntomas sin entrar en la causa real del problema. Quienes hacen esta crítica sostienen que no estamos ante una crisis de demanda, sino ante una situación de exceso de capacidad productiva y financiera, de tal forma que hasta que no se reequilibre la oferta, el impacto de cualquier actuación de este tipo va a ser muy limitado.

Y, por último, queda el impacto del aumento de la base monetaria sobre el euro. La teoría dice que un incremento de la misma provocará su depreciación (todo lo que abunda se devalúa), lo que favorecerá las exportaciones de las empresas europeas y su competitividad. Además, encarecerá las importaciones, con lo que puede estimular el consumo interno. Pero en este capítulo encontramos también la parte negativa, puesto que algunos componentes de la cesta de la compra (en particular el transporte) tenderán a subir por el encarecimiento del petróleo, que se paga en dólares.

Sea de una forma o de otra, lo que no cabe duda es que la reacción del BCE llega con retraso y ya hay incluso quien pide explicaciones por la tardanza en admitir que la situación era de máxima gravedad. Otros bancos centrales, como el británico o el americano, llevaron a cabo estas medidas mucho antes, al comienzo de la recesión, lo que les permitió dejar atrás la crisis hace ya varios años. Pero mientras en los países anglosajones se combinaron políticas fiscales y monetarias expansivas, todo parece indicar que en Europa se confía solo en Mario Draghi y sus banqueros centrales.