«Preferimos morir en casa que en la calle como animales»
Calles vacías, edificios destruidos, bombardeos que no cesan... Desde hace un mes, Tiro, la capital del sur de Líbano, es una sombra de lo que fue. Los que se quedan viven al ritmo de los cercanos combates y temen que su milenaria ciudad sea ocupada por los israelíes.

La carretera que serpentea junto al Mediterráneo, desde Beirut hasta Tiro, huele a muerte. Antaño muy transitada, ahora está completamente desierta a lo largo de kilómetros y kilómetros, y los únicos vehículos que uno se cruza son cadáveres esparcidos por la carretera, prueba de los recientes ataques israelíes.
Tiro, la perla del sur de Líbano, tan popular por su patrimonio histórico, su belleza arquitectónica y sus playas, parece ahora aislada del mundo. «Es lo que hay, no podemos hacer nada», comenta lacónicamente Abou Elias, de 75 años. Sentado en una silla cerca del puerto, el anciano explica que se ha negado a abandonar su casa a pesar de las advertencias de su familia. «Tengo más miedo por la nueva generación que por mí mismo, mi vida está hecha», manifiesta.
El ruido de un bombardeo cercano ni siquiera le sobresalta. Sonríe: «Es así día y noche. Oímos todos los ataques israelíes sobre los pueblos fronterizos a decenas de kilómetros. Eso cuando no es nuestro propio pueblo el atacado», expone.
Borrar la memoria
Para él, no hay duda: esta ofensiva israelí es la más violenta que ha vivido nunca. «Es la primera vez que tanta gente abandona Tiro. Tengo mala salud y soy una de las pocas personas que posee una casa antigua. No hay forma de que la abandone, tiene al menos 200 años, es donde nací y quizá sea donde muera», señala .
Abu Elias, una figura cristiana de la ciudad, es un hombre sabio. «Soy como mucha gente de aquí. Mi vida no importa mucho, pero si destruyen Tiro, los israelíes borrarán la memoria de Líbano y de esta ciudad milenaria», lamenta.
Habitada ininterrumpidamente desde hace 4.000 años, Tiro y su puerto forman parte de la historia de la cuenca mediterránea, ya que sus marineros contribuyeron a la construcción de grandes ciudades como Cartago, en la actual Túnez.
«¿Si me preocupa que la ciudad sea arrasada? Por supuesto, pero estas piedras habitan también en nuestros corazones», responde Hussein Kawar, de 46 años. «Toda mi familia es de Tiro, y yo no me voy. Viví la ocupación israelí cuando era más joven. Todos los hombres de mi barrio fuimos detenidos, y nos interrogaron durante horas en el resort de la ciudad», recuerda.
Y añade: «No quiero que me pase lo que les pasó a los palestinos. Tuvieron que huir y perdieron sus ciudades y sus casas para siempre. Pero creo que la resistencia es muy fuerte y que no llegarán hasta aquí, su única fuerza es la aviación, y es para hacernos pagar por ello que están destruyendo todo el país».
En el puerto, Adel el Abedi, pescador de origen palestino, ha acondicionado su barco y ha decidido permanecer allí el mayor tiempo posible para protegerse de los ataques israelíes. «Vivimos día y noche con el temor de órdenes de evacuación o de ataques sin previo aviso. Evidentemente, este episodio es más violento y sangriento que los anteriores, pero se trata de un conflicto cíclico que volverá si no se resuelve. No nos queda más remedio que resistir», asegura.

Para Adel, el miedo de ver llegar a su ciudad a los descendientes de los soldados israelíes que expulsaron a su padre de Haifa es muy grande. «Tiro simboliza muchas cosas para mí porque es donde nací. Eso es lo que diferencia a esta ciudad de las demás: a pesar de mi identidad palestina, todo el mundo me trata como a un miembro más de la familia. Lloré mucho cuando los primeros bombardeos sacudieron la ciudad», confiesa.
«Made in USA»
En el paseo marítimo, encontramos las cicatrices de los ataques israelíes por todas partes. Frente a dos edificios destruidos, partidarios de Hizbullah han colocado una pancarta: «Made in USA». Algunos jóvenes se hacen selfies delante de ella, antes de desaparecer rápidamente. En el cielo, los drones zumban y los aviones de guerra rompen la barrera del sonido.
En un barrio pobre, Rana Ali, de 52 años, nos guía por un laberinto de callejuelas. También aquí un ataque ha desfigurado el paisaje. Las casas, construidas de manera anárquica, se han derrumbado como un castillo de naipes. «Una mujer de 80 años vivía a pocos metros y murió. Aquí solo hay familias que no podían permitirse abandonar el pueblo, por eso nos persiguen», explica Rana.
Y continúa: «Nunca pensamos que nos atacarían, no tiene sentido táctico. A nadie le importan nuestras vidas, ¿por qué matarnos? Vivimos fuera de nuestras casas todo lo posible, por si acaso, pero somos muchos los que preferimos morir en nuestras casas que en la calle como animales».
Las cicatrices del ataque también pueden contemplarse en el rostro de la joven Rukaya Halawi, de 13 años. Un hematoma en el rostro y decenas de puntos de sutura agrietan su cuero cabelludo. Junto a sus padres, explica que permaneció bajo los escombros, herida pero consciente, durante largos minutos antes de que su hermano pudiese liberarla con sus propias manos y la trasladase al hospital.
«Estaba en las escaleras de mi casa cuando oí el ruido aterrador del misil. El resto lo recuerdo borroso: los gritos de mi madre, que pensaba que me habían matado, el dolor... No tenía ni fuerzas para hablar», rememora. La familia es unánime: no se dio ninguna orden de evacuación. «No tienen piedad», dice su padre.
La joven prosigue: «La madre de mi vecina –y mejor amiga– sucumbió a sus heridas después de que le amputaran las dos piernas. Ver a su madre en semejante estado le rompió el corazón, pero aun así fue ella quien la evacuó como pudo».
«No puedo describir semejante caos. Todo estaba rojo, había sangre por todas partes. Pero aceptamos todas las pruebas que Dios nos impone, todo es más fácil cuando hay una resistencia a nuestro lado», subraya.
Mientras prosiguen los encarnizados combates, muchos temen que Tiro sea un cerrojo que Israel intente romper.
Y la operación anfibia llevada a cabo por las fuerzas israelíes al inicio de noviembre, que desembarcaron por mar en Batroun para secuestrar a una persona que identifican como «responsable de la marina de Hizbulla» no es para nada tranquilizadora. El mar, que durante siglos se lo ha dado todo a los habitantes de la ciudad, se otea ahora con angustia.
«Los israelíes son capaces de todo, pueden reducir nuestra ciudad a un enorme cementerio, y destruir nuestras ruinas, al fin y al cabo, les da igual. La elección de Donald Trump no augura nada bueno, estamos abandonados a nuestra suerte y solo tenemos a la resistencia para protegernos, lo sabemos», concluye el pescador palestino Adel el Abedi.

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