El fin de la globalización abre debates de calado en la izquierda
Los aranceles hunden todavía más la globalización neoliberal. En el nuevo escenario, la izquierda tendrá que posicionarse frente al mercantilismo, la soberanía, el dinero internacional y los controles al capital. En el ámbito interno, la lucha de clases se está volviendo más descarnada.

Firmar actas de defunción es fácil. Luego resulta que algunos muertos no terminan de morir. Uno de ellos es la globalización. Hay quien sitúa el principio del fin en la crisis financiera de 2008 que mostró la estulticia con la que EEUU gestionó el mercado financiero. Otros señalan a los años 2015-2016, cuando se hizo evidente el malestar de los perdedores en el referéndum de Grecia, la crisis migratoria en Europa, el Brexit y la primera elección de Donald Trump. Algunos más apuntan al principio del fin en la pandemia del covid que mostró que el Norte Global dependía del sudeste asiático para todo. Hay, por fin, quien señala a los actuales «aranceles recíprocos» de la Administración Trump. Cualquiera que sea el punto de inflexión, todos esos momentos han sido hitos en el declive de la globalización neoliberal. De lo que no cabe duda es de que tal y como se ha desarrollado estos últimos treinta años ha terminado.
Otra cosa es qué sustituirá a la globalización neoliberal y sobre esa transición hacia un nuevo orden económico global no se oyen muchas voces. Yanis Varoufakis decía hace unos días que la izquierda «no tiene un plan». Posiblemente tenga razón. Después de haber abrazado el liberalismo y el discurso economicista como justificación de una política centrada en los intereses del capital, la desorientación es evidente. En cualquier caso, hay ciertos debates a tener en cuenta.
FIN DE LA RETÓRICA NEOLIBERAL
El 7 de abril, el presidente del Consejo de Asesores Económicos de Donald Trump, Steve Miran, desgranó las claves del actual contexto en una conferencia en el Instituto Hudson. Dijo, básicamente, que EEUU proporciona dos bienes públicos globales: el paraguas de seguridad, y el dólar y los bonos del Tesoro, los activos de reserva que hacen posible el comercio y las finanzas globales.
Miran explicó que esos bienes son demasiado costosos para que EEUU los asuma en solitario, por lo que ha llegado el momento de compartir gastos. Y propuso varias opciones para repartir la carga: aceptar los aranceles sin tomar represalias contra EEUU; detener lo que EEUU considera prácticas comerciales injustas (normas medioambientales, por ejemplo) y abrir los mercados a los productos estadounidenses; aumentar el gasto militar e invertirlo en la compra de armamento estadounidense; invertir e instalar fábricas en EEUU, y así evitar los aranceles; o, por último, «emitir cheques al Tesoro que nos ayuden a financiar los bienes públicos globales». Este es el trasunto de la moratoria de 90 días: negociar las contrapartidas a pagar, el precio del vasallaje.
La virtud de todo esto es que del discurso han desaparecido las justificaciones sobre la eficiencia económica. Las relaciones de poder y los objetivos políticos determinarán la dirección de los cambios, no el estricto cálculo económico. La izquierda tendrá que olvidar los discursos macroeconómicos y centrarse en la lucha de clases, donde adquiere especial relevancia la lucha contra las desigualdades.
MERCANTILISMO
En ese sentido, la libertad de comercio se ha justificado con la teoría de las ventajas comparativas de David Ricardo, que postula que cada país debe especializarse en aquello en lo que sus costes sean relativamente más bajos. Una teoría que esconde que no todos los eslabones de la cadena de valor son igual de lucrativos. Aquellos países que se posicionan en los eslabones más rentables son los que ganan con esa especialización internacional.
Esa idea sirvió para crear en 1995 la Organización Mundial del Comercio (OMC) que estableció las reglas para reducir las cortapisas al comercio internacional. En 2001 entró China en la OMC y desde entonces ha seguido a rajatabla sus reglas. Y seguirá defendiéndolas, en la medida en que la ausencia de límites siempre favorece al poderoso. Los aranceles han puesto fin a ese escenario. «Estamos entrando en un nuevo mundo de políticas comerciales y económicas exteriores específicas para cada nación y región, alejándonos del universalismo y el internacionalismo para adentrarnos en el neomercantilismo», señalaba el economista Branco Milanovic en un artículo reciente.
Este neomercantilismo, en el que el Estado interviene activamente en defensa de las industrias nacionales, profundizará la actual crisis de la OMC, que no es más que un mecanismo comercial para saquear el resto del mundo. Nada que la izquierda tenga que defender. Unas relaciones comerciales más justas solo se podrán construir desde la soberanía de los pueblos, no desde la imposición de reglas que favorecen a los poderosos.
MONEDA O MONEDAS DE RESERVA
EEUU quiere mantener el estatus del dólar como moneda de reserva y, al mismo tiempo, pretende que su cotización baje. Los grandes vaivenes en la bolsa han ido acompañados, a diferencia de lo que suele ocurrir en otras ocasiones, de una caída del dólar al tiempo que la rentabilidad de los bonos del Tesoro estadounidense se ha disparado, lo que indica que la confianza en el dólar como moneda de reserva se está desmoronando. Está por ver qué fuerzas están detrás de estas ventas de activos en dólares, pero, de seguir así, la Administración Trump va a lograr que el dólar deje de ser moneda de reserva.
Y en este punto se abren varias posibilidades. Una es que sea el oro el que recupere el estatus de moneda de reserva. Otra posibilidad es que los incipientes movimientos de los BRICS para crear un sistema de pagos común se conviertan en un sistema multidivisa. Yanis Varoufakis apuesta por recuperar la idea inicial de John Maynard Keynes y crear una moneda internacional que debería ir unida a un conjunto de reglas que castigue tanto los déficits comerciales como los superávit.
Varoufakis propone, asimismo, sustituir las actuales instituciones encargadas de gestionar las finanzas internacionales, FMI y Banco Mundial, por un fondo global o un fondo verde para invertir en industrias y tecnología verde en el Sur Global.
EL CONTROL DE CAPITALES
Una demanda histórica de las fuerzas antiglobalización ha sido la introducción de controles al movimiento del capital. La Administración Trump, en vez de establecer un marco que impida la fuga de capital y la deslocalización de la producción, presiona y amenaza a otros países para que sus corporaciones inviertan en EEUU.
En este sentido, el profesor Harrison Karlewicz considera que el comercio internacional en realidad se da dentro de grandes corporaciones mundiales, como si las líneas de producción se hubieran estirado por todo el mundo. Las corporaciones ubican diferentes etapas en distintos países, según los costes, y la libre circulación de capitales les permite reubicar constantemente la fabricación allí donde los costes son más bajos. Un esquema con el que el beneficio fluye hacia la matriz y la ganancia real en los países productores es minúscula. De ahí que el control de capitales debería ser el complemento imprescindible para detener el saqueo y reforzar la soberanía de los pueblos.
Aunque necesarios, no son suficientes para garantizar la industrialización, de ahí que John McDonnell, ministro de Hacienda en la sombra durante el liderazgo de Jeremy Corbyn, abogara por la transferencia «gratuita o barata» de tecnología verde hacia el Sur Global, como una forma de reparación por el saqueo padecido.
LA DESIGUALDAD EN EL NORTE GLOBAL
La globalización no ha sido únicamente una estrategia para saquear el mundo. Como recuerda Michael Pettis y Matthew Klein en el libro “Las guerras comerciales son guerras de clase”, ha sido, sobre todo, un conflicto entre las élites económicas y la gente corriente que se ha presentado como una guerra entre países. En este aspecto, es muy ilustrativo el estudio sobre desigualdad realizado por Branko Milanovic. Su principal conclusión es que esta globalización ha reducido las desigualdades en el mundo por el traslado numerosas manufacturas al Sur Global, que crearon empleos y mejoraron las condiciones de vida. Aunque en general las relaciones laborales siguen siendo bastante malas, en la mayoría de los casos son mejores que las que tenían antes los trabajadores. En esta globalización han perdido los trabajadores del Norte Global. Los buenos empleos industriales han desaparecido y en su lugar han llegado los trabajos precarios a los que también aspiran los migrantes expulsados del Sur Global.
El resultado ha sido que, en general, la desigualdad ha disminuido en el mundo. Sin embargo, en el Norte Global ha aumentado de manera notable: las clases pudientes han hundido a la clase trabajadora. Milanovic apunta a que esta es una de las causas del malestar que se intuye tras el auge de la extrema derecha.
NEOLIBERALISMO DE PUERTAS ADENTRO
Tanto Milanovic como Varoufakis señalan que el aumento de los ingresos por aranceles se utilizará para reducir los impuestos a los ricos, lo que agudizará todavía más la desigualdad. Ambos creen que en política interna la derecha continuará con su programa neoliberal. En cierto modo, es lógico: si el mercantilismo reduce la posibilidad de explotar al resto del mundo, el capital se centrará en explotar a la clase trabajadora en su propio país. La agenda neoliberal se acelerará: bajada de impuestos a los ricos, desregulación para permitir una mayor explotación laboral y de los recursos naturales (algo que ya hace la UE) y privatización de activos públicos.
La nueva globalización será proteccionista en el exterior y neoliberal internamente. Crecerá el papel del Estado en defensa de los intereses económicos nacionales, pero se reducirá en el ámbito interno. Caerá el bienestar en todo el mundo, sobre todo en el Norte Global. En la era del vasallaje, la lucha de clases emerge sin tapujos.

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