Víctor Esquirol
Crítico de cine

Guerras internas

En un solo día, ‘892’, de Abi Damaris Corbin y ‘A Love Song’, de Max Walker-Silverman, marcan los extremos en los que se mueve un festival que normalmente rinde mejor cuando sabe acallar los complejos de inferioridad que puedan surgir por el camino.

‘892’ es un claro exponente de ese cine independiente que se avergüenza de serlo.
‘892’ es un claro exponente de ese cine independiente que se avergüenza de serlo. (NAIZ)

38 años después de su primera edición, está claro que el Festival de Sundance sigue sin tener claro por qué modelo debe apostar a la hora de dar forma (y ya puestos, contenido) a ese misterioso objeto de culto. ¿De qué hablamos cuando hablamos de cine indie? Algunos dicen que de ‘esto’; otros dicen que de ‘aquello’, y claro, no nos ponemos de acuerdo. Hasta que, en determinadas ocasiones (hoy mismo, por ejemplo), se declaran guerras civiles.

La segunda jornada de esta edición de 2022 se ha vivido a través de las contradicciones que ha despertado el programa triple de hoy, compuesto por películas que se han contradicho las unas a las otras, y que incluso se han visto con ganas para rebatirse a ellas mismas. Todo ha empezado con ‘892’, de Abi Damaris Corbin, un horror, sobre todo por ser un claro exponente de ese cine independiente que se avergüenza de serlo, y que aspira a jugar en la liga (¿superior?) de los grandes estudios.

De lo que se trata aquí es de recrear las trágicas circunstancias que llevaron a un joven soldado yankee retirado a atracar un banco. Así pues, tenemos pues un thriller criminal teóricamente puntuado con pinceladas sociales, pero en realidad esto no es más que el –frívolo– vehículo de lucimiento de su actor protagonista, un John Boyega tan pasado de intensidad, que no queda claro si busca emular a Denzel Washington oscarizable o a la versión más desmadrada de Nicolas Cage.

El resto de intérpretes, así como la factura técnica, nos habla de una producción de semi-lujo, en las antípodas de la humildad que se le presupone al indie; parapetada en un teórico compromiso hacia los desfavorecidos que en realidad no es más que el aberrante reflejo de una panda de egos desmedidos. Con un alma tan podrida, es normal que ningún otro aspecto rinda mínimamente bien: ni el texto (incapaz de de huir de lo absurdo en situaciones de máxima tensión), ni mucho menos un ritmo narrativo desesperantemente falto de pulso.

Así las cosas, toca refugiarse en las verdaderas esencias del indie. En la sección Next encontramos ‘A Love Song’, de Max Walker-Silverman, primera gran película del certamen, y esto que en lo que a envergadura de refiere, seguro que va a ser una de las más pequeñas con las que nos vayamos a cruzar a lo largo de los próximos días. Puro efecto Sundance, este Sundance que tanto nos gusta, vaya. El film, que opera como un constante recordatorio de que se puede vivir –feliz– con muy poco, es un coherente ejercicio de cine hecho con muy pocos ingredientes. Esto sí, aquí todos ellos rinden que da gusto.

A orillas de un recóndito e idílico lago de Colorado, una mujer espera a un viejo amigo, en el interior de una auto-caravana. Y espera. Y sigue esperando. Y mientras lo hace, habla con las personas que por ahí pasean, y se relaciona con los elementos naturales que la rodean, con una discreción y con una consideración que conmueven. La bondad, autenticidad y sabiduría con la que el director y guionista toma cada decisión, también se dejan notar. Caminando por las latitudes (geográficas y emocionales) de Kelly Reichardt o Chloé Zhao, Walker-Silverman nos regala una memorable odisea en estático; un precioso compendio de almas heridas… pero radiantes, en los procesos de sanación en los que están embarcadas.

Por último, en un cambio de registro radical, chocamos violentamente contra ‘La guerra civil’, nuevo trabajo como directora de Eva Longoria, un formulaico pero muy disfrutable documental sobre la rivalidad pugilística entre Julio César Chávez y Óscar de la Huerta: dos mitos del boxeo hermanados y separados por sus respectivos orígenes. La identidad mexicana, fracturada entre los que nacieron a un lado o al otro de la frontera con los Estados Unidos, pasa a ocupar los dos extremos del cuadrilátero. El montaje, hábil conjugador de entrevistas y material de archivo, se comporta como una adictiva retransmisión deportiva que, además, va sobrada de vocación didáctica. Una gozada; un día más en Sundance: tan peleados, tan divertidos.