Timba caribeña bajo el xirimiri vasco

Ay, Cuba, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos… La frase se refiere a México, pero le pega igual a la peculiar isla caribeña. De La Habana o Matanzas llegan noticias grises y el gran Silvio Rodríguez las matiza con poético militantismo antiimperialista. Y desde aquella linda esquina arriba siempre un arte que alegra almas en pena y consuela cuerpos necesitados. Y ahí estuvieron anoche, en el privilegiado rincón de la Plaza Trinidad donostiarra, los compadres Chucho Valdés y Gonzalo Rubalcaba. Dos pianistas con mucha diferencia de edad entre ellos, pero con la ligazón de su mezcla musical a caballo entre la rítmica y el color sonoro de su tierra y las influencias bajadas del norte.
Le tocó abrir fiesta a Rubalcaba que saludó a la repleta plaza con los saltarines solos ‘El cadete’. Confesó que tras el parón covid regresar a los escenarios era como volver a empezar y presentó a la colorista Aymée Nuviola, el cardado afro más orgulloso del verano. A soleado ritmo caribeño, estirando sin prisas las sílabas, «la sonera del mundo» transportó a la audiencia al Tropicana habanero con clásicos del son, del bolero, el filin o las baladas a ojos cerrados. Una lista de tentaciones con base en parte en el disco en directo ‘Viento y tiempo’, que grabaron en Tokyo. ‘Bésame mucho’, ‘El ratón’, ‘Bemba colora’, ‘Dos gardenias’, ‘Lágrimas negras’… Con algo de cosecha propia (‘Nada es para ti’) y un saleroso ‘Manisero’ final para que la juerga acabara arriba.
El animoso abuelo Chucho se presentó hecho un cielo azul hasta en la gorra y recibió el premio del Festival antes de dejar larga y excitante muestra de su poderío ante el teclado. Con el apoyo de una sección rítmica (Reinier Elizarde -contrabajo-, Georvis Pico -batería-, Pedro Pablo Rodríguez -percusión-), joven y robustamente sólida, el maestro no dejó palo sin tocar. Saltó del repertorio isleño (‘La Sitiera’, de Omara Portuondo; ‘Habanera’, una mirada al influyente Ernesto Lecuona, un tango-blues «mezclado»…) al obligado recuerdo al Chick Corea de ‘Armando’s Rhumba’ o un «Mozart a la cubana» que consiguió hacer mover el esqueleto a alguna gente valiente bajo el persistente xirimiri. ‘Timba africana’ despidió feliz aquella especie de carnaval pasado por agua, con las gentes extrañamente embutidas en chubasqueros de colores y con mascarilla.
Antes, en las sesiones vespertinas del Kursaal, María Concepción Balboa Buika rubricó y aumentó la impresión que ya dejó en su anterior visita al Jazzaldia de ser una cantante de gran capacidad vocal no adecuadamente aprovechada. Buika parece tan confiada y segura que abusa. Del chillido cual Angelique Kidjo en basto, de la verborrea personalista, de empeñarse en mezclar charleta con estrofas. Lleva buenos apoyos (Ramón Porrina -cajón-, Santiago Cañada -trombón-, Josue Ronkio -bajo-, Mar Sánchez -guitarra-) y tira de mezcla estílistica: afro, seudo flamenco, bolero… Sonaron ‘Mentirosa’, ‘Jodida pero contenta’, ‘Te busqué’, ‘Loca’, ‘Yo me lo merezco’ de Santana… La entregada intérprete balear se entregó en cuerpo y alma, pero su propuesta sonó confusa y deslavazada.
La cita donostiarra llega hoy a su ecuador con más pianistas como protagonistas (Kenny Barron, Marco Mezquida, Marcin Masecki) y el homenaje a Chick Corea en clave flamenca con el flautista Jorge Pardo (premio del Festival el año pasado) y el guitarra Niño Josele. Contra la pandemia o la inclemencia meteorológica, el 56 Jazzaldia enfila el sprint del fin de semana a pleno pulmón.
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