@albertopradilla

LA MARGINACIÓN QUE ALIMENTA EL YIHADISMO EN MELILLA

Melilla y, en concreto, barrios como La Cañada de Hidum, están en el punto de mira mediático debido a las redadas contra supuestos yihadistas. Pocos niegan que haya jóvenes que combatan en Siria, pero también advierten sobre la pobreza crónica de la zona.

En la Cañada de Hidum, la barriada más deprimida de Melilla, las preguntas no están bien vistas. Este núcleo urbano de viviendas coloreadas, que recuerdan a otras zonas periféricas de grandes ciudades como Río, se encuentra nuevamente en el centro de la atención mediática. Construida de forma desordenada a través de decenas de pisos ilegales, de esos que se construyen según la necesidad y no conforme a un plan urbanístico, concentra las tasas más altas de paro y fracaso escolar de la ciudad autónoma. Siempre se le ha mirado con sospecha. A la pobreza crónica y la marginación social se le ha sumado ahora la acusación de que algunas de sus mezquitas son el escondite de las redes yihadistas. Entre ellas, la que más notoriedad ha alcanzado es la «mezquita blanca», un templo que, frente a lo que sugiere su nombre, está pintado de amarillo y al que se le conoce como «la mezquita de los afganos». Su comunidad es hermética y apenas mantiene relación con sus vecinos, ni siquiera con los integrantes de otras congregaciones. Pero una cosa es seguir los preceptos del wahabismo (doctrina conservadora fundada en el siglo XVIII y que ha experimentado un auge por su vinculación con Arabia Saudí) y otra ser una especie de sede de Abu Bakr el Baghdadi, líder del Califato, en el Estado español. Difícil constatarlo, porque en este suburbio olvidado las preguntas están mal vistas. No se puede negar que hay miedo. También, hartazgo, ya que la mayor parte de informaciones que se elaboran sobre sus habitantes terminan por estigmatizarles todavía más.

«Nadie se ha ido a Siria a luchar. Únicamente hay una persona en paradero desconocido. Su hermano fue arrestado en la última redada». Mohamed Busian es el abogado de cuatro de los siete detenidos en la operación desarrollada en mayo entre Melilla, Málaga y Marruecos. Todos ellos están actualmente en prisión. Sin embargo, su letrado niega que formasen parte de Daesh (acrónimo de Al Dawla al Islamiya fil Irak wal Sham, el nombre en árabe con el que operaba la organización antes de declarar el califato). Denuncia, además, que sus defendidos fueron maltratados en comisaría y argumenta que la acusación está basada en las teorías de la Guardia Civil. «Es Derecho Penal de autor», afirma. En su opinión, las imputaciones de yihadismo esconden una realidad de marginación social a la que no se ha metido mano en décadas. «Lo que hay aquí es paro, exclusión social, pobreza, fracaso escolar... Del 30% de población en paro que hay en Melilla, el 99% es musulmana», se queja Busian, que rechaza que seguir un islam más rigorista te convierta directamente en combatiente. El abogado es de las pocas personas que niegan la mayor y descarta que jóvenes originarios de Melilla luchen ahora en Siria. Aunque haberlos, los hay, según la rumorología del barrio. Sus familiares guardan silencio. No se fían de los medios ni de la utilización policial que se pueda hacer de sus palabras, así que todos declinan hablar con la prensa.

No es ningún secreto que las ramas más conservadoras del islam están ganando arraigo en Melilla. Hace unos años era imposible ver por sus calles a una mujer ataviada con niqab, el pañuelo que cubre todo el rostro y que tiene su origen en los países del Golfo. Ahora tampoco es que estas prendas sean mayoritarias, pero no se pueden considerar una excepción. «¿De dónde ha llegado esta corriente wahabita? Aquí siempre ha existido el islam, pero no esta rama», asegura Samir Tieb, portavoz de la Comisión Islámica de Melilla, que agrupa a diversas organizaciones religiosas de la ciudad autónoma. Reconoce que, como afirma el Ministerio español del Interior, hay jóvenes que dejan todo y se enrolan en las filas del Estado islámico. «No se puede negar que tengamos elementos incontrolados», admite. Y busca los porqués. «¿Quiénes son los que se marchan? Jóvenes sin futuro, con poca cultura, que no entienden el islam», asegura. A su juicio, existen actores que aprovechan el contexto para predicar una visión extrema de la religión musulmana. «Se compran libritos de 20 ó 30 páginas por 80 céntimos y ya creen que saben del islam. Cualquiera no puede hablar de religión o emitir una fatwa», argumenta. Este discurso, sin embargo, cala en un territorio en el que ni siquiera haber nacido en el Estado y tener pasaporte español te salva de ser considerado un ciudadano de segunda y donde calan las imágenes de matanzas que se repiten en Irak y Siria desde hace más de una década.

Entre el dinero y la «salvación»

La marginación y la falta de expectativas de amplios sectores juveniles de la Cañada es uno de los elementos que explica la seducción del yihadismo. Lo afirma Tieb y lo corrobora Busian. Basta darse una vuelta por las callejuelas del suburbio, controladas siempre por los «aguas», una especie de vigilantes informales al tanto de cada movimiento desde las esquinas, para comprobar que este es un lugar deprimido. «El problema esencial no es el yihadismo, sino la marginación», insiste el representante del comité islámico. «Hay gente a la que le convencen con dinero. Otra, porque cree encontrar la salvación», argumenta. Sin embargo, tiene que haber algo más para que estos jóvenes anhelen un régimen basado en la vuelta al medievo y el culto a la muerte.

«Existe un apartheid contra la población musulmana», insiste Tieb, que establece una radiografía de los nuevos salafistas. «Hay personas que hasta hace muy poco estaban en una esquina fumando hachís o bebiendo y en los últimos tiempos se ha dejado barbita y viste con estilo afgano-paquistaní, que no tiene nada que ver con nuestra cultura». En su opinión, las duras condiciones materiales son las que explican la captación: «están hartos de vivir mal, de ver a sus padres sufrir, de reacciones violentas... ahí encuentran un refugio, una vía de escape». Como si la comunidad musulmana tuviese que repetirlo siempre que se le pregunta, Tieb reitera: «Esto no tiene nada que ver con el islam». Y recuerda que, de doce mezquitas contabilizadas en Melilla, solo una está adscrita al salafismo. «Existe un intento de criminalizar a los musulmanes ahora que somos una mayoría social», afirma Busiam.

El panorama es complejo. Por una parte, nadie puede negar que existe un grave problema social en la Cañada de Hidum. Por la otra, es cierto que la irrupción del Estado Islámico ha supuesto un terremoto tanto para Oriente Próximo como para las propias sociedades occidentales. Melilla está en medio de todo esto. En Nador, la ciudad marroquí más cercana, se calcula que medio millar de jóvenes se han enrolado en las filas del yihadismo. El califato se ha convertido en la promesa de algo mejor en la tierra para jóvenes sin presente. «En estos barrios la situación puede estallar», advierte Tieb. Algunas de las causas están claras. Lo que no es seguro es cómo pueden avanzar los acontecimientos.