Ganador el pasado 31 de enero del Gran Prix de la última edición del Fipadoc, el premio principal del festival de cine documental de Biarritz, ‘Black Box Diaries’ también es uno de los documentales favoritos a llevarse un Oscar en su categoría. Tras pasar por los principales festivales especializados, ahora se puede ver en Filmin, después de que la plataforma de streaming lo acabe de incluir en su catálogo, mientras que, en el Estado francés, el 12 de marzo sí que llegará a las salas comerciales.
En el Hexágono está en marcha además una petición en Change.org, en la que se insta a que se estrene en Japón, donde todavía sigue sin conseguir distribuidor. Es como para sacarles los colores: el documental se ha distribuido en 58 países de todo el mundo y no para de recibir premios. Pero, en su país, ‘The Black Box Diaries’ continúa resultando incómodo.
El arranque del documental, que se sigue como un auténtico thriller de investigación, resulta, de tan directo, duro. Mirando a cámara, la periodista Shiori Ito anuncia que va a empezar a documentarlo todo grabando vídeos en su iPhone y confiesa su miedo a lo que sucederá cuando comience el juicio contra su agresor; es decir, contra el famoso periodista que la violó dos años antes. Y entonces llegan las imágenes reales de las cámaras del hotel, tomadas la noche en la que tuvo lugar la violación.
Salto en el tiempo, dos años atrás: mayo de 2015, después de la cena a la que Shiori Ito, una joven que quiere ser periodista, es invitada por Noriyuki Yamaguchi, exjefe de la oficina de Washington del Tokyo Broadcasting System, se les ve llegar al hotel Sheraton de Tokio en taxi.
El vehículo está parado ante la puerta del hotel y, mientras el portero –quien será un testigo esencial– mantiene abierta la puerta, Yamaguchi tira y saca a la fuerza del interior a Shiori Ito, quien se resiste y se tambalea. Se percibe que ella no está bien, no se sostiene sobre sus piernas, pero él la lleva a rastras al interior del hotel. No se ve la violación, tampoco hace falta.
La periodista y cineasta Shiori Ito es la directora y protagonista de este documental, un trabajo periodístico de primer nivel en el que relata la valiente investigación y el calvario que tuvo que pasar hasta que consiguió llevar a su agresor ante los tribunales, sabiendo que era improbable que se le procesara.
Porque quien le agredió era conocido por ser el periodista más cercano al entonces primer ministro Shinzo Abe, de quien incluso escribió una biografía. El mismo Shinzo Abe que, en 2022, moriría a tiros en un mitin.

«Me he centrado, como periodista, en buscar la verdad. No he tenido otra opción. Mi trabajo ha sido la única manera de protegerme», confiesa Shiori Ito mirando a cámara. Porque lo extraordinario de esta mujer es que lo fue documentando todo, con vídeos o grabaciones a escondidas de las conversaciones que, durante los dos años de investigación previos al juicio, tuvo con fiscales e investigadores. Sabía que, si no guardaba las pruebas, nadie la creería.
«Cuando me desperté, me estaba violando», se le escucha decir llorando en una declaración. «No hay pruebas», contesta frío el policía.
Las posibilidades de que una agente de policía femenina fuera asignada al caso eran muy raras: menos del 8% de la fuerza policial japonesa son mujeres. Además, las víctimas tenían que recrear su incidente con muñecas de tamaño natural. Tokio, una ciudad con 14 millones de habitantes, entonces solo tenía un centro de atención a víctimas de violación y una línea telefónica de atención. Esta es la sociedad a la que se enfrentó Shiori Ito cuando decidió denunciar.
El documental es el ganador del Gran Prix internacional del festival Fipadoc de Biarritz y suena como uno de los favoritos para los Oscar de este año. Filmin lo ha estrenado, también estará en salas en el Hexágono, pero en Japón sigue sin distribuidor
Por encima de todo estaba la cuestión cultural. «En Japón, donde hablar de violación sigue siendo un tabú, solo el 4% de las víctimas denuncian sus casos a la policía. Las víctimas y quienes las rodean pueden ser estigmatizadas e incluso excluidas de la sociedad. Mi familia estaba en contra de mis acciones», reconoce. Se encontró con que la violación solo se podía demostrar mediante violencia física grave o amenazas, debido a los obsoletos sistemas judiciales del país, donde la legislación sobre agresiones sexuales databa de hacía 110 años.
Violar estaba menos penado que robar un bolso. Socialmente, tampoco estaba bien visto denunciar. Había que cambiar la legislación. Y su caso se convirtió en un caso histórico en Japón.
El documental sigue el tortuoso camino que tuvo que seguir para conseguir llevar el caso ante la ley. Incluso cuando la Policía estaba a punto de detener al violador, llegó una orden de arriba de soltarlo, y retiraron del caso al investigador principal. Desestimado el juicio por lo penal, había que buscar la vía civil. La presentación de la demanda fue un revulsivo total en Japón, el inicio de un #Metoo al que se sumaron también sus compañeras periodistas. «Conmocionó al público –explica la periodista. Hubo una reacción violenta de la ultraderecha, con una campaña online de publicaciones despectivas y amenazas de muerte, además la gente de la calle que criticaba todo: mi apariencia y mis antecedentes. ¿Por qué llevaba desabrochado el botón superior de la blusa en la rueda de prensa?, se preguntaban. Era una prueba de que yo era una prostituta: Una japonesa de verdad no hablaría de semejante vergüenza».
«Una caja negra se define como un sistema cuyo funcionamiento interno está oculto o no se entiende fácilmente. Japón es una tierra de cajas negras, y aprendí lo que sucede en esta sociedad cuando empiezas a abrirlas», explica la cineasta y periodista
Primero escribió un libro, titulado ‘Black Bock’, luego este documental, un diario audiovisual. ¿Por qué una caja negra? «Una caja negra se define como un sistema cuyo funcionamiento interno está oculto o no se entiende fácilmente –explica–. Japón es una tierra de cajas negras, y aprendí lo que sucede en esta sociedad cuando empiezas a abrirlas».
Shiori Ito finalmente ganó... aunque el caso actualmente está recurrido y su documental sigue sin verse en Japón. Pero sí ha cambiado algo: la ley y, sobre todo, el apoyo social a esta causa. «Más tarde, cuando se aprobó un cambio histórico en la ley japonesa sobre violación, sentí que mi objetivo principal se había cumplido y que podía volver a una vida normal –añade–. Pero era demasiado tarde. Me había convertido en una heroína, una villana, un icono, pero no podía vivir conmigo misma». La herida era demasiado grande. Sigue curándose del daño sufrido.

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