Beñat ZALDUA

Un pobre de mí en manos cuperas

15de julio de 2018. Quédense con la fecha. Si hoy la CUP decide convertir las cuatro abstenciones a la investidura de Quim Torra en votos negativos, es más que probable que ese domingo se celebren nuevos comicios en Catalunya. Serían las cuartas elecciones al Parlament en seis años; un periodo durante el cual los catalanes han tenido la posibilidad de acudir a las urnas, en total, en diez ocasiones.

El problema catalán, con todo respeto y siendo muy conscientes de la paradoja que supone, no pasa ahora mismo por las urnas. Es muy difícil pensar que, más allá de los movimientos internos en el seno de cada bloque, el eterno empate entre las opciones independentistas y las unionistas vaya a resolverse en una nueva cita electoral. Lo más probable sería un nuevo empate en el que ninguno de los bloques lograse el 51% de los votos. Pero es que incluso lográndolo alguno de ellos, es difícil pensar que el panorama general a corto y medio plazo fuese a cambiar demasiado.

La decisión, y por tanto la presión, recae ahora sobre la CUP. Negar está presión es tan absurdo como quejarse por ella. Es lo que hay cuando tienes a un país pendiente de elegir a un president o ir de nuevo a elecciones. Pensar, asimismo, que estas presiones harán cambiar la opinión del Consell Polític de la formación independentista es pecar de una ingenuidad que no debería estar permitida a estas alturas.

Ya se demostró en enero de 2016 con el No definitivo a Artur Mas. El mecanismo, sin embargo, funciona ahora a la inversa: esta vez es la CUP la que podría rechazar al sustituto –Quim Torra–, reivindicando la investidura del original –Carles Puigdemont–. Una investidura a la que ha renunciado el propio afectado, lo cual sin duda da qué pensar. Otras voces han defendido que, puestos a buscar sustitutos, CUP y ERC hiciesen valer la mayoría de izquierdas en el seno del independentismo para elegir un candidato más cercano, una carambola más extraña todavía, puesto que ahora mismo ambos partidos están en las antípodas estratégicas. Baste recordar la imagen del 30 de enero en el Parlament, con los cuatro diputados de la CUP en sus escaños para protestar por la cancelación de la investidura de Puigdemont, forzada, precisamente, por Esquerra.

El problema de fondo, en cualquier caso, no es de la CUP, ni mucho menos. Conviene recordarlo en las próximas horas, cuando todas las miradas quedarán fijadas sobre la pequeña formación. El problema más grave del independentismo es la total ausencia de una estrategia, evidente desde el 21 de diciembre, pero presente ya la noche del mismo 1 de octubre. La investidura de Torra, desde luego, no arreglará por si sola esta carencia urgente, pero podría abrir un periodo relativamente más calmado que diese pie a mirarse al espejo para replantear y consensuar nuevas hojas de ruta. Podría no ocurrir, claro está, pero la formación de un Govern abre al menos tal posibilidad. Las elecciones, desde luego, la cierran.