
Ari Aster se estrena en la Competición con su primera película después del volantazo tonal llegado con ‘Beau tiene miedo’, tres años atrás. Como ‘Beau’ funcionaba cual suma apenas congruente de panorámicas sobre el horror, ‘Eddington’ también se dispone como el retrato de un tiempo y un lugar descuajados de una lógica contable en tres actos: un brevísimo pueblo en el Sur de Estados Unidos, dos meses entrados en pandemia. Sobre este lienzo, Aster escribe primero una sátira sobre los efectos alelantes de un excesivo tiempo de pantalla en tiempos de conspiración, insertando en un arco de enloquecimiento al idiota sheriff protagonista (Joaquin Phoenix), de masculinidad amenazada ante la entereza del alcalde (Pedro Pascal), izquierdista, y razonable y con un pasado sentimental con su mujer (Emma Stone).
Y así, durante su primera hora y media, ‘Eddington’ separa el trigo de la irracionalidad covídica (made in US, país de gurús como el de un ficticio cameo de Austin Butler). Comedia negra sin demasiados miramientos, pero tampoco originalidad. La mascarilla, el Black Lives Matter y los “responsables en la sombra” son palos de pajar de un panóptico humano de pura cháchara, demasiado específico para superar la autorreferencia de yanquis a yanquis, y tampoco muy graciosa. Es hacia la recta final de la película, tras un giro oscuro algo esperable en el responsable de ‘Hereditary’ o ‘Midsommar’, cuando la noche absurda cae –y bien– sobre todo Eddington. Si han sobrevivido a todo lo anterior, les espera un último tramo de acción digno del cine de los Coen. Quédense al final.
‘The Chronology of Water’, íntegro debut de Kristen Stewart
Hay quienes encontrarán en esta ópera prima un excesivo –dirán, superficial– lirismo. En efecto, la adaptación de Stewart de las memorias de Lidia Yuknavitch (Imogen Poots) replican con alta fidelidad las formas del monólogo interior del original, desordenando un relato en estricta primera persona, nutriendo la susurrante voz narradora de Poots unas imágenes de por sí sugerentes. El resultado es un tapiz vital vertiginoso, que arranca con los abusos sexuales del padre de Yuknavitch y, como ‘Blonde’ de Andrew Dominik, se desbarra en las consecuencias que tuvieron para sus relaciones sentimentales posteriores.
También como en ‘Blonde’, Stewart se crece tras las riendas sueltas de un cuento moderno, que le permite jugar con carisma a un montaje propio del underground de los noventa, así como poner en escena situaciones emocionalmente muy complejas: Imogen Poots se desvive como femme fatale desgarrada, masturbándose frenética a cámara mientras riega con vulnerabilidad toda la aspereza del arquetipo de mata-hombres. No falta cuerpo ni garra al universo de vínculos que despliega: ni el rencor a su hermana (Thora Birch), ni la admiración teñida de interrogantes de su mentor, al que los más leídos reconocerán como Ken Kesey (Jim Belushi). Lo que sí echamos en falta es la mano que sólo da la experiencia.
‘La ola’, la ‘Emilia Pérez’ de Sebastián Lelio
También el cineasta oscarizado por ‘Una mujer fantástica’ juega entrecruzando actualidad y musical, y tampoco llega a brillar ni en terreno del ensayo, ni en el del musical. En esta ocasión, el chileno (producido por Pablo Larraín) plantea la oleada de consecuencias tras una denuncia por agresión sexual en una facultad de interpretación. El consentimiento, el rol del aliado, la revictimización y las condiciones de clase de la sororidad son leitmotiv del repertorio que sigue, sobradamente familiares aunque no lo suficientemente encajados, pienso por la cantidad de deserciones que hubo durante el pase. En fin, en la comparativa con Audiard, Lelio saldría ganando. Primero, porque el reparto capitaneado por Daniela López, debutante entregada y suficientemente funcional, está integrado todo de caras desconocidas sobre las que arrojar un buen personaje. Luego, por una apuesta más memorable por las canciones, que coreografía sin miedo Ryan Heffington (responsable de los bailes de Sia o Florence and the Machine) y que acierta al limitar sus cartas –una facultad, un grupo de jóvenes bailarines, un tema potente– para despejar el camino a la música y a un lustroso trabajo de cámara.

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