De la supervivencia al oficio que hace revivir el alma
Esta es la segunda parte del reportaje sobre la homologación de estudios de las mujeres migradas de Abya Yala (desde 1492 América), en la que conoceremos a Karla Osorio y Tania Melgar. Ambas avanzan desde la supervivencia hasta la expectativa de trabajar en lo suyo: el medio social y la maestría.

Como decíamos en el reportaje anterior, los procesos de homologación o equivalencia de los estudios extranjeros no son un simple trámite, sino que hay que buscar nuevos itinerarios para personas que han trabajado durante mucho tiempo en lo suyo. Estas mujeres que nos regalan su experiencia nos muestran los nuevos caminos que están haciendo de la mano de Bidez Bide.
Karla Osorio
«Vengo de Nicaragua y tengo 36 años. Me formé en Trabajo Social y luego saqué un postgrado en Salud Mental Infantil», se presenta. «En mi país trabajé específicamente en el área de desarrollo comunitario. La manera de trabajar aquí y allá difiere bastante. Aquí es una asistencia directa centrada en la persona y en mi país trabajamos más la parte de desarrollo comunitario. Fomentamos la participación, los liderazgos y las redes, y a partir de ahí hacemos un trabajo sostenible en el tiempo y establecemos redes que trabajen por sí solas cuando el programa o el proyecto social acabe. Nos apoyamos con el financiamiento de organismos internacionales, ya que no hay un gobierno que promueva el desarrollo comunitario».
Para ella hablar del tema de la homologación es todavía tragar grueso. «Yo nunca me hubiera planteado migrar. Pero cuando hubo una explosión social y política en mi país me lo fui planteando porque me vi amenazada. Trabajaba en la promoción de los derechos humanos, donde el Gobierno estaba mal visto. Te van reculando hasta que llega el momento en el que todos los muros se te cierran y tu profesión, tu vida, tu libertad está en riesgo, entonces llega un momento en el que te lo planteas: de un par de semanas tengo que salir del país».
«Te has tenido que trabajar para no hacer expectativas que luego terminan en una frustración, entonces cuando te llega la oportunidad sientes el miedo de ‘¿y si vuelvo atrás?’»
Desde el programa Proniño habían trabajado con Fundación Telefónica y tenían a personas que habían trabajado de aquí hacia allá y que conocían. Entonces, Osorio tenía la leve esperanza de que dentro de ese gremio en el que trabajó pudiera tener un apoyo. No fue así. «Lo siento mucho, pero aquí es diferente», le dijeron. Luego se topó con toda la burocracia para trabajar en lo que había sido formada.
«Lo que te salga»
«Me llevó mucho tiempo estabilizarme mentalmente, ya que entré en un estado de supervivencia permanente, más con un hijo. Nosotros vinimos tres: mi marido, mi hijo y yo. En ese momento te vas quedando en el gremio que se te ha abierto y ya no tienes expectativas profesionales aquí, tienes expectativas en función de sobrevivir y la supervivencia es lo que te salga. Lo que te salga siempre está dirigido al cuidado de personas mayores y limpieza, oficios accesibles para migrantes».
Así, «vas perdiendo tu identidad y tu capital social e intelectual porque tu ritmo de vida y tus relaciones cambian. Cada vez que alguien decía, por ejemplo, que era trabajadora social para mí era una oportunidad de hablar algo medianamente parecido, no de la fregona o del producto de limpieza. Me aferraba a ese momento y lo vivía. Hay cosas por sanar todavía», expresa llorando.
«Ahora se me han reconocido las capacidades profesionales y me han dado una oportunidad temporal sujeta a la homologación de estar en el medio social. Estoy súper contenta. Es algo que ni siquiera te lo vas creyendo, porque vas en una bola de sobrevivir y has tenido que trabajar anteriormente para no hacer expectativas que luego terminan en una frustración donde terminas rota, entonces vas paso a paso, cuando te llega lo agradeces enormemente, pero sientes el miedo de ‘¿y si vuelvo atrás?’. Trabajar dignamente no le quita méritos a nadie, yo puedo volver a lo que sea necesario, pero no te voy a negar que no quisiera».
«En eso estoy ahorita, trato de ver las opciones de formación, mientras concilio el tiempo entre ser madre y trabajar», cuenta Osorio, que ha traído a su hijo a la entrevista. Va a la ikastola y habla euskara porque su madre y su padre han decidido que se van a quedar y tiene que saber la lengua.

Tania Melgar
En el otro lado de la mesa, escuchando atentamente a Osorio, está Tania Melgar. Ella es peruana y le tocó llegar aquí en 2022. «No sabía dónde me estaba reubicando. Me orientaron en el Ayuntamiento, el primer contacto fue con la persona que nos empadronó. Me dio luces de lo que tenía que hacer aquí. Yo vine con mi hija y me informaron de la escolarización, de la salud y de redes de apoyo. Así terminé llegando a la Casa de Mujeres de Errenteria, porque estoy viviendo allá», comienza su testimonio.
Allí, le hablaron de la asociación que asesora y acompaña en los procesos de homologación y en los nuevos itinerarios formativos, Bidez Bide, que tiene su sede en el barrio Amara de Donostia y que trabaja codo con codo con diferentes Casas de las Mujeres. Ese fue su primer contacto con Soraya Ronquillo y Katia Reimberg, trabajadoras de la asociación.
«Yo venía de ser maestra especializada en primaria. Venía de terminar de trabajar en diciembre y estábamos reubicándonos aquí en febrero. Iniciamos el proceso de homologación de los estudios básicos. Katia me comentó cómo iba a ser todo este camino. Lo que valoro y agradezco mucho es que me hizo la pregunta determinante: ‘¿Qué es lo que quieres hacer?’. Mi respuesta fue automática: ‘Yo quiero ser maestra’».
«Al hacer el currículum me decía: solo tengo lo de mi país. Para mí eso no contaba, hasta que compañeras me dijeron: yo tengo puesto todo lo de mi país. Tomé conciencia: Sí, todo cuenta»
Tenía que trabajar, entonces hizo el certificado sociosanitario y empezó a trabajar en sociosanitario. Al mismo tiempo, logró la habilitación para la docencia y la experiencia que necesitaba.
«Me emocioné mucho porque mi camino era dictar. Pero al hacer el currículum me decía: solo tengo lo de mi país. Para mí eso no contaba, hasta que personas que hicieron la formación sociosanitaria y que también venían de mucha formación en su país me dijeron: ‘Yo tengo puesto todo lo de mi país, todo’. El acompañamiento de Katia y Soraya fue continuo, y cuando ya paró un poco la inercia logré tomar conciencia: ‘Sí, todo cuenta’».
«De todos esos currículums que yo envié me llamaron en mayo y me propusieron dictar un módulo de la certificación sociosanitaria. Se me abrió el mundo, no me lo podía creer, porque todo ese tiempo previo había sido supervivencia, trabajar porque necesitas alimentarte, vivir. Tuve la posibilidad de estar en el aula nuevamente y sentí que recién empezaba a trabajar. Mi alma revivió», describe.
Luego surgió la oportunidad de hacer un pequeño taller relacionado también a eso. Esa fue la segunda oportunidad. «Voy avanzando con esos pequeños pasos y las expectativas las tengo puestas en trabajar plenamente en eso. Ese es el camino laboral. La vida personal es todo el remolino. En los primeros años mi cabeza no pensaba, hacía las cosas porque tenía que hacerlas, pero ahora ya tengo más de calma y puedo reflexionar sobre todo lo que hemos pasado mi hija y yo. Me digo: ‘¡Qué valientes!’. Ahí vamos avanzando, yo una mujer de 45 años y ella una adolescente de 17», cuenta riéndose.

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