Amaia Ereñaga
Erredaktorea, kulturan espezializatua
Entrevue
Antón García
Escritor y director de Política Lingüística del Gobierno asturiano

«Cada persona mayor hablante de asturiano que se muere es una pérdida irreparable»

Antón García (Tuña, 1960) es filólogo, ha sido editor y profesor, pero, sobre todo, es activista por la recuperación de la lengua asturiana. En asturiano –y no bable, eso hemos aprendido– escribió ‘Crónica de la lluz y de la solombra’ (2014), una intensa crónica negra de la Asturias montañesa.

Antón García, a su paso por Bilbo, donde presentó su libro.
Antón García, a su paso por Bilbo, donde presentó su libro. (Marisol RAMIREZ | FOKU)

‘Crónica de la luz y la sombra’ (Pez de Plata, 2025) arranca con una dedicatoria  –«Para Concha, mi madre, la nieta del Chispeiru de la casa Llourienza»– en la que hay un reconocimiento de la transmisión por parte materna de la lengua y también un poner sobre papel lo recibido de una abuela que solo hablaba asturiano. La nieta de Chispeiru representa a  los hablantes tradicionales de una lengua injustamente ninguneada, también en la actualidad –no hay más que leer a medios del PP, que la califican de «dialecto romance astur leonés»– y a la que se le sigue negando la cooficialidad.

«Esta historia sucede 15 kilómetros alrededor de mi pueblo: el crimen sucede unos 10 kilómetros río arriba y al ajusticiado lo matan en plaza pública como a 15 kilómetros río abajo»

Antón García ha escrito cuentos, novelas y poesía, ha traducido a Clarice Lispector al asturiano y ahora, mientras sigue dirigiendo la Política Lingüística del Gobierno asturiano, ha visto como, una década después de que ganara el premio Xosefa Xovellanos, su ‘Crónica de la luz y de la sombra’ se edita en castellano, traducida por Marta López Fernández y de la mano de la editorial también asturiana Pez de Plata.

En ella, con mano firme, Antón García nos lleva de vuelta a 1987, a los aislados pueblos de la montaña de Asturias, para recrear una historia real: la  muerte de una mujer y de su bebé recién nacido a manos de su marido. Hay violencia de género, violencia vicaria y también violencia económica y cultural. Pobres como ratas a los que ni el juez entiende en Oviedo por su dialecto. Esta crónica negra es un alegato despiadado contra la pena de muerte, y que permite conocer más a una cultura que está ahí, tan cerca, pero de la que tan poco sabemos.

¿Cuánto hay de realidad y cuánto de ficción en ‘Crónica de la luz y de la sombra’?

El relato histórico es real; es decir, los personajes cumplen en la novela el papel que los hechos históricos les adjudican. En ningún momento traicioné la documentación sobre los hechos históricos, pero lo que tienes en un caso como este es el esqueleto de lo que sucedió. A lo que me dediqué como novelista fue a poner el músculo, la piel, los nervios y yo creo que hasta la ropa y el abrigo; es decir, a vestir todo eso, a que los personajes reflexionaran sobre los hechos de los que son protagonistas y armé una historia de tal manera que, quien la lea, pueda entender la sociedad de aquel tiempo.

Fue el último ajusticiamiento a garrote vil de Asturias. ¿Por qué le interesó?

Durante mucho tiempo se creyó que también fue el último de España. Esta historia sucede 15 kilómetros alrededor de mi pueblo: el crimen sucede unos 10 kilómetros río arriba y al ajusticiado lo matan en plaza pública como a 15 río abajo. El primero que me cuenta esta historia es mi padre, cuando soy un crío. Y,  como a cualquier crío, me impresiona. Después, siempre que fui encontrando alguna información, fui guardándola. Pero lo que yo quería hacer desde el principio era una novela. Cuando volví sobre la documentación, me di cuenta de que tenía información muy desigual; es decir, me faltaba información muy relevante, por ejemplo, sobre los personajes femeninos.

Más allá de la muerta, que es mujer, no había mucha información. Me puse a indagar, pero también dejé que caminase la intuición y fui reconstruyendo, desde mi conocimiento de cómo es la vida en los pueblos, cómo pudo ser la de estas mujeres: la madre del asesino, la mujer que muere asesinada y la amante, que conforman, digamos, un triángulo protagonista que creo enriquece la novela.

Es un retrato de una sociedad rural, la asturiana del XIX, muy dura y bronca.

Es que es una sociedad rural en la que hay muchas diferencias sociales, entre los poderosos y los pobres, y hay machismo también. Además, dentro de lo que es la sociedad asturiana, es un caso raro porque, por ejemplo, el cura, que tiene un papel protagonista, es un cura de ideología carlista que no lo nombra el arzobispado de Asturias, sino el señorito del pueblo. Detrás de todo eso hay también bastante política. En el momento en el que la pena de muerte se va a ejecutar, los republicanos hacen bastante ruido contra la pena de muerte y contra la monarquía.

Se trata de retratar todo eso y de que quien lea la novela se dé cuenta de cómo era la sociedad de aquel tiempo: desde la miseria en la que viven los habitantes del pueblo hasta cómo los miran en la ciudad  cuando llegan para el juicio... yo creo que hasta los desprecian.

Está desde el 2019 en el Gobierno asturiano, al frente de Política Lingüística. Pero esto del idioma es una militancia desde siempre, ¿verdad?

Sí, totalmente. Yo milito en la lengua desde que era muy joven: tomo conciencia de lo que hay cuando tenía 17-18 años y, de alguna manera, con la familia también, pero lo que hay una militancia permanente y activa.

Aprovecho la ocasión para preguntarle sobre eso mismo. Ahora, uno de los retos de las lenguas minorizadas va a pasar por estar presentes en la inteligencia artificial.

Del asturiano, ¡qué decir!: como lengua minoritaria en este momento no es oficial en esta comunidad. Tiene problemas específicos: nuestro gran problema en este momento es la transmisión generacional. Las nuevas generaciones tienen mucha más conciencia lingüística que las anteriores y eso hemos ganado. En estos 40 años de política lingüística, se consigue una mayor concienciación, pero perdemos hablantes tradicionales: cada persona mayor hablante de asturiano que se muere por edad o porque se acaba su ciclo vital es una fuente de información que perdemos, una pérdida irreparable. Entonces, pues sí, la inteligencia artificial está ahí, nos preocupa desde la acción política, pero, sinceramente, no es el mayor problema que tenemos ahora mismo. 

«El dato que tenemos es que aproximadamente unas 300.000 personas, arriba o abajo, hablan y entienden el asturiano. Como lengua minoritaria, en este momento no es oficial en esta comunidad»


En Educación también ha habido avances. ¿Qué presencia tiene este momento?

Es interesante, porque en el momento en el que se declara la oficialidad de las distintas lenguas del Estado, a principios de los años 80, Asturias se queda fuera. Sin embargo, se pone en marcha un proceso de, vamos a decir, normalización lingüística al margen de la oficialidad, con gran dificultad, porque realmente todo el entramado constitucional está pensado para lenguas oficiales y la nuestra no lo es. Entonces, hay un proceso de escolarización que acaba de cumplir 40 años el año pasado y que permite que miles de asturianos reciban enseñanza reglada en la lengua en horario lectivo y de manera voluntaria.

No es obligatorio, pero en Primaria, la asistencia desde el principio se mantiene alrededor del 50% de todo el alumnado y en algunos colegios incluso llega al 100%. Se está regulando la enseñanza del asturiano, por ejemplo, en las escuelas de 0 a 3 años, también en el infantil de 3 a 5. Para el curso que viene se va a poner en marcha la formación de asturiano en las escuelas oficiales de idiomas de Asturias. Vamos avanzando y caminando, yo creo que siempre en positivo.

He escrito en Google «situación del asturiano en el año 2025» y me ha salido muchas cosas curiosas. La más destacada: se dice en algunos medios que solo el 2,8 de los asturianos habla o conoce la lengua. ¿La cifra es real?

En las encuestas que manejamos, algunas del propio Gobierno y otras de la Academia de la Lengua, el dato que tenemos es que aproximadamente unas 300.000 personas, arriba o abajo, hablan y entienden el asturiano.

Ese dato de los 2,8% hablantes es un caso muy curioso que sucedió a raíz de las encuestas que hace el INE (Instituto Nacional de Estadística). Se le pregunta a la ciudadanía qué lengua habla, pero solo se incluye a las lenguas oficiales. Y ese 2,8%, para sorpresa de mucha gente, dice que su lengua es el asturiano. Sorprende,  porque en encuestas anteriores no aparecía nada de eso. Y lo que demuestra es que hay una respuesta activa en favor del asturiano de gente con conciencia lingüística, que es lo que faltaba hace 40 años. A los hablantes tradicionales les preguntan y, aunque les pusiesen la casilla del asturiano, igual no la hubieran marcado.

Por cierto, es lengua asturiana y no bable, usted me lo ha corregido. Veo que lo usa también la derecha.

La verdad que el hablante tradicional asturiano, mi abuela, por ejemplo, que solo hablaba asturiano, se refería a su lengua como asturiano. El término bable  aparece en el siglo XVIII; Jovellanos y sus amigos ilustrados se interesan mucho por la lengua y en sus cartas la llaman bable, no se sabe por qué. No sé si era una broma entre amigos o qué, pero ese término se fue difundiendo entre los eruditos y llegó a tener cierto peso en la sociedad.

Digamos que reivindicaba de alguna manera procesos de normalización, estoy hablando todavía de la época de los últimos años del franquismo y primeros de la democracia. Pero en los años 80, cuando se toma en serio y se articulan políticas lingüísticas, se prefiere recuperar el nombre propio que le dan los propios hablantes a la lengua: asturiano o lengua asturiana, y se ha ido dejando un poco al margen el  término bable, por lo que supone. Pero tampoco pasa nada porque alguien se refiera al asturiano como bable, no le vamos a suspender.