Ramon Sola
Aktualitateko erredaktore burua / redactor jefe de actualidad

La semana que derribó un dique de décadas en Nafarroa

La Conferencia de Aiete y la decisión posterior de ETA fueron despreciados por la entonces mayoría política navarra, en una mezcla de inconsciencia y prepotencia. El llamado «búnker» tenía los pies de barro ante la marea del cambio a la que se abrían las puertas.

Joseba Asiron (EH Bildu), recibido como alcalde de Iruñea por una Plaza del Ayuntamiento llena en 2015. (Jesús DIGES | POOL EFE)
Joseba Asiron (EH Bildu), recibido como alcalde de Iruñea por una Plaza del Ayuntamiento llena en 2015. (Jesús DIGES | POOL EFE)

En noviembre de 2014, el llamado «Navarrómetro» dibujó un cuadro político casi prerrevolucionario en el herrialde: auguraba 18 escaños sobre 50 para Podemos y 11 para EH Bildu mientras la todopoderosa UPN quedaba reducida a 8 y su socio histórico del PSN, a 5. Obviamente, nadie se acabó de tomar al pie de la letra aquella previsión, fruto de la falta de cocinado del sondeo, pero sí delató hasta qué punto se habían volcado las simpatías y adhesiones en Nafarroa en poco tiempo.

Al final, por cierto, quienes le dieron credibilidad estuvieron más cerca de la realidad que quienes lo denostaron: seis meses después se materializaba un vuelco total que mandaba a la derecha navarra a la oposición generalizadamente (su mayor bastión pasaba a ser Cintruénigo) y daba la vara de mando foral a Uxue Barkos (Geroa Bai), la de Iruñea a Joseba Asiron (EH Bildu) y la de Tutera a Eneko Larrarte (I-E).

Lo nunca visto, casi ni soñado, tuvo como ingrediente menor los escándalos de corrupción del denominado «régimen» –con las «mordidas» a la CAN como señal principal– y como factor mayor el cambio de ciclo de 2011. Y es que con él se mandaban al baúl de la historia los vetos políticos anteriores, que habían dejado fuera del juego al soberanismo de izquierdas e incluso al de centro, como mostró el «agostazo» de 2007, cuando el PSOE impidió al PSN gobernar con Nafarroa Bai.

Desde la perspectiva actual cuesta casi recordar hasta qué punto tenía controlada la situación política ese «búnker», enraizado en el franquismo y que se acabó de apuntalar con la creación del PSN (separado del PSE) en 1982. En esa década ya quedó establecida una entente anti-abertzale muy poderosa entre los Urralburu y Aizpun. En los 90 se profundizaría en la exclusión de HB, pero también del sindicalismo abertzale o del espacio euskaldun.

En la primera década de este siglo la ilegalización permitió a la derecha unionista gobernar cuatro años con mayoría absoluta (UPN-CDN) y mantener atado muy en corto al PSN, con iniciativas deleznables como la moción parlamentaria que negaba a los abertzales el derecho a gobernar alguna vez en Nafarroa.

En su «teoría del quesito», Miguel Sanz pronosticó que este espacio nunca superaría el 30% y que por tanto a UPN le bastaría con aliarse con el PSN para cerrarle el paso. Llegada la segunda década, poco antes de Aiete, ambos llegaron a formar una coalición de gobierno, aunque efímera, de la mano de Yolanda Barcina. Los intentos puntuales y tímidos del PSN por desmarcarse se topaban con Ferraz y con el argumento a veces, excusa otras, de ETA.

Roberto Jiménez, del PSN, y Yolanda Barcina, de UPN, tándem de gobierno en 2011. (Jagoba MANTEROLA/FOKU)

El vuelco parecía quimérico pero ya para entonces se atisbaban señales de que la tierra se estaba moviendo por debajo, con un cambio sociológico potente a partir de las ricas dinámicas sociales navarras y del impulso popular al euskara. Faltaba que se abrieran las puertas para que esa riada desbordase los diques. Y ocurrió en octubre de 2011. La derecha navarra –absorta en sus escándalos crecientes, desconectada de la calle y reducida a una mera réplica del discurso del PP– no estuvo atenta a la jugada. Pudo tomar otra posición más abierta ante Aiete, como hizo la derecha unionista de Ipar Euskal Herria, pero se dejó llevar por inercias y fobias y con ello precipitó su caída.

El nuevo escenario tuvo efectos casi inmediatos e inesperados en su dimensión, porque pocos hubieran anticipado que EH Bildu llegara a la Alcaldía en Iruñea y copara prácticamente Iruñerria además de cabeceras de merindad como Tafalla o Lizarra.

A la tromba le ha sucedido luego el sirimiri. En 2019, las fuerzas inequívocamente de izquierdas y/o abertzales no alcanzaron mayoría parlamentaria suficiente, pero a ella se incorporó el PSN, lo que viene a sellar el desmantelamiento de aquel pétreo régimen que había acaparado el poder en todas las instancias navarras desde el Alzamiento franquista.

El cambio sigue teniendo asignaturas pendientes, desde el euskara a la cuestión del estatus que la derecha nunca quiso someter a votación por si acaso (el Amejoramiento sigue sin refrendo); Iruñea ha vuelto a tener un alcalde de derechas; los poderes económicos y religiosos pugnan por no perder peso... pero una vuelta atrás resulta inverosímil. Y como prueba, lo ocurrido un punto emblemático, Lizarra; la recuperación de la Alcaldía por parte de Navarra Suma en 2019 duró muy poco y hoy vuelve a gobernar EH Bildu.